miércoles, 24 de agosto de 2016

1.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.1.- Las quejas y las acusaciones pueden, a veces, estar justificadas. Pero, una vez presentadas, el acusado se encuentra siempre y tal vez inevitablemente en desventaja, justamente porque está acusado y, ya solo por eso, la defensa y la justificación es percibida a menudo por los demás como una secreta confesión de culpa. Si alguien tiene que defenderse, algo no debe estar en orden, pues, de otro modo, no haría falta toda esa defensa –piensan, con demasiada facilidad, los hombres-.
Siendo así que, por desgracia, esta curiosa ley realmente existe, se comprende ya que por este motivo es una tarea difícil asumir la defensa de la oración de petición, dejar hablar a la parte acusadora, tomarla en serio: tomar realmente en serio lo que el hombre atormentado y amargado dice contra la oración de petición, pero, después de todo cargo y descargo, después de toda alegación y réplica, creer y comprender interiormente que tenemos que pedir y no debemos desfallecer.
Eso resulta difícil. En este caso, efectivamente, el acusador es todo el curso del mundo. Todos los corazones amargados y desesperados se han autoerigido en jueces. Y como testigos de cargo se apuntan las naciones unidas de todos los desdichados. ¿Y quién no se siente desdichado si es que puede acusar? Hasta si se quisiera ser estricto en la selección de los testigos de cargo y dejar fuera a los descarados y a los criticones, a los vividores y a los tarambanas, al final, mal que nos pese, todos somos pobres y desdichados y, de ese modo, terminados reunidos todos en el banquillo de los testigos contra la oración de petición. Los acusadores provienen de todas partes: de todos los países, de todos los tiempos, de todas las edades y clases. Y lo que dicen en contra de la oración de petición es una y la misma queja de desesperación, de decepción, de incredulidad airada y cansada. Y dice esa queja (que podría seguir tejiéndose sin nunca acabar): «Hemos rezado, y Dios no nos respondió. Hemos gritado, y él permaneció mudo. Hemos derramado lágrimas que quemaban nuestro corazón: no fuimos admitidos a su presencia. Habríamos podido demostrarle que nuestras pretensiones son modestas, que son realizables, siendo que él es el Omnipotente, podríamos hacerle ver con claridad que el cumplimiento de esas peticiones es en el más propio interés de su gloria en el mundo y de su reino. Si no, ¿cómo podría uno creer todavía que él es el Dios de la justicia y el Padre de la misericordia y el Dios de todo consuelo; que él existe, absolutamente? Más allá de todas las razones a favor y en contra queríamos apelar a su corazón, al corazón que simplemente se apiada y que con generosidad ordena a la justicia y a otras consideraciones darse por satisfechas; habríamos tenido la confianza que mueve montañas (si sólo ésta hubiese faltado); le habríamos mostrado por qué tenemos sobrados motivos para estar desesperados sobre su silencio, habríamos tenido un sinfín de documentación: la desoída oración por los bebés que murieron de hambre, la desatendida queja por los pequeños que se ahogaron a causa de la difteria; el lamento de las niñas deshonradas, de los niños golpeados hasta morir, de los esclavos explotados en el trabajo, de las mujeres engañadas, de los que se han quebrado por la injusticia, de los “liquidados”, de los lisiados, de los que fueron privados de su honor, junto con nuestro desvalimiento exterior le habríamos mostrado nuestros tormentos interiores, que no conmueven a Dios, los tormentos que brotan de las antiguas preguntas que aguardan respuestas desde Adán: ¿Por qué el malvado tiene éxito y el justo es el idiota? ¿Por qué los mismos rayos caen sobre buenos y pecadores? ¿Por qué pecan los padres y expían los hijos? ¿Por qué las mentiras tienen patas tan largas? ¿Por qué prosperan tan bien los bienes injustos? ¿Por qué la historia del mundo es un único torrente de estupidez, vileza y brutalidad? Y después de todas estas preguntas lo habríamos conjurado diciéndole: por tu honor, por tu gloria, por tu nombre en este mundo (nombre por el que, a fin de cuentas, tienes que responder tú), cuida de que, en este mundo desolador, podamos encontrar un poco más claramente tus huellas: las huellas de tu sabiduría, de tu justicia y tu bondad.

