¿QUÉ ES ‘ESO’ DEL PECADO ORIGINAL?
Fr. Alejandro
de Villalmonte, OFM Cap.
Para el gran
cristiano y gran genio Blaise Pascal, el pecado original (PO) es el misterio
más profundo y desconcertante que la religión cristiana ofrece a la mísera
inteligencia humana.
En el siglo V
san Agustín -el ‘inventor y doctor’ del PO, según se dice- afirmaba que el PO
es un tema fácil para hablar, pero difícil de entender. En el siglo XVI, otro
máximo defensor del PO, M. Lutero constataba: “Sobre el PO fabula la turbamulta de los teólogos de muchas maneras”.
En la segunda mitad del siglo XX aparecieron numerosos intentos de
reformulación de la vieja creencia. Algunas tan profundas que san Agustín o el
concilio de Trento no sabrían cómo reconocerse en ellas. Un grupo creciente de
teólogos católicos, tras haber estudiado histórica y críticamente el problema,
al iniciarse el siglo XXI, ha llegado a la conclusión de que la ‘teología
católica’ no tiene motivos para seguir defendiendo la vieja teoría del PO.
En medio de
reformulaciones tan dispares, los que todavía siguen hablando del PO me parece
que quieren decir en sustancia lo siguiente:
“Todo hombre, al entrar en la existencia,
antes de cualquier ejercicio de su actividad consciente y libre, se encuentra
ya en situación teologal de enemistad, de desgracia ante Dios, esclavo de
Satanás, según terribles frases del concilio de Trento (DS. 511-512): en
‘pecado original’. En todo caso, esta realidad misteriosa del PO no puede
ser expresada en una simple, única proposición, como podría hacerlo un
Catecismo. Se trata de una auténtica ‘constelación
de afirmaciones’ diversas, pero fuertemente articuladas entre sí. Para una
más matizada comprensión del concepto integral del PO conviene distinguir estos
cuatro cuerpos o grupos de afirmaciones:
-
Afirmación
antecedente, presupuesto indispensable del PO es la llamada ‘teología de
Adán’, es decir, la presentación del Adán de Gn 2-3 como individuo humano
dotado de realidad histórica tan densa como la de Julio César o Pablo de Tarso;
creado por Dios en ‘santidad y justicia’. El cual, Adán, con su enorme pecado,
habría cometido el pecado ‘originante’ de la ruina espiritual de la raza
humana.
-
Afirmación
constituyente, el núcleo duro de la enseñanza, lo constituye la verdad que
explícitamente recogíamos en la definición: “todo
hombre entra en la existencia en situación teologal de pecado, en muerte
espiritual ante Dios, reo de eterna condenación”.
-
Afirmación
consiguiente, que se refiere al hecho de que, a consecuencia del PO, la
raza humana queda transformada en ‘masa de pecado’, ‘masa de condenación’. Las
miserias todas de la vida humana, y la perspectiva de la condenación eterna,
son representadas como “castigo de Dios”
por el pecado del primer padre de la especie humana.
-
El pecado
original, como pecado permanente. Ciertos grupos cristianos (los
protestantes) lo presentan como pecado imborrable, connatural al existir
humano. Los católicos dicen que el PO, borrado en su formalidad de pecado por
el bautismo, permanece, sin embargo, en sus efectos, en su influencia nefasta.
Especialmente en la desenfrenada concupiscencia a la que, en forma extremosa,
san Agustín llama “dura necesidad de pecar” (peccandi dura necessitas). Fuerza maligna, raíz e irrestañable
fuente de los pecados, individuales y sociales.
Convendría
mucho no olvidar las anteriores matizaciones sobre el amplio campo semántico
del lexema ‘pecado original’. Porque, hablando de la influencia que el dogma
del PO ha ejercido sobre la cultura occidental, tal influencia puede afectar a
uno de los aspectos señalados y no al otro. Porque el concepto de PO no puede
restringirse a una frase de Catecismo (el de G. Astete) que dice que el PO es
“aquel con el que todos nacemos heredado de nuestros primeros padres”. Hay que
tener en la mente ‘la constelación de
afirmaciones’ que acabamos de describir.
