3.- DESCUBRIMIENTO DEL BUEY
El campesino
ve la forma del buey desde lejos y no muy clara. El ejercitante ha descubierto
como en una luz crepuscular su propio yo mismo original, rozando las raíces de
todo en un primer satori. A partir de
ahora los sonidos de la naturaleza, como por ejemplo el trino del ruiseñor, de
vez en cuando despiertan el recuerdo del verdadero yo mismo. Significativamente
el trino del ruiseñor japonés se expresa de forma onomatopéyica hô keykô, que quiere decir lo mismo que
"sutra de la flor de la ley (de Buda)".
El buey
empieza a mostrarse a los ojos maravillados del campesino: estamos, por tanto,
en los comienzos de la iluminación. Es interesante observar la psicología
manifestada en los tres primeros dibujos a través del rostro y de las actitudes
del campesino. En el primer dibujo él es todo confusión y duda: camina
adelante, mirando, sin embargo, atrás; el segundo dibujo nos lo muestra en una
especie de exultante tensión hacia la meta; el tercero es la imagen de un
primer reposo causado por el imprevisto encuentro con el buey, y al mismo
tiempo los rasgos del rostro reflejan los signos de una asombrada sorpresa.
Cuerda y látigo no impiden este armonioso y gozoso descubrimiento.
El primer
iluminado de la tradición budista, el propio Buda, alcanzó su despertar contemplando
la estrella de la mañana. Si bien los momentos de satori surgen en medio de las circunstancias más variadas, los
casos de iluminación en contacto con la naturaleza puede que sean los más
frecuentes, tanto en oriente como en occidente: un novicio budista japonés tuvo
su satori mientras paseaba por el jardín del monasterio y precisamente en el
momento de tropezar en un desnivel del terreno. Un campesino recibió la
iluminación mientras sacaba agua de un pozo, un poeta mientras escuchaba el
sonido el agua de un torrente, otro al oír el sonido de una piedra que golpeaba
una caña de bambú.
Puede que la
palabra “abrirse” sea clave en el descubrimiento del buey. Cuando después de un
largo proceso de silencio y de limpieza de los hierbajos, la mente zen está
límpida y preparada, el satori llega
como un total desplegarse. “¡Aquí no puede esconderse ningún buey!”. Porque
todas las dificultades que han precedido al encuentro con el buey proceden de
obstáculos mentales que encerraban al campesino dentro de su mundo engañoso.
Hablando de
iluminación, dice un maestro del siglo VII a su discípulo: “Es como si buscases
al buey sobre el que vas sentado”. “Buscar las gafas que llevas puestas”
diríamos hoy. En esta metáfora aparece netamente el carácter no-dualístico del
descubrimiento iluminativo: la propia naturaleza original. El
buey y el que lo monta son una sola cosa.
“El satori se sustrae a toda categoría, a
toda conceptualización, el lenguaje no puede dar una idea de él. El satori no se puede aprender, o recibir,
de ningún otro. Hay que hacer la experiencia por sí mismo”.
Estas
experiencias, y especialmente la iluminación, no se pueden describir de modo
que el inexperto comprenda, por consiguiente, las mejores respuestas son las
paradójicas.
(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)
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