(Karl Rahner, SJ) 1.

2.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.2.- Pero, por favor –habríamos dicho después-, queremos experimentar tu ayuda de tal modo que no puede decirse que semejante auxilio es inevitable aunque no haya Dios, que no pueda decirse que tantos aciertos los alcanza indefectiblemente cualquiera en la lotería de la vida, haya rezado o no; es decir, que no pueda decirse que no hace falta atribuir al poder de la oración un par de casuales aciertos felices. Nos habríamos remitido a su Hijo, que sabe cómo nos sentimos de ánimo y de cuerpo, puesto que compartió nuestra vida. Todo eso podíamos hacerlo. Todo eso lo habríamos hecho y, en realidad, lo hemos hecho. Sí, “hemos” rezado. Hemos “rezado”. Hemos suplicado, hemos lanzado hacia el cielo palabras ardientes, de conjura. De nada sirvió. Simplemente hemos llorado como niños que saben que, al final, el guardia lleva a los extraviados de regreso a casa. Pero nadie vino a enjugarnos las lágrimas de los ojos ni a consolarnos, a nosotros. Hemos rezado. Pero no fuimos escuchados. Hemos llamado. Pero no llegó respuesta alguna. Hemos gritado, pero todo permaneció tan mudo que, al final, nos habríamos sentido ridículos con nuestro griterío si no hubiese estallado justamente a fuerza de angustia y desesperación».
Así se acusa a la oración de petición. Pero cuando después se procede a presentar la acusación, la querella contra la oración de petición, los representantes de la parte querellante no se ponen de acuerdo. La mayoría extrae de la acusación la brutal conclusión de que rezar no tiene objeto alguno: el Dios que pudiese escuchar una oración de petición no existe, no existe en absoluto o habita en un fulgor tan terrible que el grito de angustia no penetra hasta el oído de su corazón, sino que deja que su creación recorra el sangriento camino de su historia hasta su propia gloria, sin preocuparse de la miseria del mundo, a semejanza del modo en que, sin conmoverse, los grandes de esta tierra libran guerras calamitosas sólo para entrar en la historia con alguna acción puntual. Y si, alguna vez, por unos instantes las cosas parecen andar un poco más placenteramente en el mundo, y la vida aquí abajo le parece a uno realmente muy soportable (¡con tal de que las cosas siguiesen siempre tan bien y con tanto adelanto!), se acude enseguida a hondísimas consideraciones metafísicas que hasta pretenden prohibirle a Dios intervenir de forma demasiado palpable en el curso de la historia del mundo: « ¡Oh!, realmente no es nada decoroso que el Dios excelso se inmiscuya de nuevo en las nimiedades de este mundo. Ciertamente, él tiene que haber construido desde el comienzo el reloj universal de tal modo que continúe andando de forma muy precisa y correcta y, en lo posible, por tiempo indefinido, sin que en su marcha deba notarse todavía algo de él mismo; el mundo ha de tener tan sublime sentido, recorrer su trayectoria y en sí mismo que nadie debe darle impulso desde fuera; una oración de petición dirigida a Dios es infantil: se está pensando a Dios demasiado pequeño y considerándose a sí mismo demasiado importante». Así y de forma semejante se arguye con suficiencia (y es que uno puede darse el lujo, ya que todavía no le va a uno especialmente mal) y se pasa sin oración de petición (pero no sin sueldo, sin médico y sin policía). Después, cuando a uno le va de nuevo insoportablemente mal, uno se enfurece por no ser escuchado de inmediato (si cabe, incluso antes de haber comenzado a pedir) y, por ese motivo, una vez más se declara superflua la oración de petición.

(Karl Rahner, SJ) 2.

