10.- REGRESO A LA PLAZA DEL MERCADO
El iluminado va a la ciudad, el
lugar de los hombres. Llegar a ser Buda significa, llegar a ser un hombre de
verdad, es decir, un ser humano que por medio de entrenamiento ascético ha
madurado hasta llegar a ser una personalidad en plenitud y que ayuda también a
otros a llegar a ser verdaderos hombres.
Esta última tabla, más que
señalar el término del sendero místico, indica el inicio de otros muchos nuevos
senderos. Tanto el dibujo como su título expresan el regreso del campesino en
medio del mundo de ilusión, con el propósito de despertar a los que viven
inmersos en la ilusión.
El iluminado aparece relajado y
tranquilo, con los brazos abiertos en señal de desprendimiento y donación,
grueso y lleno de energía, y al mismo tiempo disponible para un agradable
encuentro y dispuesto a conversar con los demás. ¿Podría ser también, el
iluminado, el campesino que lleva el pez que ha mordido el anzuelo?...
Según Migi Autore, esta posible
vaguedad de contornos sería intencionada:
“No esperemos claridad en los
textos zen, todo se deja a la resonancia interior de cada uno, esta es la
función y la belleza de la metáfora, el encanto poético de las antiguas
historias simbólicas de todos los tiempos y lugares. (...) Además, los dos
personajes del último icono podrían ser el mismo personaje, que, continuando el
extraño juego de espejos, refleja en uno el esplendor de su naturaleza interior
exteriorizada; en el otro, la normalidad de su condición humana que
externamente no se distingue de cómo era antes y de los demás seres vivientes”.
La piedra angular de este último
dibujo es un inmenso amor del ser humano realizado hacia los seres humanos que se encaminan por
el sendero de la búsqueda. Pero para acercarse a los demás hay que hacerse lo
más semejante posible a ellos, sin protecciones, sin ostentaciones de poder,
sencillamente uno más entre ellos.
El iluminado tendrá que ayudar
ahora a sus hermanos a descubrir las huellas del buey. Pero él será sencilla y
humildemente uno más entre los otros, manteniendo bien oculto su último
secreto: “Yo estoy siempre inmerso en la felicidad”.
En uno de los textos más
sagrados y venerados del zen, el Hokyo
Zan Mai, compuesto por el maestro Tozan (806-869) se lee este breve poema
que contiene precisamente el secreto del regreso al mercado:
“Si eso está mezclado,
hay felicidad.
Pero no debemos cometer
ningún error.
En realidad, el campesino
regresa al mercado portando una perfecta mezcla de fusión: buey, satori,
pequeño yo y el mismo cosmos, todo está mezclado, pero con tanta perfección que
el mercado es felicidad, como lo es el satori y el pequeño yo que aparece en
medio del mundo. En términos cristianos se podría decir así:
“Nadie enciende una lámpara y la
pone en un lugar escondido. (...) Si todo tu cuerpo está iluminado (...) todo
el resplandecerá como cuando la lámpara te ilumina con su esplendor” (Lc 11,
33-36).
Si la luz penetra y se mezcla
perfectamente con todo, todo resplandecerá, como todo resplandece en la mirada
iluminad del campesino. La mirada es también “Eso”, lo límpido, y por lo tanto
lo que lo penetra todo, hasta el universo. Es como el río de nuestra anterior
comparación, pero tan inmenso y transparente, que ahora ya no está encerrado en
ninguna orilla, simplemente se convierte en océano, donde todo se disuelve en
transparencia y todo brilla: “Yo estoy siempre inmerso en la felicidad”
Él no puede dejar de saber lo
que sabe, ni de ser el que es, pero nunca debe manifestarlo con evidencia, para
no deslumbrar y correr el riesgo de quedarse solo, sin posibilidad de ayudar a
los demás: “Ha sepultado a mucha profundidad su naturaleza luminosa y también
se permite desviarse de los venerables senderos de los antiguos maestros”,
comenta Chi-yuan.
(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)
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