LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (1./10)
Lo que trato de conseguir es la reconciliación
de unos valores que, a ojos de nuestros coetáneos, pasan por inconciliables:
los de la explicación científica y los de la revelación religiosa. Pretendo
demostrar que son los evangelios -cuando se leen como ellos mismos piden que se
los lea- los primeros en sumar los valores de revelación y de explicación
científica.
Se me reprocha desde hace mucho que
juego a dos bandas, por decir que estoy al mismo tiempo de parte de la religión
y de la ciencia. Se protesta a media voz por lo que hago, y luego se me
felicita, también a media voz. La cobardía y la falta de nervio de nuestra
época son de tan envergadura que nunca se acaba de decir nada claramente. Por
mi parte, prefiero mil veces la algarada de los que no se cortan un pelo
posicionándose abiertamente en contra, aunque no me entiendan, a la cortesía
indiferente de todos los que se quedan imperturbables ante las más
extravagantes barbaridades, o ante cosas que, se supone, habría que tener por
tales, y se quedan así, no por dominar realmente la situación, sino porque
carecen de la más mínima curiosidad intelectual. Porque el pensamiento, en
realidad, no les interesa.
"Las objeciones radicalmente
opuestas a mi teoría mimética se amparan en la premisa de que no puede ser
tomada en serio dado que conduce a conclusiones favorables al cristianismo".
Porque está meridianamente claro para "todos nosotros" que la ciencia
contradice frontalmente a la religión en general y al cristianismo en
particular. Y es igualmente de cajón que si un razonamiento cualquiera, por el
motivo que sea, resulta favorable al cristianismo (aunque sólo sea un poco), no
puede ser científico.
Suponiendo que toda religión arcaica se
funda, efectivamente, sobre una violencia mimética que no llega a identificar
como tal, entonces la Biblia y los Evangelios son, a un tiempo, lo mismo y otra
cosa que la mitología. Aquí y allá, y en todas partes, se cometen los mismos
crímenes, pero en lugar de considerarlos justificados, como se hace en el
contexto mitológico, la Biblia y los Evangelios los tienen por injustos y
criminales. En vez de considerar culpables a las víctimas, como pasa en los
mitos, la Biblia y los Evangelios los declaran inocentes.
Mientras que los mitos antiguos no hacen
sino repetir machaconamente las falacias de los que cometen los linchamientos,
la Biblia y los Evangelios nos cuentan la verdad pura y simple de lo que pasa.
Las mentiras de los mitos no son nada difíciles de detectar, así que uno se
pregunta por qué no las detectan unas personas tan inteligentes como somos
nosotros cuando queremos serlo.
Los cuatro relatos evangélicos de la
crucifixión poseen, insisto, un valor científico, no sólo porque lo que cuentan
es verdad sino porque nos enseñan a
descifrar el enigma irresuelto de la mitología. El auténtico descubrimiento que
contiene mi obra es, según yo lo veo, la rectificación bíblica de la mentira
mitológica.
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (2./10)
Vamos a empezar por el principio.
Casi desde el inicio de la era cristiana, los observadores opuestos al
cristianismo notaron -y además con razón- que la secuencia narrativa de los
Evangelios se parece mucho a la de los mitos, y dicha secuencia no es otra que
la estructura de la que tanto hemos hablado: una crisis mimética acaba
desembocando -en el paroxismo de la violencia desencadenada- en el drama de una
víctima única a la que se da muerte de forma colectivamente unánime.
Aunque inocente, Jesús es elegido como
víctima por todos los que le rodean las autoridades religiosas las primeras, el
gentío de Jerusalén, a continuación, y finalmente la autoridad romana. Los
propios discípulos abandonan al maestro, algunos definitivamente como Judas,
otros temporalmente, como es el caso de todos los que salen huyendo cuando
Jesús es arrestado.
Jesús es víctima propiciatoria en el
mismo sentido en que lo son todas; y es objeto de escándalo, dicen los
Evangelios. Es verdad que no sufrió linchamiento físico, pero su drama posee
fuertes resonancias colectivas, y antes de ser crucificado hubo algunas
tentativas de lapidarle.