3.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.3.- La minoría de la parte querellante es de otra opinión. Quiere permitir la oración de petición. Pero sólo se ha de pedir por los bienes superiores del alma: no ya por el pan de cada día, no ya por la salud del cuerpo y una larga vida, no contra el rayo y la tormenta. Ya no se ha de rezar porque se evite la peste, el hambre, la penuria y tiempos de tristeza y miseria, sino sólo por la pureza del corazón, por la paciencia y disposición al sufrimiento, por la propia entrega a la voluntad de Dios. La usual oración de petición, se afirma, es sólo la formulación infantil de la declaración de disponibilidad para entregarse de forma incondicional a la inescrutable voluntad de Dios; no se pide a Dios que evite males, sino la fuerza para sobrellevarlos; dejando aparte un par de milagros, con los que no se ha de contar, las oraciones sólo son escuchadas en la interioridad del corazón, no en la dura realidad palmaria de este mundo, que sigue su inexorable curso en la naturaleza y la historia, pasando con indiferente objetividad también por encima de los corazones sangrantes.
Éstas son, en líneas generales, las demandas más importantes contra la oración de petición. Según la primera, el hombre en realidad se queda definitivamente solo en la tierra y se prohíbe a sí mismo la esperanza en la ayuda del cielo en este mundo; según la segunda, el hombre abandona desde un principio y sin lucha la tierra y escapa al cielo.
Así se acusa a la oración de petición. Y el verdadero acusado en ella es, naturalmente, Dios mismo. Pero él calla. Deja tranquilamente que se formulen quejas y acusaciones. Él calla. Calla obstinadamente. Calla a lo largo de los milenios. Mandó decir que sólo hablará cuando venga a juzgar. Y que, por eso, la acusación contra la oración de petición, la acusación proveniente del corazón quebrantado, del entendimiento cavilante, la acusación con la que cínicos o poetas petulantes demuestran su agudeza o su secreta impiedad, puede seguir articulándose.
Pero, aun así, nosotros queremos orar y pedir. Porque sentimos, ciertamente, el tormento y las tribulaciones de las quejas contra la oración de petición, pero en nosotros vive también la fuerza invencible de la fe, que espera contra toda esperanza y sigue orando contra toda aparente decepción. Pues así se nos ha encomendado: cuando oréis, decid: Padre nuestro… danos hoy nuestro pan de cada día. Y por eso no queremos que se nos dé la razón al pleitear contra Dios, sino que quisiéramos encontrar el oído de la misericordia de Dios. No queremos resolver los misterios de la vida, entre los cuales se encuentra también  la oración de petición, sino aprender la oración de petición. No queremos ser aún más sutiles que la acusación contra la oración de petición. Pues no queremos examinar la cuerda de la que pendemos sobre el abismo de la nada, sino agarrarnos a ella, para no caer en el abismo de la desesperación. Sólo queremos tener tanta luz y tanta fuerza como para continuar orando, para que el corazón no desespere y la boca no comience a maldecir, continuar orando hasta que… sí, hasta que Dios hable y la suya sea la palabra de la misericordia y del consuelo eterno.

(Karl Rahner, SJ) 3.

