ACUDIR A DIOS EN LA
ANGUSTIA
El
sentido de la oración de petición
1.4.-
¿Qué
queremos decir acerca de esta acusación contra la oración de petición? Si por
un momento intentamos hacer callar nuestra avidez de vida y nuestra hambre de
felicidad (¿acaso no son ellas realmente lo único y lo definitivo del mundo, lo
que ha de tener siempre la última palabra?), la voz de Dios nos dice ya desde
siempre, en nuestra conciencia, algunas cosas muy esenciales sobre estas
acusaciones contra la oración de petición.
Nos pregunta: « ¿Por qué de pronto
exigís ayuda de parte de Dios para aquello que vosotros mismos habéis causado?
¿Acaso no gritáis solamente cuando os va mal a “vosotros”, mientras que calláis muy tranquilos cuando la desdicha
y la infamia persiguen a los demás? ¿No ocurre siempre que sólo queréis tener
que ver con Dios cuando ya no os valéis por vosotros mismos, mientras que, si
no, hipócritas apocados, lo queréis tener lo más lejos posible, porque cuando
podéis olvidaros de él por un momento es cuando más felices os sentís? ¿Acaso
no estáis muy contentos con el curso que sigue el mundo mientras os favorezca?
¿Acaso no consideráis en peligro el reino de Dios en el mundo cuando los bonos
del reino que precisamente “vosotros”
habéis comprado cotizan a la baja -del mismo modo como, en la mayoría de los
casos, los príncipes sólo se vuelven piadosos cuando los tronos comienzan a
tambalear-? ¿Realmente habéis comprendido alguna vez que la gloria de Dios en
el mundo es la cruz de su Hijo? Afirmáis creer en la felicidad eterna en el más
allá. ¿Por qué, entonces, sois tan exigentes también para el más acá, como los
que sólo conocen la mísera comodidad de esta tierra?
« ¿No sois también vosotros de los que
consideran que más vale pájaro en mano que ciento volando, y no es esta actitud
tan “razonable” precisamente lo contrario del cristianismo? ¿No veis acaso en
vuestro propio éxito la bendición de Dios y su aprobación de vuestro actuar,
autocomplacientes y presuntuosos como sois? ¿Y no preguntáis indignados qué es
lo que no habéis hecho como es debido cuando él no corona de éxito las artimañas
de vuestro egoísmo? ¿No estáis acaso llenos de infantil impaciencia cuando no
podéis esperar el día en el que, el Eterno y Magnánimo, ajuste las cuentas con
la historia entera del mundo y, sin llegar tarde a ninguna parte, corrija todo
lo confundido y extraviado del tiempo en las vastedades de su eternidad?
¿Habéis comprendido realmente quién es Dios y quiénes vosotros? ¿Habéis
comprendido que, si Dios es Dios, los caminos de Dios y los juicios de Dios
tienen que ser tales que “no” los
comprendáis? ¿Qué la criatura no “puede”
ir nunca a juicio con Dios? ¿Qué no podéis comprender su amor y su misericordia
–tampoco estos, y en particular estos-, que tienen que pareceros como ira y
justicia? Y hay más: ¿no sois “vosotros”
los que habéis pecado y causado la desgracia? ¿Por qué queréis la causa y
exigís que se os condone la consecuencia? ¿Puede alguno de vosotros decir que
no ha merecido “eso”? Si lo dice, es un mentiroso y la verdad no está en él.
Pues el hombre es un pecador, y todo pecado merece más de lo que sufre. Más
aún: ¿habéis tomado alguna vez en serio el pecado? Mentirosos, tenéis mil
disculpas: que está condicionado por la herencia y por el medio, o que la
intención no es tan mala y que, a fin de cuentas, no se tiene nada contra Dios,
pero que él debe entender que en este valle de lágrimas se quiera tener también
un poquito de felicidad, y que el hecho de que haya que recogerla de un árbol
prohibido es lamentable, pero, al fin y al cabo, no es nuestra culpa que existan
tan pocos árboles que no estén prohibidos. Así con la mentira dais vuelta al
pecado. Y, aun así, el pecado es una ofensa al Santísimo, y es obra vuestra. ¿Por qué no banalizáis alguna vez vuestra angustia? ¿Está
tan mal que buena parte de la especie humana sucumba regularmente en la lucha
por la existencia? ¡Si vosotros mismos habéis probado mucho en los últimos
decenios tales teorías! En cualquier caso, pocas son las noches sin dormir que
os ha traído la praxis que de ellas se deriva. ¿Es acaso tan evidente que eso
tenga que parecerme normal también a mí? ¿Por qué os dais tanta importancia si
consideráis tan poco importante la gloria y la voluntad de Dios? ¿Habéis
comprendido quién soy yo y quiénes vosotros cuando comenzáis a enfadaros y a
ser duros si vuestro grito de angustia no encuentra de inmediato el eco que
vuestro egoísmo y vuestra obstinación esperan?».
(Karl Rahner, SJ) 4.
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