Desde el panfletario Celso, en la
Antigüedad, los adversarios del cristianismo se han felicitado siempre por las
similitudes indudables entre las historias mitológicas y el relato cristiano de
la crucifixión. Piensan que bastan para demostrar la equivalencia entre los
Evangelios y los mitos. Esta ansia de encontrar similitudes queda todavía más
reforzada por la repugnancia de los cristianos a reconocer que efectivamente
existen. En lugar de tener auténtica confianza en el cristianismo, y de tratar
de dar con la explicación de lo que significan esas semejanzas, los cristianos
modernos -hombres de poca fe- prefieren cambiar de conversación. Piensan, al
igual que sus adversarios, que si las similitudes en cuestión son reales, el
cristianismo debe ser lo que creen reconocer en él sus enemigos: "un mito
de muerte y resurrección como cualquier otro".
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (3./10)
Pero se equivocan.
Lo que les falta por ver es la diferencia de interpretación que se da entre dos
relatos que cuentan con la misma
secuencia de acontecimientos. Las religiones arcaicas se basan en el mecanismo
de la víctima propiciatoria, que son incapaces de criticar y hasta de
identificar como tal. Sin embargo, la Biblia y los Evangelios identifican y
critican dicho mecanismo. Y, siendo así que lo desacreditan, no pueden basarse
en él.
En los mitos, los que ejecutan los
linchamientos son los que siempre llevan razón, y la que ha hecho algo mal es
la víctima. En la Biblia y los Evangelios, los que dan muerte no tienen razón
en absoluto, y la víctima sí la tiene. El sentido común más elemental debería
bastar para entender que, en este caso, la razón está del lado de la Biblia y
de los Evangelios, que se limitan a negar su apoyo a un vulgar fenómeno de
linchamiento llevado a cabo por turbas enfurecidas.
No es precisamente la fría razón la que
guía a los linchadores, sino su sed de violencia. Lo que ocurre es que cuando
las turbas asesinas refieren su linchamiento, lo transforman en un acto de
justicia. ¿No es legítimo acaso rechazar una cosa semejante?
Hace alrededor de medio siglo, una mujer
que se dedicaba a la crítica literaria y que era considerablemente perspicaz,
Marie Delcourt, descubrió la verdad al darse cuenta de que Edipo era, en
realidad, un chivo expiatorio. Pero, por desgracia, no supo defender su
descubrimiento. Lo mismo que se hizo conmigo, también a ella se le negó la
posibilidad de explicar una obra de la grandeza de Edipo por una idea que el
texto contradice visiblemente. Pero ¿y por qué no podría hacerse? ¿A qué viene
ese fetichismo literario? ¿Por qué hemos de prohibirnos a nosotros mismos hacer
aquello que el autor trágico, enfrentado a todo el pueblo, no podía permitirse
obviamente: cuestionar la verdad del mito? (René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (4./10)
¿Por qué considerar intocable el
mito? ¿Por qué, en nuestro mundo moderno, nos esforzamos
tanto por resacralizar los mitos, en nombre de la estética o de cualquier otra
cosa? ¿Por qué habrían de gozar los mitos de la inmunidad que le negamos a
nuestra religión? ¿En nombre de qué realidad absoluta se prohíbe a los críticos
trabajar con la única hipótesis verdaderamente eficaz, con la única capaz de
explicar todas las recurrencias y extravagancias lógicas que se encuentran en
los mitos? ¿Por qué negarse a constatar que los contagios victimarios han
deformado las referencias que nos han llegado de unas violencias colectivas que
fueron cometidas sin que sus autores se enterasen siquiera de lo que estaban
haciendo? Quienes se desgañitan cantando loas a la belleza de los mitos, y
prefieren cerrar los ojos al cruel autoengaño de los linchadores, se hacen
cómplices de las mismas violencias que no quieren denunciar.