4.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.4.- ¿Qué queremos decir acerca de esta acusación contra la oración de petición? Si por un momento intentamos hacer callar nuestra avidez de vida y nuestra hambre de felicidad (¿acaso no son ellas realmente lo único y lo definitivo del mundo, lo que ha de tener siempre la última palabra?), la voz de Dios nos dice ya desde siempre, en nuestra conciencia, algunas cosas muy esenciales sobre estas acusaciones contra la oración de petición.
Nos pregunta: « ¿Por qué de pronto exigís ayuda de parte de Dios para aquello que vosotros mismos habéis causado? ¿Acaso no gritáis solamente cuando os va mal a “vosotros”, mientras que calláis muy tranquilos cuando la desdicha y la infamia persiguen a los demás? ¿No ocurre siempre que sólo queréis tener que ver con Dios cuando ya no os valéis por vosotros mismos, mientras que, si no, hipócritas apocados, lo queréis tener lo más lejos posible, porque cuando podéis olvidaros de él por un momento es cuando más felices os sentís? ¿Acaso no estáis muy contentos con el curso que sigue el mundo mientras os favorezca? ¿Acaso no consideráis en peligro el reino de Dios en el mundo cuando los bonos del reino que precisamente “vosotros” habéis comprado cotizan a la baja -del mismo modo como, en la mayoría de los casos, los príncipes sólo se vuelven piadosos cuando los tronos comienzan a tambalear-? ¿Realmente habéis comprendido alguna vez que la gloria de Dios en el mundo es la cruz de su Hijo? Afirmáis creer en la felicidad eterna en el más allá. ¿Por qué, entonces, sois tan exigentes también para el más acá, como los que sólo conocen la mísera comodidad de esta tierra?
« ¿No sois también vosotros de los que consideran que más vale pájaro en mano que ciento volando, y no es esta actitud tan “razonable” precisamente lo contrario del cristianismo? ¿No veis acaso en vuestro propio éxito la bendición de Dios y su aprobación de vuestro actuar, autocomplacientes y presuntuosos como sois? ¿Y no preguntáis indignados qué es lo que no habéis hecho como es debido cuando él no corona de éxito las artimañas de vuestro egoísmo? ¿No estáis acaso llenos de infantil impaciencia cuando no podéis esperar el día en el que, el Eterno y Magnánimo, ajuste las cuentas con la historia entera del mundo y, sin llegar tarde a ninguna parte, corrija todo lo confundido y extraviado del tiempo en las vastedades de su eternidad? ¿Habéis comprendido realmente quién es Dios y quiénes vosotros? ¿Habéis comprendido que, si Dios es Dios, los caminos de Dios y los juicios de Dios tienen que ser tales que “no” los comprendáis? ¿Qué la criatura no “puede” ir nunca a juicio con Dios? ¿Qué no podéis comprender su amor y su misericordia –tampoco estos, y en particular estos-, que tienen que pareceros como ira y justicia? Y hay más: ¿no sois “vosotros” los que habéis pecado y causado la desgracia? ¿Por qué queréis la causa y exigís que se os condone la consecuencia? ¿Puede alguno de vosotros decir que no ha merecido “eso”? Si lo dice, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pues el hombre es un pecador, y todo pecado merece más de lo que sufre. Más aún: ¿habéis tomado alguna vez en serio el pecado? Mentirosos, tenéis mil disculpas: que está condicionado por la herencia y por el medio, o que la intención no es tan mala y que, a fin de cuentas, no se tiene nada contra Dios, pero que él debe entender que en este valle de lágrimas se quiera tener también un poquito de felicidad, y que el hecho de que haya que recogerla de un árbol prohibido es lamentable, pero, al fin y al cabo, no es nuestra culpa que existan tan pocos árboles que no estén prohibidos. Así con la mentira dais vuelta al pecado. Y, aun así, el pecado es una ofensa al Santísimo, y es obra  vuestra. ¿Por qué no  banalizáis alguna vez vuestra angustia? ¿Está tan mal que buena parte de la especie humana sucumba regularmente en la lucha por la existencia? ¡Si vosotros mismos habéis probado mucho en los últimos decenios tales teorías! En cualquier caso, pocas son las noches sin dormir que os ha traído la praxis que de ellas se deriva. ¿Es acaso tan evidente que eso tenga que parecerme normal también a mí? ¿Por qué os dais tanta importancia si consideráis tan poco importante la gloria y la voluntad de Dios? ¿Habéis comprendido quién soy yo y quiénes vosotros cuando comenzáis a enfadaros y a ser duros si vuestro grito de angustia no encuentra de inmediato el eco que vuestro egoísmo y vuestra obstinación esperan?».

(Karl Rahner, SJ) 4.

