domingo, 14 de julio de 2013

SAN PABLO Y LA PSICOLOGÍA



SAN PABLO Y LA PSICOLOGÍA

La psicología se interesa por las afirmaciones que Pablo hace de sí mismo en Rom 7 sobre su desgarro interior: “No hago el bien que quiero, sino lo que aborrezco” (Rom 7,15). No se siente libre. Parece habitado por un poder que le empuja a una conducta que no responde a la imagen ideal que tiene de sí.
La psicología ve la razón de esta escisión en la represión de los deseos instintivos. Debido a que las necesidades instintivas contradicen la imagen ideal propia, quedan reprimidas en el inconsciente, pero desde allí despliegan su actividad destructiva y sabotean lo que nos hemos propuesto conscientemente. Lo reprimido no queda eliminado. Influye en nosotros desde el inconsciente impidiéndonos hacer aquello que desde el entendimiento hemos considerado correcto.
Evidentemente, el ser humano está dividido. El yo, en la psicología jungiana el sí mismo en cuanto núcleo de la persona, tiene el poder de determinar mi modo de actuar. Hay en mi otra fuerza. Pablo la llama el pecado, la hamartia, que habita en mí. Es una fuerza que me empuja a desacertar en lo que quiero. Hamartia viene de hamartano, “faltar”, “fallar”, “no dar en el blanco”. La psicología lo llama el poder de lo reprimido. Lo que no queda transformado sigue influyendo en mí. Y continúa empujándome a un obrar que contradice mi opinión consciente hasta que finalmente hago acopio de valor para mirar a lo reprimido y otorgar a la sombra su legitimidad.
Sólo cuando yo reconozca mi agresividad reprimida, ésta dejará de destruirme a mí y a las personas que están junto a mí. Lo reprimido nos divide y nos desgarra. Lo percibido y sacado a la luz se puede cambiar. Pablo capitula con su entendimiento y voluntad ante este poder del pecado, ante el poder de la tendencia, que habita en su interior, a hacer algo que en realidad no quiere en absoluto. El único camino que él recomienda para salir de esta situación crítica es poner la verdad personal ante Cristo. Él le salvará de esa escisión. Sólo se puede cambiar lo que se pone a la luz de Cristo.
Pablo “sabía de su sombra y creía que sólo Dios podía librarle de ella”. Pablo tenía conciencia de que no era sólo bueno, sino de que en él había otros ámbitos, aspectos oscuros y malos de su alma. Y confiaba en que sería liberado de ellos por la gracia, y no por su propio rendimiento. Ésta es una noción esencial que también hoy nos puede hacer mucho bien: “El amor de Dios no te lo ganas con tus obras. Dios te acepta no como a alguien lleno de claridad y luz que ha expulsado de sí toda tiniebla, sino tal como eres”.
Quien piensa que puede hacer todo cuanto quiere reprime necesariamente sus lados oscuros. Su sombra se hace cada vez mayor y no advierte cómo la exterioriza luego. Pablo quiere hacernos una invitación a vernos de manera realista, con nuestros lados luminosos y nuestros lados sombríos. Sólo entonces darán fruto nuestros esfuerzos espirituales. Es frecuente que quienes se sienten desgarrados en su interior sean precisamente quienes tienen ideales demasiado elevados.
La psicología habla de personalidad múltiple o de personalidad dual. Lo que se quiere decir es que el ser humano está dividido en yoes distintos que coexisten. Un yo desea ser bueno y persigue en su conducta ideales morales, pero el otro hace el mal. Con frecuencia, estos dos yoes están completamente separados el uno del otro. No tienen comunicación entre sí.
Esta duplicación la encontramos, por ejemplo, en los médicos de los campos de concentración nazis, en muchos terroristas, agrupaciones mafiosas o bandas juveniles. “El jefe mafioso o el cabecilla de un escuadrón de la muerte que ordena (o lleva él mismo a cabo) a sangre fría el asesinato de un rival y al mismo tiempo sigue siendo esposo y padre amante y, por supuesto, sigue yendo a la iglesia”.
La cuestión es cómo reconcilio mis lados conscientes con los lados sombríos y cómo uno ambos yoes entre sí. Pablo recomienda dos caminos. El primero consiste en juntar a los dos yoes, con bastante frecuencia separados y contiguos, e iniciar un diálogo entre ellos. Pablo dio ya comienzo a este diálogo en su texto. Pone a los dos yoes a dialogar. Esto nos protege de escindir al yo bueno y moral del malo e inmoral. Relativiza nuestro yo bueno. El diálogo nos muestra que, con nuestras propias fuerzas, no podemos superar esta escisión.
