ACUDIR A DIOS EN LA
ANGUSTIA
El
sentido de la oración de petición
1.3.-
La minoría de la parte querellante es de otra opinión. Quiere permitir la
oración de petición. Pero sólo se ha de pedir por los bienes superiores del
alma: no ya por el pan de cada día, no ya por la salud del cuerpo y una larga
vida, no contra el rayo y la tormenta. Ya no se ha de rezar porque se evite la
peste, el hambre, la penuria y tiempos de tristeza y miseria, sino sólo por la
pureza del corazón, por la paciencia y disposición al sufrimiento, por la
propia entrega a la voluntad de Dios. La usual oración de petición, se afirma,
es sólo la formulación infantil de la declaración de disponibilidad para
entregarse de forma incondicional a la inescrutable voluntad de Dios; no se
pide a Dios que evite males, sino la fuerza para sobrellevarlos; dejando aparte
un par de milagros, con los que no se ha de contar, las oraciones sólo son
escuchadas en la interioridad del corazón, no en la dura realidad palmaria de
este mundo, que sigue su inexorable curso en la naturaleza y la historia,
pasando con indiferente objetividad también por encima de los corazones
sangrantes.
Éstas son, en líneas generales, las
demandas más importantes contra la oración de petición. Según la primera, el
hombre en realidad se queda definitivamente solo en la tierra y se prohíbe a sí
mismo la esperanza en la ayuda del cielo en este mundo; según la segunda, el
hombre abandona desde un principio y sin lucha la tierra y escapa al cielo.
Así se acusa a la oración de petición. Y
el verdadero acusado en ella es, naturalmente, Dios mismo. Pero él calla. Deja
tranquilamente que se formulen quejas y acusaciones. Él calla. Calla
obstinadamente. Calla a lo largo de los milenios. Mandó decir que sólo hablará
cuando venga a juzgar. Y que, por eso, la acusación contra la oración de
petición, la acusación proveniente del corazón quebrantado, del entendimiento
cavilante, la acusación con la que cínicos o poetas petulantes demuestran su
agudeza o su secreta impiedad, puede seguir articulándose.
Pero, aun así, nosotros queremos orar y
pedir. Porque sentimos, ciertamente, el tormento y las tribulaciones de las
quejas contra la oración de petición, pero en nosotros vive también la fuerza
invencible de la fe, que espera contra toda esperanza y sigue orando contra
toda aparente decepción. Pues así se nos ha encomendado: cuando oréis, decid:
Padre nuestro… danos hoy nuestro pan de cada día. Y por eso no queremos que se
nos dé la razón al pleitear contra Dios, sino que quisiéramos encontrar el oído
de la misericordia de Dios. No queremos resolver los misterios de la vida,
entre los cuales se encuentra también la
oración de petición, sino aprender la oración de petición. No queremos ser aún más
sutiles que la acusación contra la oración de petición. Pues no queremos
examinar la cuerda de la que pendemos sobre el abismo de la nada, sino
agarrarnos a ella, para no caer en el abismo de la desesperación. Sólo queremos
tener tanta luz y tanta fuerza como para continuar orando, para que el corazón
no desespere y la boca no comience a maldecir, continuar orando hasta que… sí,
hasta que Dios hable y la suya sea la palabra de la misericordia y del consuelo
eterno.
(Karl Rahner, SJ) 3.
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