5.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.5.- « ¿Tiene Dios que demostrar que él es bueno y santo, o no sois más bien vosotros los que debéis demostrar que también amáis sin premio y sin seguro de vida? ¿Cómo sabéis que todas las estrellas se apagan si, según vuestra impresión, junto con vosotros oscurece? ¿Cómo sabéis que caéis en el vacío si no sabéis más de qué debéis cogeros? ¿Cómo sabéis que él no existe si no podéis aprehenderlo o comprenderlo más? “¡Pero, hombre! ¿Quién eres tú para replicar a Dios?” (Rom 9,20)».
« Y hay más: ¿cómo es eso de los “males” de los que queréis ser librados? ¿Estáis seguros de que, según “mis” criterios, los criterios últimos, son realmente males? Bien puede ser así, y justamente por eso quiero que vosotros pidáis. Pero ¿podéis formular vosotros el juicio último al respecto, o tenéis que dejármelo a mí? ¿No decís acaso (si se escucha exactamente el verdadero sentido de vuestras peticiones, ese sentido que vosotros mismos no admitís del todo) en vuestra oración de petición: “Dame pan, dame salud, seguridad y paz, entonces te serviré, te amaré fielmente y de corazón”? Pero ¿lo habéis hecho cuando teníais pan y una vida tranquila? En cambio, ¿no fueron vuestro pan y vuestra vida un “mal”, puesto que os llevaban a olvidaros de mí, un mal del que mi vigorosa benignidad tenía que redimiros para que encontrarais vuestra salvación? No: que con vuestra oración hayáis traído realmente ante mi presencia vuestras verdaderas y presuntas necesidades y males, que realmente hayáis acudido a mí, al Santo y Eterno, y que en vuestra oración no mantenéis un mero monólogo de egoísmo ciego con vosotros mismos lo reconoceréis si vuestra petición se transforma en una pregunta dirigida a mí,  en esta pregunta a mi inescrutable sabiduría y eterna bondad: ¿qué es mejor para mí, la necesidad o la felicidad, el éxito o el fracaso, la vida o la muerte? Si vuestra petición no se transforma en esa pregunta en el momento en que penetra en la silenciosa incomprensibilidad de mis planes eternos, es un signo de que no habéis orado, sino que os habéis rebelado contra la majestad de vuestro Dios, a quien le corresponde adoración especialmente cuando le pedís ayuda en la necesidad de vuestra existencia terrena».
Así podría responder nuestra conciencia a las acusaciones contra la oración de petición. Pero con ello no hemos mencionado para nada la respuesta esencial que Dios ha dado al hombre: “la respuesta que da al hacerse él mismo mendigo en este mundo, al hacerse carne y dejar que de su propio corazón atormentado hasta el desgarro se eleve el grito de angustia hacia el desconsolador silencio del Dios lejano”. Cuando el coro de lamentos y llantos de la oración de petición de la historia del mundo  amenazaba con ahogarse y enmudecer, pues ese coro duraba ya demasiado tiempo y seguía sin venir respuesta alguna que no fuesen los inacabables consuelos que se dan remitiendo al último día, del Dios eterno no vinieron duras palabras con la orden de seguir rezando hasta que a él le plazca escucharnos en la venida de su reino eterno. No, él hizo que su Palabra eterna se hiciera carne a fin de que se uniera a ese agonizante coro de lamentos y llorara diciendo: Señor, haz que venga tu reino, el reino en que todos los sueños se acaban y tú escuchas el llanto de los pobres y el grito de angustia de todo tormento humano. La Palabra eterna del júbilo divino se hizo grito temporal de la necesidad humana y así habitó entre nosotros. Esta es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición. “Esa respuesta se llama Jesucristo”. Él no nos enseña una metafísica de la oración de petición, no resuelve teóricamente las oscuras preguntas: cómo se concilian la voluntad de alcanzar lo pedido y la entrega a la voluntad de Dios; la libertad de Dios, sobre la que no puede ejercerse influencia, y el poder de la oración sobre el corazón de Dios; la promesa de escucha de toda oración de petición hecha en el nombre de Jesús y la experiencia de vida de las peticiones no escuchadas. Pero él encabeza nuestra oración de petición. Y por eso él es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición, mientras en este tiempo de la fe el Dios de la eternidad calla y no está aún justificado por la venida del reino eterno de su justicia y de su misericordia. Nuestra respuesta es Jesucristo. Él, de quien está escrito que “en los días de su vida mortal, presentó, a gritos y con lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a su piedad reverencial” (Hb 5,7).

(Karl Rahner, SJ) 5.