El segundo camino consiste, según Pablo, en poner mi desgarro ante Cristo, en ampliar el diálogo entre los dos yoes a una conversación a tres bandas con Jesucristo. Jesús ocupa para Pablo el lugar del terapeuta, que no sólo habla con el cliente, sino que le posibilita, ante él y con él, entrar también en conversación con la propia alma. Para Pablo, lo importante es confesar ante Jesucristo el propio desgarro sin lacerarse con sentimientos de culpa y sin someterse así a la presión de tener que matar al yo malo a toda costa. Pablo cree que poner la mirada en Jesucristo me conduce a mi verdadera esencia y a mi totalidad.
Si sólo miro a mi desgarro, nunca me desharé de él, por más esfuerzos que haga. Con mi voluntad no conseguiré hacer todo aquello que he reconocido como correcto. Tampoco puedo utilizar a Cristo como fuente de energía que me dé la fuerza necesaria para superar la escisión. Lo único que puedo hacer es contemplar a Jesucristo a través de mi desgarro, poner ante él mi escisión. Entonces experimento, en medio de la escisión, que estoy autorizado a ser tal como soy, incluso con mis lados sombríos, incluso con mi incapacidad para hacer el bien. Pues el amor de Cristo abarca mis dos lados: al justo y al pecador, al que observa correctamente las normas y al que, por el contrario, las infringe, al que sostiene los altos ideales y al que los desmiente con su conducta totalmente distinta.
En Romanos 7, Pablo deja de rabiar contra el yo no amado que actúa contra la ley. Sencillamente se entrega al amor de Cristo y esto le libera de su desgarro. Éste es también el camino que recomienda la psicología: entregarse con ese desgarro interior a la gracia de Dios y despedirse de las ambiciosas ilusiones con las que lo único que queremos es rehuir la propia verdad.
El tema Pablo y Psicología se podría entender también de otra manera. Ningún otro escritor bíblico (¿Jeremías?) nos ha permitido mirar su alma con tanta profundidad como Pablo. Así, podríamos interpretar sus afirmaciones desde una perspectiva psicológica. Naturalmente, ésta es una empresa arriesgada, pues siempre corremos el peligro de proyectar sobre la figura de Pablo nuestros propios lados sombríos, pero una cosa si parece posible, aun cuando requiera mucha prudencia… Pablo no habla de su propio desgarro sólo en Rom 7; de hecho, también lo percibimos en sus otras cartas. Por ejemplo, por una parte está fascinado por Jesucristo y quisiera dar su vida por él, pero luego echa pestes con muchísima agresividad contra los enemigos del Evangelio. Y la cuestión es si esto sólo se debe al celo santo que desea preservar la pureza del Evangelio o si ahí no resuenan también heridas y susceptibilidades propias. En sus manifestaciones agresivas podemos advertir muy claramente sus lados sombríos. Incluso después de su conversión, Pablo siguió conservando sus estructuras psicológicas más bien compulsivas. Si antes de la conversión quería acreditar su valía mediante la observancia de los mandamientos, después pretendía hacerlo mediante el trabajo que realizaba al servicio del Evangelio. Él mismo dice que, pese a toda su espiritualidad y toda su cimentación en Jesucristo, se ve atormentado por una enfermedad humillante. Pese a su espiritualidad, sigue teniendo -podríamos decir- esas estructuras neuróticas suyas que le resultan desagradables y de las que se avergüenza ante las comunidades.
También esta experiencia es para nosotros consoladora, y responde igualmente a la experiencia terapéutica. Con la terapia no llegamos a ser perfectos. No quedamos completamente libres de nuestros patrones neuróticos, pero ya no nos dominan. Los afrontamos de manera más consciente y podemos distanciarnos continuamente de ellos. Y en Pablo podemos observar perfectamente esta transformación.
En virtud de su encuentro con Jesucristo ha llegado a ser más abierto y más libre, más cariñoso y más compasivo, pero en medio de esta elevada espiritualidad aparecen continuamente lados sombríos que demuestran que, con toda su experiencia mística, Pablo sigue siendo, no obstante, un ser humano de carne y hueso, una persona llena de inquietud, un ser humano consciente de sus lados sombríos y que a veces sufre profundamente debido a ellos.

