viernes, 2 de noviembre de 2018

CRISTO, EL CAMPESINO Y EL BUEY...4. - CAPTURA DEL BUEY








4.- CAPTURA DEL BUEY

Caza el buey, pero éste todavía es arisco. El hombre ha llegado a la iluminación, pero aún no es perfecto. Subsisten bastantes errores, que han de ser eliminados por el conocimiento de la verdad, así como pasiones desenfrenadas; de ahí que lleve razón el refrán que dice: "Si quieres tener la paz verdadera, usa el látigo".
Todo es lucha y drasticidad. La inmensa mole negra del buey parece querer escapar completamente de las manos de su dueño, mientras el pequeño campesino intenta con todas sus fuerzas no soltar la presa, aferrando firmemente la cuerda con ambas manos, las piernas abiertas y los pies férreamente clavados en tierra y dirigiendo toda la fuerza de su cuerpo en dirección opuesta al buey. Hay dos signos inconfundibles que refuerzan la gran tensión: la cola estirada del buey en posición de alerta y la tensísima cuerda del campesino. Es un momento dramático, pero una decidida afirmación del campesino prevalece como resultado del conflicto: “¡lo agarro!”
Es el choque entre dos mundos que antes vivían ignorándose mutuamente o se hacían la guerra fría con un total y recíproco desinterés. Ahora estos dos mundos descubren que siempre han estado juntos y que ya nunca serán las cosas como antes, ni podrán continuar felizmente separados.
La lucha entre el campesino y el buey y la lucha entre el verdadero y el falso yo, entre luz y tinieblas, verdad e ilusión. En esta batalla deben insertarse todas las descripciones de las noches místicas, los miedos a lo desconocido en el viaje espiritual, las dudas y problemas de fe, que asaltan muchas veces a los meditantes que han llegado a esta etapa, y las tentaciones de abandonar y de volver al mundo de antes fácil y “normal”. El meditante zen debe atravesar por estados de angustia hasta llegar a la solución de un koan o a abrir su mente a la realidad firme y definitivamente:

“Ni budas, ni dioses
para mí vientos de otoño”

“En la noche dichosa,
en secreto de que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía,
sino la que en mi corazón ardía.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!”. (San Juan de la Cruz)

Isaías 65,1“Me he dejado consultar por los que no me preguntaban, me he dejado encontrar por los que no me buscaban. Decía: Aquí estoy, aquí estoy, a una nación que no invocaba mi nombre”.
Para entrar en el nuevo mundo, en el Reino, hay que volverse como niños. Volverse como ellos, ¿en qué? La clave es siempre la ausencia de prejuicios, la flexibilidad y la total apertura y limpidez mental.
El niño se abre a la experiencia como viene, sin presuponer cómo será, sólo quiere crecer, abrirse a la vida, aprender de ella, aceptarla y acogerla sin ponerle etiquetas. Si llega el dolor y el sufrimiento, se acepta como una nueva experiencia, se aprende de ella y se crece con su colaboración. Si llega la alegría, se aprende y se crece igualmente.
 “El niño mira todo el día las cosas sin pestañear; esto sucede porque sus ojos no se concentran en un objeto concreto. Camina sin saber a dónde va, y se detiene sin saber lo que hace. Se sumerge en las cosas que le rodean y avanza al mismo tiempo que ellas. Estos son los principios de la higiene mental”.

(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)

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