6.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.6.- Si Jesucristo es la respuesta a nuestra pregunta, entonces su oración de petición es nuestra enseñanza. Al hablar de enseñanza nos estamos refiriendo a tres palabras de su oración de petición: “la palabra de la petición realista, la palabra de la confianza celestial, la palabra de la entrega incondicional”. Jesús pronuncia la palabra de la petición realista: “Aparta de mí este cáliz”; lo pide con todo el fervor del hombre acosado por la angustia y el horror, suplica sudando sangre por la angustia, implora bajo los estertores de un tormento de muerte. No pide cosas sublimes, celestiales; pide lo más miserable, que, para nosotros, seres terrenos, es lo más valioso: pide la vida, pide que pasen de él el tormento y la vergüenza de la ejecución. Su oración de petición es de una confianza celestial: “Yo bien sabía que me escuchas siempre” (Jn 11,42). Su oración de petición es una oración de entrega incondicional: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, y en tal medida es una entrega incondicional que el abandonado de Dios, el fracasado, el martirizado en la cruz, coloca todavía con entrega y con confianza su alma en manos del Padre.
¿Cómo se armonizan estas palabras en su alma? Jesús lucha con la voluntad de Dios hasta la sangre y, sin embargo, se ha entregado desde siempre a él. Lanza hacia lo alto su grito de angustia y, no obstante, se siente desde siempre seguro de ser escuchado; sabe que es escuchado siempre y en todo y, aun así, no quiere hacer otra cosa que la incomprensible voluntad de Dios; pide realmente con fervor por su vida y, sin embargo, su oración por su propia vida no es más que un ofrecimiento de su vida para la muerte. ¡Qué misteriosa es esta unidad de las realidades más contradictorias en la oración de petición de Jesús! ¿Quién puede interpretar exhaustivamente este misterio? Y, sin embargo, en ese misterio está contenido el de la verdadera oración de petición cristiana, el misterio de la oración de petición del Dios hecho hombre, de la verdadera oración de petición de “todo” cristiano, en la que, si se nos permite decirlo de este modo, se unen y compenetran sin mezcla ni separación, como en Cristo mismo, lo más divino y lo más humano. La oración de petición verdaderamente cristiana es totalmente humana: el miedo a la penuria terrena, el deseo de una preservación terrena, el tormento y el anhelo de la criatura se yerguen y claman a Dios, ante todo no propiamente por Dios mismo, sino por su ayuda para el pan terreno del cuerpo hambriento, para la vida terrena antes de la muerte. De ese modo es ella un grito de autoafirmación más vital, del impulso de la vida más inmediato, un grito de auxilio enteramente natural, humano. Y, sin embargo, esta oración de petición es a la vez enteramente divina: en medio de esta defensa de la tierra ante –y, en cierta medida, contra- Dios, todo le está ya entregado a él, el Incomprensible; un impulso de vida semejante y una autoafirmación tal se dejan circundar con docilidad, por todos los lados y de forma incondicional, por la voluntad de Dios, ante quien no hay apelación a una instancia superior, pues ese impulso de vida no quiere el pan y la vida, sino la voluntad de Dios, aun cuando esa voluntad sea el hambre y la muerte. Y esta oración de petición es divina y humana en uno: su fuerza y esperanza humanas se encienden justamente en el hecho de que se invoca al Omnipotente, que todo lo puede, de que se puede apelar a la promesa de Dios mismo; y, de ese modo, justamente porque se acerca a “Dios”, la oración de petición se hace tanto más viva, fuerte y humana. Y, aun así: puesto que la necesidad y el ansia terrenas, la autodefensa terrena, son elevadas por la oración de petición hacia la luz y hacia el amor de Dios, puestas delante de los esencial, de Dios, se vuelven provisionalmente traslúcidas hacia lo más alto, son arrastradas por aquel movimiento que lo conduce todo –sea la plenificación terrena o la carencia y la ruina terrenas- más allá, a la vida de Dios. Entonces, en esta misteriosa unidad divino-humana de voluntad del hombre frente a Dios y en esta entrega a la voluntad de Dios, en esta unidad en la que Dios toma la voluntad de la tierra, la entrelaza en la suya y, justamente así, la preserva, se hace también posible y comprensible la infalibilidad de la promesa divina de que la verdadera oración de petición será escuchada: tal escucha por parte del Padre pertenece al Hijo, y nos ha sido prometida como hijos del Padre y como hermanos de Cristo. Pero sólo somos esas dos cosas en la medida en que nos hemos introducido en la voluntad de Dios. Nuestra voluntad tiene que querer a Dios, querer su amor, su gloria, en esa voluntad tiene que haberse quemado todo lo egoísta: sólo entonces somos perfectamente hijos de Dios, sólo entonces nuestra oración de petición es divino-humana, sólo entonces podemos decir, junto con el Hijo: “sé que tú me escuchas siempre”. Sólo entonces el yo, que quiere ser escuchado, habrá entrado completamente (¡sin quedar absorbido!) en el tú que escucha, sólo entonces se hará plana aquella misteriosa simpatía y aquella armonía pura y libre entre Dios y el hombre, por la cual el hombre puede verdaderamente querer, aspirar y pedir a partir de su propia espontaneidad originaria, pero por la cual, al mismo tiempo, lo que él quiere, aspira y pide no es otra cosa que la aceptación pura de la voluntad del Eterno.

