5.- DOMAR EL BUEY
Ahora el buey sigue dócilmente a campesino, que le
lleva de las riendas. Con respecto a esto se cita el verso "En las
montañas no existe calendario". Hay que entrenarse todos los días, hasta
ser capaz de andar por el gran camino del Cielo y de la Tierra.
Este quinto dibujo muestra la sumisión del buey a su
dueño. Ambos caminan en armonía hacia la misma dirección, ha desaparecido la
tensión provocada por la oposición de fuerzas en la lucha anterior... ¡El buey
está domado! Sin embargo, como buen domador, el campesino todavía no afloja la
cuerda y el látigo, ambos son símbolo de una disciplina que en la práctica
nunca debe descuidarse.
Uno de los más importantes menesteres de un maestro
zen es el de ayudar al discípulo que ha encontrado al buey a conservarlo bien
domesticado El don del satori y la novedad
de existencia que comporta para el meditante, se han de custodiar siempre.
La esencia de la disciplina que domestica cada vez
más al buey es la conciencia, la continua y consciente presencia del momento
existencial presente. Taisen Deshimaru respondió a un discípulo que le pedía
aclaraciones sobre el aquí y ahora practicado en la vida cotidiana: “Cuando hay
que pensar se piensa. Se piensa aquí y ahora, se hacen planes aquí y ahora, se
recuerda aquí y ahora. Cuando escribo mi biografía, pienso en el pasado. Cuando
tengo que hacer proyectos pienso en el futuro. La sucesión de los “aquí y
ahora” se vuelve cósmica y se extiende hasta el infinito”.
El iluminado trata de extender su presencia
consciente conservando en la vida cotidiana la luminosidad y limpidez de su
nueva conciencia. ¡Toda le energía del buey, ahora armónica y en total
consonancia con su dueño produce una irradiación que nos es posible esconder!
Cuanto más ayudan el látigo y la cuerda al iluminado,
más se separa de la confusa ilusión, fruto del incesante flujo y obstáculo de
los pensamientos. La continua conciencia, sin impedimentos, hace crecer cada
vez más la armonía entre el buey y el campesino: “Entonces, sin trabas, obedece
a su dueño”.
“Ya no vivo yo, pues es Cristo quien vive en mí” (Ga
2,20)
“Pues para mí la vida es Cristo y la muerte una
ganancia” (Flp 1,21).
(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)
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