4.- CAPTURA DEL BUEY
Caza el buey,
pero éste todavía es arisco. El hombre ha llegado a la iluminación, pero aún no
es perfecto. Subsisten bastantes errores, que han de ser eliminados por el
conocimiento de la verdad, así como pasiones desenfrenadas; de ahí que lleve
razón el refrán que dice: "Si quieres tener la paz verdadera, usa el
látigo".
Todo es lucha
y drasticidad. La inmensa mole negra del buey parece querer escapar
completamente de las manos de su dueño, mientras el pequeño campesino intenta
con todas sus fuerzas no soltar la presa, aferrando firmemente la cuerda con
ambas manos, las piernas abiertas y los pies férreamente clavados en tierra y
dirigiendo toda la fuerza de su cuerpo en dirección opuesta al buey. Hay dos
signos inconfundibles que refuerzan la gran tensión: la cola estirada del buey
en posición de alerta y la tensísima cuerda del campesino. Es un momento
dramático, pero una decidida afirmación del campesino prevalece como resultado
del conflicto: “¡lo agarro!”
Es el choque
entre dos mundos que antes vivían ignorándose mutuamente o se hacían la guerra
fría con un total y recíproco desinterés. Ahora estos dos mundos descubren que
siempre han estado juntos y que ya nunca serán las cosas como antes, ni podrán
continuar felizmente separados.
La lucha entre
el campesino y el buey y la lucha entre el verdadero y el falso yo, entre luz y
tinieblas, verdad e ilusión. En esta batalla deben insertarse todas las
descripciones de las noches místicas, los miedos a lo desconocido en el viaje
espiritual, las dudas y problemas de fe, que asaltan muchas veces a los
meditantes que han llegado a esta etapa, y las tentaciones de abandonar y de
volver al mundo de antes fácil y “normal”. El meditante zen debe atravesar por
estados de angustia hasta llegar a la solución de un koan o a abrir su mente a la realidad firme y definitivamente:
“Ni budas, ni dioses
para mí vientos de otoño”
“En la noche
dichosa,
en secreto de
que nadie me veía,
ni yo miraba
cosa,
sin otra luz y
guía,
sino la que en
mi corazón ardía.
Aquesta me
guiaba
más cierto que
la luz del mediodía
adonde me
esperaba
quien yo bien
me sabía,
en parte donde
nadie parecía.
¡Oh noche que
guiaste!
¡Oh noche
amable más que la alborada!
¡Oh noche que
juntaste
Amado con
amada,
amada en el
Amado transformada!”. (San Juan de la Cruz)
Isaías 65,1“Me he
dejado consultar por los que no me preguntaban, me he dejado encontrar por los
que no me buscaban. Decía: Aquí estoy, aquí estoy, a una nación que no invocaba
mi nombre”.
Para entrar en el nuevo mundo, en el Reino, hay que
volverse como niños. Volverse como ellos, ¿en qué? La clave es siempre la
ausencia de prejuicios, la flexibilidad y la total apertura y limpidez mental.
El niño se abre a la experiencia como viene, sin
presuponer cómo será, sólo quiere crecer, abrirse a la vida, aprender de ella,
aceptarla y acogerla sin ponerle etiquetas. Si llega el dolor y el sufrimiento,
se acepta como una nueva experiencia, se aprende de ella y se crece con su
colaboración. Si llega la alegría, se aprende y se crece igualmente.
“El niño mira todo
el día las cosas sin pestañear; esto sucede porque sus ojos no se concentran en
un objeto concreto. Camina sin saber a dónde va, y se detiene sin saber lo que
hace. Se sumerge en las cosas que le rodean y avanza al mismo tiempo que ellas.
Estos son los principios de la higiene mental”.
(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)
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