9.- LLEGAR A LA FUENTE
Un paisaje. El mundo, del que el
ser humano procedía cuando emprendió el camino de la iluminación, ha seguido
siendo el mismo, como tampoco ha cambiado el paisaje en el que el campesino
andaba buscando a su buey. Pero para él si es diferente ahora, por cuanto ya no
está perdido en el mundo, apegado a él, sino por encima de él. La meta del Zen
no es aislarnos de los hombres y abandonar el mundo para pasar el resto de la
vida como un árbol seco inútil, satisfecho de sí mismo, sino vivir en medio de
este mundo cambiante e inestable, libre de toda esclavitud derivada de prejuicios
y tendencias egoístas.
Un
árbol en flor (“las flores son rojas”) hunde sus raíces en las frescas aguas de
un río tranquilo, mientras en primer plano revolotea un pájaro lleno de alegría
de vivir. Aquí no existe ya nadie que contemple el paisaje, porque no existe un
pequeño yo que se considere tan importante como para entrar a formar parte de
la escena dualísticamente. El iluminado es tan límpido y transparente que se
hace pura contemplación, desligado del mundo de las formas, sin identificarse
con las formas que contempla, situado en su punto de origen, en su casa.
“¡Ha habido que recorrer demasiado camino para volver a los orígenes y
a la fuente!”.
En este solo verso está
contenido el sentido entero de la vida humana: ¡Volver a casa! ¡Comprender el
origen y la misteriosa fuente que mana en las raíces de toda vida! El largo
camino meditativo ha servido para abrir los ojos del hombre, para purificarlo y
hacerle comprender.
En la última frase del texto
chino del poema se encuentra el vigésimo hexagrama del I Ching que corresponde a
La Contemplación : “La ablución ha tenido lugar,
pero aún no la ofrenda, confiados, elevan a él su mirada”, indicando la
purificación de una mirada limpia que se alza espontáneamente hacia el último
secreto, hacia el sentido de todo. El nombre chino del signo, con una ligera
variación de acento adquiere una doble connotación. Por un lado significa el
contemplar, por otro el ofrecerse a la vista, el modelo.
Tales ideas son sugeridas por el
hecho de que el signo puede ser concebido como imagen de una torre, como las
que se veían con frecuencia en la antigua China. Desde esas torres o atalayas
se abarcaba una amplia perspectiva en derredor, y por otra parte, una torre de
ese tipo situada sobre una montaña, era visible desde lejos. De este modo el
hexagrama simboliza aun soberano que hacia lo alto contempla la ley del Cielo,
y hacia abajo las costumbres del pueblo; pero que, además, dado su buen
gobierno, constituye un elevado modelo para las masas.
El acto sacrificial comenzaba en
China con una ablución y una libación, con lo cual se convocaba a la divinidad.
Luego se ofrendaban los sacrificios. El lapso que media entre ambos actos es el
más sagrado, pues es el momento de máximo recogimiento interior.
Así, después del recorrido
meditativo a través de caminos de distinta longitud, vueltas y revueltas, según
la propia diversidad de cada buscador, finalmente surge el Punto Clave, y el
meditante, paradójicamente disuelto y anulado en Él, contempla sorprendido la
existencia de toda su casa. Humilde, transparente, completamente inocente, como
un niño en medio del primer día de la creación, puede reír, bailar y gritar el
milagro continuo en el que se mueve: “¡Oh maravilla, milagros por todas
partes!”
Hemos llegado así a la
culminación simbólica del camino meditativo, que se inició con la búsqueda de
un misterioso buey. Podríamos decir que todo acaba aquí. Pero pretender que la
búsqueda del buey es fin en sí misma y termina en el retorno al punto de
origen, sin añadir más, sería un grave error. También en este caso, tanto el
budismo como el cristianismo están en sintonía respecto al último paso, que se
manifiesta en la absoluta donación de sí mismo y en la armonía expansiva con lo
creado. Es el paso del altruismo, del amor universal e incondicional hacia los
demás, y de la verdadera caridad cristiana.
El campesino, desde la
profundidad de su punto original, sabe que su viaje no puede acabar así: ve a
los hermanos como reflejos de sí mismo, y advierte que ciertos rasgos de sus
miradas y la ansiedad de sus quehaceres diarios revelan el drama que un día le
hizo emprender su caminata, el viejo drama de la humanidad: ¡Han perdido a su
buey!
Entonces el campesino decide
regresar al mercado del mundo.
(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)
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