Tener un chivo expiatorio implica no
saber que se tiene. Y darse cuenta de que se tiene un chivo expiatorio es, de
hecho, "caerse ya del guindo", quedarse literalmente estupefacto al
comprender que se ha actuado criminalmente. Es llevar a cabo el descubrimiento
de la participación propia en una violencia injusta. Y eso mismo es lo que hizo Pedro después de haber negado tres
veces a Cristo; y lo que hizo Pablo en el camino de Damasco. Pero la mayoría de
los hombres son incapaces de reaccionar así, y por eso piensan los cristianos
que la lucidez alcanzada en este terreno no puede ser puramente humana. Es el
defensor sobrenatural de las víctimas el que las inspira, aquel al que Jesús
llama el Paráclito, el Espíritu de Jesucristo y del Padre.
Es así ya en el Génesis, en la historia
de José, que rehabilita al solitario héroe frente a sus hermanos; es decir, a
la víctima única frente a quienes, por unanimidad, habían decretado su
expulsión. Es así en los Salmos llamados de execración, que a menudo nos
presentan a un desdichado indefenso, rodeado por vándalos que tienen la
intención de darle muerte entre todos. Es así igualmente en el libro de Job,
ese inmenso salmo. Es así también en lo tocante al Siervo Sufriente del que
habla Isaías, al que mata la muchedumbre enloquecida.
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (5./10)
La verdad se abre camino en la Biblia,
un poco por aquí, otro poco por allá, pero el más perfecto ejemplo, el más
revelador, es la escena de la crucifixión, la única que representa, poniendo la
una frente a la otra, en cuatro versiones distintas, las dos perspectivas rivales:
de un lado, las turbas violentas que consideran culpable a la víctima, es
decir, la vieja perspectiva mitológica que casi toda la gente acepta; y del
otro -tremendamente frágil y, sin embargo, soberana-, la perspectiva
evangélica: un grupo minúsculo de fieles proclamando la inocencia de Jesús.
Al revelar la inocencia de Jesús, los
Evangelios revelan igualmente la inocencia de todas las víctimas similares que
han sido condenadas por todas las violencias unánimes, por todos los
linchamientos montados sobre mentiras, desde la fundación del mundo.
Fenómenos de "chivo
expiatorio" se dan todavía en nuestros días, pero en formas que han sido
sumamente atenuadas por un cristianismo que aún está muy presente en nuestra
memoria. El mimetismo colectivo ya no llega a ser unánime; ya no consigue
reconciliarnos y hacer que todos nos reunamos de nuevo. Hemos penetrado, pues,
en un nuevo mundo, en un mundo en el que la gran mentira de la víctima
propiciatoria única y los sacrificios consiguientes ya no reconcilian a las
comunidades divididas. Éste es ciertamente el primer mundo que se ha liberado
de la falacia de la víctima única, pero es también un mundo privado de
protección sacrificial, el primer mundo amenazado permanentemente por la
autodestrucción, un mundo que puede llamarse apocalíptico con entera propiedad.
Todo cuanto en los mitos nos deja
inseguros, todo cuanto nos impide verlos como relatos fidedignos de
acontecimientos o como piezas de ficción literaria análogas a las que se
producen en el presente, todo eso se esclarece en cuanto se reconoce la
repetición, y además por todas partes, de las mismas violencias unánimes
suscitadas por el mismo mimetismo exasperado, que siempre se presenta desde la
perspectiva de los perpetradores de crímenes, los cuales siempre creen llevar
razón.
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (6./10)
La interpretación del mundo mítico
sugerida por la visión bíblica y por la evangélica, es -según toda evidencia-
una hipótesis científica, pues se obtiene a base de observar coincidencias
entre textos e instituciones que no tienen nada de religioso. Pero por muy
verosímil que nos parezca, tampoco se puede excluir que se trate de una
hipótesis falsa, pero éste no es el tema. Porque aunque fuese falsa, estaríamos
evidentemente ante una hipótesis científica.
Cuando confrontamos esta hipótesis con
los mitos, constatamos que resuelve todos sus enigmas sin que queda nada por
resolver, que explica todas las recurrencias y repeticiones que jamás habían
recibido explicación:
1.-
El misterio número uno es el hecho de que el héroe mítico, antes de ser
divinizado, sea acusado siempre de un crimen bastante grave, de cuya
perpetración se le convence a él mismo, para justificar plenamente la necesidad
de matarlo.