Explicación de afirmaciones teológicas y místicas desde la psicología

‹‹Cristo nos conduce, desde el ego, hasta el verdadero sí mismo. El sí mismo no es ya algo puramente humano, sino al mismo tiempo algo que nos supera. En él se unen lo divino y lo humano: Puesto que el ser humano sólo se reconoce como un yo, el sí mismo como totalidad es indescriptible e imposible de distinguir de una imagen divina, la autorrealización entraña, en un lenguaje religioso-metafísico, la encarnación de Dios››.
Pablo, en el encuentro con Jesucristo, quedó libre del ego, que gira constantemente en torno a sí, y abierto a su verdadera esencia y, al mismo tiempo, abierto a Dios y a los demás. Fue una experiencia que se le regaló, una experiencia espiritual de Jesucristo que, sin embargo, también transformó su psique. El ego quedó para él crucificado en Cristo, de manera que Pablo encontró acceso a su verdadero sí mismo, a la imagen auténtica e intacta de Dios en él: la esencia humana es divina.
Experimentó en lo más íntimo una sanación que no podía quedar destruida ni siquiera por las enfermedades y flaquezas exteriores. El camino de la humanización va del ego al sí mismo. El ego es el núcleo consciente de la persona. El sí mismo es, sin embargo, su esencia más íntima; el sí mismo encierra tanto lo consciente como lo inconsciente, tanto lo humano como lo divino.

Para llegar hasta el sí mismo hay distintos caminos:

El camino de la vía mística: Cuanto más mire dentro de mí, más penetraré lo superficial y más adivinaré, por debajo de todo lo observable, el sí mismo, que en última instancia no es ya visible ni palpable.
El camino de la meditación: detenerse y tomar conciencia, me conduce a mi verdadera esencia: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”.
El camino del sufrimiento: (2Cor 4,16).- “Aun cuando nuestra condición física se vaya deteriorando, nuestro ser interior se renueva de día en día. No hemos de escoger el sufrimiento. Pero si lo aceptamos de Dios como Pablo, puede convertirse en un camino de transformación. El mayor enemigo de la transformación es una vida de éxito. Cuando todo va como la seda, con frecuencia también nos quedamos en la superficie de nosotros mismos y no penetramos más hondo en nuestro interior. El sufrimiento deteriora sólo lo exterior. Lo interior no puede ser destruido. Al contrario: cuanto más ámbito superficial quede abierto por la fuerza, más profundamente entraremos en contacto con nuestra esencia interior. Se trata de desasir lo viejo para que pueda crecer en nosotros algo nuevo. Lo nuevo, lo que Pablo nos promete en Cristo, requiere la muerte de lo viejo. Y esto no siempre responde a nuestro anhelo, pues morir es siempre doloroso. Pues todo el que emprende el camino de una humanización genuina sabe que no existe ninguna senda fácil hasta la armonía con el sí mismo más íntimo. En unos casos hay que abrir por la fuerza realidades endurecidas; en otros hay que contradecir los criterios con los que nos gusta medirnos, para que salga a la luz la verdadera imagen del ser humano que resplandeció para nosotros en Jesucristo y que desea irradiar también en nuestro corazón.