(Karl Rahner, SJ) 6.

7.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.7.- ¿Hemos explicado el misterio de la oración de petición? No; sólo hemos reencontrado en su misterio el misterio de todo lo cristiano. Sólo esta es nuestra explicación. Pero le basta a la fe. Así como existen verdaderamente la tierra y verdaderamente el cielo, así como existe verdaderamente un Dios vivo, libre, omnipotente, pero también existe verdaderamente la persona creada y libre, así también existe este doble carácter en la oración de petición: ésta es verdaderamente grito de necesidad, que quiere lo terreno, y es verdadera, radical capitulación del hombre ante el Dios de los juicios y de las cosas incomprensibles. ¿Y ambas cosas en una? ¿Lo uno sin suprimir lo otro? Sí. ¿Cómo es posible? Es posible del mismo modo como existe Cristo. Pero realizado mil veces en cada verdadera vida de cristiano, en la que se llega a ser como un niño -¡acto supremo del ser humano!-, que no tiene miedo de ser niño, y hasta infantil, porque sabe que su Padre es más sabio, tiene la visión más amplia y es bondadoso en su inexplicable dureza, pero que, por eso mismo, no hace tampoco de su juicio y deseo de niño la última instancia. Ser niño ante Dios en medio de la agonía sentida y sufrida y de la desesperación; ser niño sereno, modesto, callado, confiado en medio de la precipitación al vacío extremo del hombre entero hasta la muerte, más aún, hasta la muerte en la cruz; conjugar en el propio ser y, así, “introducir en su oración de petición ambas cosas en una: el miedo y la confianza, la voluntad de vivir y la disposición a morir, la certeza de la escucha y la renuncia total a ser escuchado según el propio plan: ese es el misterio de la vida cristiana y de la oración de petición cristiana. Pues de ambas cosas la sola y única ley es Cristo, el Dios hecho hombre”.
¿Quién entiende esta apología de la oración de petición? Solamente el que ora. Si quieres entenderla, ora, pide, llora. Pide aquello que el cuerpo necesita de tal modo que tu petición del don terreno te transforme cada vez más en un hombre celestial. Pide de tal modo que tu continua oración de petición se presente como prueba de tu fe en la luz de Dios en medio de las tinieblas del mundo, de tu esperanza en la vida en medio de este morir constante, de tu fidelidad al amor que ama sin recompensa. Estamos de camino como caminantes en medio de dos mundos. Como todavía estamos caminando sobre la tierra, pidamos aquello que necesitamos en esta tierra. Pero como en esta tierra somos peregrinos de la eternidad, no olvidemos que no seremos escuchados como si tuviésemos aquí una morada permanente, como si no supiésemos que tenemos que entrar a través de la ruina y de la muerte en la vida, que en todas las peticiones es el único fin de vivir y orar.

“Mientras las manos permanezcan juntas en oración, aunque sea en la ruina más espantosa, nos rodearán también la benevolencia y la vida de Dios –invisibles y misteriosas, pero verdaderas-, y toda precipitación en el espanto y en la muerte será sólo un caer en los abismos del amor eterno”.      
(Karl Rahner, SJ) 7.