2.-
El misterio número dos es que los crímenes cometidos por ese
"culpable" sean, al mismo tiempo, fantásticos y estereotipados, es
decir, comunes a numerosos mitos: parricidios, incestos, bestialismos, etc. Los
linchadores, por otra parte, siempre están dispuestos a cometer su acción, y
suelen utilizar como pretexto el primer crimen que se les pasa por la cabeza. Y
siempre, también en nuestros días, salen a relucir los mismos supuestos
crímenes, inventados espontáneamente, una y otra vez, por gentes sedientas de
violencia.
3.-
El misterio número tres lo constituye el hecho de que los héroes y heroínas de
los mitos tengan con frecuencia (pero no siempre) algún defecto físico. A veces
se compara al conjunto de los dioses con una "corte de los milagros",
y no es una mala comparación. La explicación de este misterio está, ya lo dije
antes, en el mimetismo, que se focaliza más fácilmente sobre personas que
presentan signos preferenciales de persecución. Entiendo por tales cualesquiera
singularidades susceptibles de atraer sobre quienes las poseen la atención
malévola de multitudes arcaicas sobreexcitadas o asustadas: la belleza o la
fealdad excesivas, las cualidades excelentes (e insolentes) o las minusvalías y
otras limitaciones dignas de lástima, sin hablar de los innumerables enemigos
que se crean los profetas por el solo hecho de anunciar la verdad ("nadie
es profeta en su tierra"). De manera aún más paradójica, la bondad extrema
(sea la del Siervo Sufriente, sea la de Jesús) atrae también el odio de la
multitud, ya que la bondad es otro signo preferencial de persecución. Digamos
finalmente que la idea de que, a diferencia de la mitología (y frente a ella),
los relatos de la Pasión de Jesús poseen un valor de verdad que cabe calificar de
científica. Una vez que se constata su capacidad para resolver todos los
enigmas de la mitología, solamente el fanatismo anticristiano, un auténtico
oscurantismo antirreligioso, puede llevar a rechazarlos sin someterlos ni
siquiera a examen.
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (7./10)
Pero todavía encontramos en los
Evangelios algo más extraordinario aún si cabe. Son todas esa frases, a menudo
lapidarias, todas esas memorables formulaciones, junto con ciertos títulos
aplicados a Jesús, que reproducen, de una forma más abstracta o utilizando un
simbolismo diferente, todo cuanto acabo de exponer acerca del poder revelador
de los Evangelios frente a la religión arcaica. Porque los Evangelios no se
contentan con mostrar las cosas una sola vez, sino que vuelven sobre ellas y
las reformulan de una manera más abstracta o aplicándoles un simbolismo
distinto, a fin de obligarnos a reflexionar y de impedir que las dejemos caer en
el olvido. Ya he comentado algunas de estas formulaciones en otros libros, y no
voy a volver ahora sobre ellas, Me limitaré, pues, a evocar tres pequeñas
frases que considero decisivas.
Mis dos primero ejemplos señalan a los
linchadores y a sus formas de linchamiento, recurriendo a la misma metáfora que
muchos mitos: la horda animal, entregada a la violencia colectiva. El primer
ejemplo es el siguiente: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras
perlas delante de los puercos, porque no las rehuellen con sus pies, y vuelvan
luego y os despedacen (Mt 7,6)».
Otra alusión impactante a la naturaleza
colectiva de la violencia fundadora se encuentra en los capítulos apocalípticos
de Marcos y Mateo. Es ésta: «Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres».
Pienso que aquí se alude a la transformación a la que está destinado el crimen
fundador en los últimos tiempos, en el período caótico que precederá al final
del mundo. No tendrá ya capacidad catártica o purificadora alguna, y en vez de
reconciliar a los hombres, exasperará aún más los conflictos. Para expresar
esta idea, el texto recurre a la metáfora de una carroña sobre la que se abaten
los buitres.
