2.- DESCUBRIMIENTO DE LAS HUELLAS
El campesino descubre las pistas
del buey, es decir, el creyente lee en las sutras, las Sagradas Escrituras, y
escucha sermones sobre la ley de Buda. Como lo uno y lo otro han surgido del satori, son de algún modo las pistas del
rastro del satori.
Por algún motivo llega un
momento en que se sabe que se está mirando en la dirección adecuada. Este
segundo dibujo indica esto precisamente. En contraste con el anterior, donde
antes estaban las diversas imágenes de la naturaleza, ahora hay un sencillo espacio
limpio que deja ver, claras y rotundas, las formas más importantes a
distinguir: las huellas del buey.
Todo tiene la dirección
adecuada, hasta la nubecilla (que podría representar los tímidos pensamientos
que todavía hacen en la mente un poco de ruido) está orientada hacia las
huellas del buey. El cuerpo del campesino se mueve con velocidad y ligereza,
mientras que las manos empuñan firmemente los instrumentos de la disciplina: el
látigo y la cuerda (elementos ascéticos, típicos de las etapas preparatorias a
la fase iluminativa).
El primer elemento que se
transparenta en este segundo dibujo es el desprendimiento. Desprendimiento de
todo lo que antes impedía avanzar velozmente por el camino. Ya no existe la
posesividad y el apego a la creación... ¡y precisamente por esto la creación
desvela al campesino el secreto de las huellas!
Desprendimiento
no quiere decir frialdad, falta de amor o todavía menos desprecio o drástico
rechazo: significa sencillamente libertad de los vínculos propios del apego
desordenado y subordinación de las criaturas a la última meta. De ese modo las
criaturas, no sólo no serán obstáculo, sino que se convertirán en signos a
través de los cuales las huellas del buey serán perfectamente visibles.
Uno de los
signos más claros del descubrimiento de las huellas es la sencillez en la vida
del meditante. El dibujo se reduce a lo esencial: mirar y caminar decididamente
hacia la dirección justa. La sencillez, la reducción de todo a lo único
necesario, es una de las peculiaridades del crecimiento en el camino de la
meditación silenciosa.
Posiblemente
el elemento más precioso contenido en el segundo dibujo es el despertar de la
intuición. La fe intuye al buey cercano, aunque todavía este oculto. Es como el
trabajo del escultor quitando del bloque de piedra lo que le sobra a la
escultura, o del que se pierde en el bosque buscando la rama o el tronco que
contenga en su interior lo que está buscando. A veces se despierta esta
capacidad intuitiva precisamente después de mucho vagabundear entre la maleza. El
meditante se pregunta: “Pero ¿por qué sigo siempre buscando tontamente las
mismas cosas que nunca me satisfacen?
La intuición
puede abrirse incluso antes de empezar un camino de silencio meditativo, pero
en todo caso no faltará si se es constante en la práctica silenciosa. Ni
siquiera las distracciones molestarán como antes y habrán perdido su carácter
de malezas, porque el meditante habrá aprendido a dejarlas pasar, sin
identificarse con ellas, y así se irán convirtiendo en la exigua y tenue nubecilla
sobre la cabeza del campesino: le sigue, pero no le molesta.
Pese a todo, y
aunque parezca en contradicción con lo anterior, hay que hacer notar que las
huellas pueden descubrirse también a través de una cierta enseñanza conceptual:
“Estudiando los sutras y desentrañando el
sentido de las enseñanzas, el campesino puede ahora captar intelectualmente el
sentido de la verdad: ha divisado las huellas”.
Las enseñanzas
son un arma de doble filo: pueden ayudar al despertar o impedirlo. Con la Escritura en la mano se
puede comprender el verdadero sentido de la revelación o se puede forzar,
obstaculizar con razonamientos y hasta extraviarlo. Con la Escritura en la mano y
una cierta habilidad mental, los sacerdotes condenaron a Cristo por blasfemia,
y a través de los siglos se han perpetrado infamias: los inquisidores quemaron
en las plazas a las brujas y los cruzados mataron a los musulmanes en nombre de
Cristo.
El verdadero
objetivo de las enseñanzas es despertar el misterio en ti, el tesoro y la
revelación que yacen escondidos en ti, el grano de mostaza que empieza a
despuntar en ti, las huellas que se extienden rotundas frente a ti. Si la
enseñanza no sirve para esto, si es buena solamente para sobrecargar y
desorientar la mente, entonces no es verdadera enseñanza.
Desde el
primer dibujo lleva consigo el campesino los dos instrumentos típicos de la
disciplina: el látigo y la cuerda. Látigo y cuerda no pueden faltar,
especialmente en los primeros estadios de la aventura hacia el despertar. Nunca
habrá una verdadera conquista, un verdadero nuevo nacimiento sin una seria y
prolongada disciplina.
La tradición
cristiana cuenta siempre con ayuda de la gracia y subraya este aspecto en todo
verdadero camino de desarrollo espiritual. Sin gracia no puede haber verdadero
crecimiento y verdadero descubrimiento, porque son dones del Maestro Interior,
es decir, del Espíritu.
Sin embargo la
gracia, al ser precisamente pura gratuidad y amabilidad divina, está siempre
ahí, a nuestro alcance, pero requiriendo que alguien extienda la mano y abra la
puerta al que llama y quiere entrar para ofrecernos su don (Ap 3,20). Ahora
bien, será imposible escuchar al que llama, y también abrir la puerta, sin la
práctica regular de una cierta disciplina.
(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)
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