ACUDIR A DIOS EN LA
ANGUSTIA
El
sentido de la oración de petición
1.2.-
Pero, por favor –habríamos dicho después-, queremos experimentar tu ayuda de
tal modo que no puede decirse que semejante auxilio es inevitable aunque no
haya Dios, que no pueda decirse que tantos aciertos los alcanza
indefectiblemente cualquiera en la lotería de la vida, haya rezado o no; es
decir, que no pueda decirse que no hace falta atribuir al poder de la oración
un par de casuales aciertos felices. Nos habríamos remitido a su Hijo, que sabe
cómo nos sentimos de ánimo y de cuerpo, puesto que compartió nuestra vida. Todo
eso podíamos hacerlo. Todo eso lo habríamos hecho y, en realidad, lo hemos
hecho. Sí, “hemos” rezado. Hemos “rezado”. Hemos suplicado, hemos lanzado
hacia el cielo palabras ardientes, de conjura. De nada sirvió. Simplemente
hemos llorado como niños que saben que, al final, el guardia lleva a los
extraviados de regreso a casa. Pero nadie vino a enjugarnos las lágrimas de los
ojos ni a consolarnos, a nosotros.
Hemos rezado. Pero no fuimos escuchados. Hemos llamado. Pero no llegó respuesta
alguna. Hemos gritado, pero todo permaneció tan mudo que, al final, nos
habríamos sentido ridículos con nuestro griterío si no hubiese estallado
justamente a fuerza de angustia y desesperación».
Así se acusa a la oración de petición.
Pero cuando después se procede a presentar la acusación, la querella contra la
oración de petición, los representantes de la parte querellante no se ponen de acuerdo.
La mayoría extrae de la acusación la brutal conclusión de que rezar no tiene
objeto alguno: el Dios que pudiese escuchar una oración de petición no existe,
no existe en absoluto o habita en un fulgor tan terrible que el grito de
angustia no penetra hasta el oído de su corazón, sino que deja que su creación
recorra el sangriento camino de su historia hasta su propia gloria, sin
preocuparse de la miseria del mundo, a semejanza del modo en que, sin
conmoverse, los grandes de esta tierra libran guerras calamitosas sólo para
entrar en la historia con alguna acción puntual. Y si, alguna vez, por unos
instantes las cosas parecen andar un poco más placenteramente en el mundo, y la
vida aquí abajo le parece a uno realmente muy soportable (¡con tal de que las
cosas siguiesen siempre tan bien y con tanto adelanto!), se acude enseguida a
hondísimas consideraciones metafísicas que hasta pretenden prohibirle a Dios
intervenir de forma demasiado palpable en el curso de la historia del mundo: «
¡Oh!, realmente no es nada decoroso que el Dios excelso se inmiscuya de nuevo
en las nimiedades de este mundo. Ciertamente, él tiene que haber construido
desde el comienzo el reloj universal de tal modo que continúe andando de forma
muy precisa y correcta y, en lo posible, por tiempo indefinido, sin que en su
marcha deba notarse todavía algo de él mismo; el mundo ha de tener tan sublime
sentido, recorrer su trayectoria y en sí mismo que nadie debe darle impulso
desde fuera; una oración de petición dirigida a Dios es infantil: se está
pensando a Dios demasiado pequeño y considerándose a sí mismo demasiado
importante». Así y de forma semejante se arguye con suficiencia (y es que uno
puede darse el lujo, ya que todavía no le va a uno especialmente mal) y se pasa
sin oración de petición (pero no sin sueldo, sin médico y sin policía).
Después, cuando a uno le va de nuevo insoportablemente mal, uno se enfurece por
no ser escuchado de inmediato (si cabe, incluso antes de haber comenzado a
pedir) y, por ese motivo, una vez más se declara superflua la oración de
petición.
(Karl Rahner, SJ) 2.
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