Pienso asimismo en otra frase quizá aún
más significativa y a la que siempre me gusta referirme. Originalmente se
encuentra en el Salmo 118 y, poco antes de su Pasión, Jesús la cita ante un
grupo de personas, de no muy buenos modales precisamente, pidiéndoles que la
interpreten. Se trata de la siguiente frase: «La piedra que desecharon los
edificadores, ha venido a ser cabeza de ángulo». Pero los que le escuchan,
guardan silencio y no ofrecen respuesta alguna. ¿Cómo podría ser que una
piedra, por el solo hecho de ser rechazada, pasara a ser la más importante del
edificio en construcción, la clave de bóveda o la piedra angular? Los que
escuchan a Jesús no responden nada, y su silencio embarazoso se prolonga hasta
nuestros días. Tomada al pie de la letra, en un contexto puramente
arquitectónico, esta frase nada significa. Su mismo carácter absurdo sugiere ya
renunciar al sentido literal, en favor de otra cosa, pero ¿qué? La teoría
mimética no tiene la menor dificultad en responder. «La piedra rechazada por
los edificadores no se diferencia en nada de las otras, excepto por el hecho
mismo de ser rechazada por todos». Posee, por tanto, todas las características
de una víctima propiciatoria. De modo que es su rechazo unánime, y nada más (ya
que no se le atribuye ningún rasgo especial), lo que proporciona al edificio la
clave de bóveda o, dicho en otros términos, su principio organizador.
El hecho mismo de que la frase en
cuestión no sea de Jesús mismo, sino que él la cite sacándola de su contexto,
por darse cuenta -antes que nadie- de su pertinencia, demuestra que era él -el
propio Jesucristo- el poseedor del saber profundo que contienen los Evangelios
y al que tan sólo ahora estamos empezando a acceder (o al menos así lo espero).
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (8./10)
Si tenemos en cuenta que Jesús iba a
morir como víctima propiciatoria, entenderemos por qué cita esa frase
enmarcándola en el nuevo contexto de lo que él mismo va a protagonizar. Es una
revelación directa del verdadero carácter de la religión arcaica, y también
otra indirecta (aunque casi más impresionante) del papel redentor que va a
cumplir Jesús el Cristo. Sin que se sepa muy bien por qué, la piedra que fue
rechazada injustamente es la que acaba rematando el edificio y se convierte en
la fundamental. Es la piedra de la que depende la bóveda entera, y no puede, de
hecho, ser retirada sin provocar el derrumbe del edificio. ¿Cómo no
preguntarse, al leer este texto, si no hay en los Evangelios un mayor
conocimiento de la cultura humana que el que tienen toda la antropología y toda
la sociología contemporánea juntas, con tanto como pretenden enseñarnos?
Quede claro que no pretendo que esta
comprensión del mecanismo fundador que aquí se nos revela sirva para demostrar
las afirmaciones teológicas "sensu
stricto" del cristianismo tradicional: la del carácter redentor de la
muerte de Cristo, o el dogma de la Santísima Trinidad, por ejemplo. Nunca he
dicho tal cosa. Todo lo que digo (que ya es mucho) es que si los Evangelios
contienen un saber sobre la génesis de la cultura humana mayor que el que
nosotros tenemos, convendría que tanto el mundo científico como el mundo
intelectual en general los tomaran mucho más en serio, porque quizá apenas
estamos empezando a descubrir las verdades que contienen. Y sin embargo, la
mayoría de los investigadores se niegan a sí mismos la mera posibilidad de
consultar los Evangelios en relación a cualquier tema en estudio. En nombre de
ese espíritu laico que llevan dentro se privan de una fuente de información
que, como va quedando claro a estas alturas, es infinitamente más importante y
más misteriosa de lo que se había supuesto.
Renunciar a esa fuente de conocimiento
es aún más grave, para la comprensión de nuestro mundo, de lo que sería
renunciar a Homero a la hora de pretender estudiar la Grecia preclásica.