El fenómeno
global del PO, podría verse simbolizado también en la figura de ‘El Pecado’, de que habla Pablo (Rm
5-7): símbolo, personificación, prosopopeya de las fuerzas malignas que operan
en la historia humana, que penetra subrepticiamente en el mundo y tiraniza a
los hombres, hasta que Cristo los libera.
El omnipresente pecado original
«En
medio de la noche,
mil perros ladrándole a una sombra
la convierten en una realidad»
(Proverbio árabe)
Esta figura y
la de su gemela, la triste figura del ‘hombre caído’ (homo lapsus), ya en sí mismas, ya las afirmaciones colaterales que
las acompañan como al viajero su sombra, gozan de una que llamaría
‘omnipresente influencia’ en el campo del sistema cristiano de creencias y en
el campo de la cultura occidental, desde hace más de quince siglos. Anticipo
algunas ‘autoridades’ que confirman nuestra apreciación sobre la importancia
primera de la teoría del PO dentro del sistema cristiano de creencias.
Ya en 1967 el
gran escriturista H. Haag escribía estas palabras: “Después de que, durante mil quinientos años, la Iglesia occidental se
ha mantenido fiel a la tradición erróneamente introducida por Agustín, la
despedida del PO llega hoy realmente no demasiado tarde, sino más bien tarde”.
Y allí mismo: “Si eliminamos la doctrina
del PO, (como él hace) no eliminamos
únicamente un capítulo del Catecismo, habría que escribirlo todo de nuevo”.
Y el teólogo I, Willig: “La revisión de
la doctrina del PO implica la revisión de todo el sistema teológico”.
Afirmación nada
sorprendente para quien recuerde que la mayoría de los teólogos cristianos
ponen el evento de la ‘caída/pecado original’ como el gozne sobre el cual gira
una llamada ‘actual’ economía e historia de salvación; eliminada la paradisíaca
originaria. Una visión de la economía e historia de salvación ostensiblemente
‘hamartiocéntrica’: centrada en ‘El
Pecado’, que provocó su puesta en marcha y la califica con su multiforme
presencia e influencia a lo largo de los siglos.
El teólogo
reformado P. Ricoeur, que ha estudiado como nadie en la época actual en gran
tema del PO, sintetiza su pensamiento en estas enfáticas palabras: “Nunca
podrá exagerarse el daño que infligió a las almas durante los primeros siglos
de la Cristiandad, primero, la interpretación literal de la historia de adán, y
luego, la confusión del mito, como episodio histórico, con la especulación
posterior, principalmente agustiniana, sobre el pecado original. Al exigir a
los fieles la fe incondicional a este bloque mítico-especulativo y obligarles a
aceptarlo como una explicación que se bastaba a sí misma, los teólogos exigían
un ‘sacrificium intellectus’, cuando
lo que tenían que hacer en este punto era estimular a los creyentes a
comprender simbólicamente, a través del mito, la situación actual”.
¿Podemos seguir hablando del PO?
Tal vez la gente cristiana tiene hoy día escaso interés en hablar del PO. O lo
reducen todo a recordar el mito del paraíso, sus entretenidos personajes y
eventos. Si bien parece que en algunos grupos de tendencia conservadora,
integrista, fundamentalista, sí que les gusta seguir hablando sobre el PO con
el lenguaje de hace siglos. Grupos tal vez demasiado afectados por cierta
'difusa, colectiva neurosis de culpabilidad', que viene de lejos en el 'cristianismo
occidental', según se irá viendo. Y que busca cobertura teológico-pietista
en la teoría del PO.
En el curso
1966-1967, iniciaba mis lecciones como profesor de Antropología Teológica en la
Universidad Pontificia de Salamanca. Tenía la obligación profesional de
mantener la enseñanza tradicional y dogmática sobre el PO. Mi antecesor en la
cátedra y el ambiente general eran de plena y hasta rígida ortodoxia en este
punto. Yo, personalmente, había llegado a la convicción de que la doctrina
tradicional sobre el PO era del todo insostenible. Tomé la aventurada decisión
de explicar en clase mi opinión contraria a la doctrina del PO. Para mi
gobierno personal hice este razonamiento: si, por negar la doctrina tradicional
sobre el PO, me han de retirar la facultad de enseñar, mejor será que me priven
de ella ya en el primer año. Pero no fue así. Seguí exponiendo mi convicción
durante varios cursos, sin que las autoridades académicas me molestasen por
este motivo. En este espacio de tiempo, por tres veces estuve en la Universidad
Católica de Lisboa, como profesor invitado. También aquí expuse mis
convicciones sobre el PO. Más matizadas, pero también más aplomadas. En una
reunión de los profesores de la Facultad de Teología se discutía monográficamente
mi propuesta sobre el problema del PO. La propuesta fue discutida con
detención. Pudo haber división de opiniones. Pero no se manifestó una oposición
de fondo por parte de nadie.
