1.- BÚSQUEDA DEL BUEY
Sólo vemos al campesino que
busca. Esto quiere decir: el hombre se ha dado cuenta de que le falta algo y
que no debe vivir al día sin más, como un animal, si de verdad quiere ser un
ser humano.
“Hay que encontrar al buey”, y
sin embargo, la actitud del campesino es la del que está desorientado y abatido
entre las criaturas: caminando hacia delante pero mirando atrás, rodeado de
ruidos y alicientes que apremian a los sentidos a diestra y siniestra... Pese a
todo él camina con una fuerte convicción interior: “Tengo que encontrar a mi
buey, por eso camino”.
La primera etapa de la búsqueda
es dura y exige una voluntad inquebrantable de encontrar el buey o la casa
paterna. Las trampas aparecen por todas partes, caminos bifurcados, encrucijadas
que estimulan muchas veces al caminante a mirar atrás. La historia occidental
del ciervo almizclero, que desde pequeño buscaba el perfume que emanaba de la
bolsa escondida en su propio pecho, resulta todavía más drástica y menos
dualística. Trata el ciervo de descubrir su tesoro (su perfume interior) sin
saber nunca bien cómo hacerlo. El ciervo muere en medio de su fatigosa
búsqueda, cayendo precipitadamente por un barranco y encontrando, demasiado
tarde, la respuesta tan deseada: de su pecho desgarrado brota por fin el
perfume anhelado. La fuente preciosa del perfume estaba dentro, no fuera de él.
Después de cierto vagabundeo,
más o menos largo, dependiendo del tipo de individuo, llegará una cierta crisis
a causa de la cual aparecerá evidente la inutilidad de la búsqueda mental.
Esta crisis puede conducir hasta
una encrucijada definitiva: abandonar la búsqueda y transformarse en un cadáver
ambulante entre las cizañas del mundo, o dejar de buscar sólo con la mente e ir
más allá. El campesino debe estar decidido a encontrar a su buey a toda costa.
Será necesario emprender un camino de meditación silenciosa, no conceptual, sin
discursos ni reflexiones mentales. Dudas y motivaciones para abandonar la
empresa no faltarán...
(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)
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