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (9./10)
Lo que el nihilismo de estos tiempos se
niega a ver es una cosa de apariencia paradójica, pero que salta a la vista en
cuanto uno se para a reflexionar. Sólo los relatos que se parecen mucho en
cuanto a los acontecimientos que narran, los relatos que cuentan, en
definitiva, los mismos hechos, el mismo tipo de dramas, los mitos antiguos y
los Evangelios, por ejemplo, pueden diferir, pero no en el sentido de las
ridículas diferencias que enfatizan los deconstruccionistas, sino de un modo
verdaderamente significativo, y ello porque son susceptibles de transmitir
interpretaciones opuestas. Relatos que hablan, todos, de violencia unánime -los
mitos, por un lado, y los relatos evangélicos, por otro-, difieren radicalmente
entre sí porque interpretan las mismas muertes que son resultado de esa
violencia unánime, los mismos linchamientos, de una forma radicalmente opuesta.
Los deconstruccionistas no paran de
afirmar que las interpretaciones que puede recibir un texto son innumerables, y
que no hay forma humana de elegir. Lo que viene a ser como decir que todas
carecen por igual de significado. Esta pirueta intelectual les exime de
plantearse el problema de la verdad; pero cuando lo que está en juego es la
vida de una víctima, no se puede eludir el dilema trágico: o bien la víctima es
culpable o bien es inocente, y entonces lo que hay que hacer es rehabilitarla.
Al dejar totalmente al descubierto la gran
mentira que provoca y organiza la focalización de las multitudes contra Jesús,
los Evangelios nos suministran una llave que abre innumerables puertas y
transforma radicalmente la cultura, no sólo de Occidente sino del mundo entero.
En tanto que el mundo occidental era
cristiano, al término mito se le daba espontáneamente el significado de
"mentira". Nadie podía decir exactamente por qué, pero el caso es que
existía un instinto de verdad que hemos perdido. Sería importante volver a
cogerle el punto.
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
LA RECTIFICACIÓN BÍBLICA DE LA MENTIRA MITOLÓGICA (10./10)
Los Evangelios consideran falsa la
creencia de los linchadores, que desde luego son culpables, aunque también
perdonables desde el momento que son víctimas de una ilusión involuntaria. Eso
es precisamente lo que Cristo dice de los que le persiguen: «Señor, perdónalos
porque no saben lo que hacen». Y es también lo que manifiesta Pedro en los
Hechos de los Apóstoles: «Vosotros y los que os dirigen, todos sois menos
culpables de lo que creéis». Se equivocan, pues, los que insisten en que el
cristianismo de los primeros tiempos, y los textos básicos de la religión
cristiana, son responsables de la persecución encarnizada que, siglos después
de los hechos que narran los Evangelios, paganos mal cristianizados infligieron
a los judíos, que eran vistos como los únicos responsables de la Pasión de
Cristo.
De la Pasión, todos somos igualmente
responsables, pues en ella se resume la verdad de la humanidad entera,
enraizada en una culturas que eran, por su parte, tributarias de una violencia
colectiva a la que, para bien o para mal, los hombres deben su propia
humanidad.
Antes de que se escribiesen los
Evangelios, nadie sabía que quienes realizaban aquellos linchamientos de
resonancias míticas, escogían a sus víctimas puramente al azar. Hoy, todo el
mundo lo sabe, pero lo que nadie parece sospechar es que el mundo actual debe
este conocimiento a la Biblia y a los Evangelios.
Si nadie invoca a la ciencia para
justificar el saber al que me estoy refiriendo, no es porque la certeza al
respecto sea insuficiente, sino más bien por todo lo contrario. Tal vez porque
es demasiado grande. Esta clase de conocimiento es tan fuerte que los lógicos
lo han bautizado, desde hace mucho, como common
knowledge, "lo que es de puro sentido común" y que no se tiene
por científico. Se trata, más bien, de algo tan firmemente establecido que una
humanidad totalmente ajena a ello nos resulta, en cierto modo, inimaginable.
Pero tal cosa no es obstáculo para que el saber en cuestión sea también
científico. Si se puede lo difícil, se puede lo fácil.
(René Girard; Los Orígenes de la Cultura, Edit. Trotta)
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