Como
complemento y reafirmación de mi docencia en la Universidad Pontificia, y con
posterioridad a ella, publiqué sobre el PO numerosos artículos y dos libros.
“Ninguna
religión, dice Pascal, excepto la nuestra, ha enseñado que el hombre nace en
pecado; ninguna secta de filósofos lo ha dicho; ninguna, por lo tanto, ha dicho
la verdad”. Esta afirmación tan grávida de contenido y revestida de la
solemnidad de un apotegma, conviene encuadrarla dentro del contexto general de
todo el cristianismo de su autor. La doctrina del PO es una de las bases firmes
del pensar y del vivir del gran genio y gran creyente que fue Pascal. Su
crítica de la filosofía y su apología de la revelación; su figura de Cristo a
todas luces hamartiocéntrica en su misión salvadora; su antropología centrada
en la reflexión y vivencia de la “miseria” humana; su religiosidad indudable
está impregnada del sentimiento de culpa proveniente del hecho del PO. Se ha
podido hablar de ella por alguno de sus admiradores como de ‘la religión triste de Pascal’ (L.
Kolakowski). Sin embargo, con el debido respeto a un hombre genial y profundamente
religioso, me permito expresar mi disconformidad radical con el citado texto
pascaliano. Cuando el Cristianismo ‘occidental’ ha dicho a los hombres que
nacen en PO, no les ha dicho la verdad sobre lo que el hombre es ante Dios. La
verdad es que el hombre no nace en pecado, sea ‘original’ u otro: nace en
amistad de Dios, acogido a la Gracia que lo eleva de su ser creatural y le
confiere un nuevo ser en Cristo. La enseñanza sobre el PO, lejos de ser un
motivo de ‘gloria’ y excelencia sobre las demás filosofías y religiones,
debería buscar la forma de defenderse ante la humanidad por el hecho de haber
proclamado durante siglos, en forma infatigable y solemne, que el hombre nace
en PO. En vez de decir la verdad: que nace como hijo de Dios en Cristo, en el
paraíso y en la casa del Padre. En ese punto, la verdadera excelencia del
Cristianismo sobre las demás religiones y filosofías debe fijarse en que, al
dirigirse al hombre, sólo esta religión puede darle la Buena-Nueva de que
inicia su existencia en la tierra acogido-ya a la amistad con Dios, elevado-ya
a la dignidad de hijo de Dios transformado su ser natural en nuevo ser en
Cristo. Y las demás filosofías y religiones nada saben de este grato mensaje.
El obispo de
Hipona, Agustín, inventó el PO, al que Lutero, con su idea de la
predestinación, negando toda libertad humana, abocaría al nazismo -esa
idolatría de la nada sustentada en razas y nacionalismos- sin otro fin que la
aniquilación del género humano: “perdona, es mi naturaleza, -le dijo el
escorpión a la rana, que lo llevaba de una orilla a otra, tras clavarle su
aguijón en mitad del río-…”.
¿Qué haremos
con todos eso maestros que no saben hacer otra cosa que suspenderse a sí
mismos? Tenemos un cascabel y conocemos al gato, ¿debería hacerlo un solo
ratón?...
Al principio
del siglo XXI el PO es cosa de los “muy cafeteros”, quizá por eso anden como
andan de los nervios… cosa que tiene muy poco que ver con la historia de la
salvación, ni con la revelación, si no es para mostrar que por ahí no es.
(Cristianismo sin pecado original; El Pecado y la Gracia en la cultura
occidental. Visión franciscana del hombre; Fr. Alejandro de Villalmonte,
OFM Cap.)
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