miércoles, 24 de agosto de 2016

5.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.5.- « ¿Tiene Dios que demostrar que él es bueno y santo, o no sois más bien vosotros los que debéis demostrar que también amáis sin premio y sin seguro de vida? ¿Cómo sabéis que todas las estrellas se apagan si, según vuestra impresión, junto con vosotros oscurece? ¿Cómo sabéis que caéis en el vacío si no sabéis más de qué debéis cogeros? ¿Cómo sabéis que él no existe si no podéis aprehenderlo o comprenderlo más? “¡Pero, hombre! ¿Quién eres tú para replicar a Dios?” (Rom 9,20)».
« Y hay más: ¿cómo es eso de los “males” de los que queréis ser librados? ¿Estáis seguros de que, según “mis” criterios, los criterios últimos, son realmente males? Bien puede ser así, y justamente por eso quiero que vosotros pidáis. Pero ¿podéis formular vosotros el juicio último al respecto, o tenéis que dejármelo a mí? ¿No decís acaso (si se escucha exactamente el verdadero sentido de vuestras peticiones, ese sentido que vosotros mismos no admitís del todo) en vuestra oración de petición: “Dame pan, dame salud, seguridad y paz, entonces te serviré, te amaré fielmente y de corazón”? Pero ¿lo habéis hecho cuando teníais pan y una vida tranquila? En cambio, ¿no fueron vuestro pan y vuestra vida un “mal”, puesto que os llevaban a olvidaros de mí, un mal del que mi vigorosa benignidad tenía que redimiros para que encontrarais vuestra salvación? No: que con vuestra oración hayáis traído realmente ante mi presencia vuestras verdaderas y presuntas necesidades y males, que realmente hayáis acudido a mí, al Santo y Eterno, y que en vuestra oración no mantenéis un mero monólogo de egoísmo ciego con vosotros mismos lo reconoceréis si vuestra petición se transforma en una pregunta dirigida a mí,  en esta pregunta a mi inescrutable sabiduría y eterna bondad: ¿qué es mejor para mí, la necesidad o la felicidad, el éxito o el fracaso, la vida o la muerte? Si vuestra petición no se transforma en esa pregunta en el momento en que penetra en la silenciosa incomprensibilidad de mis planes eternos, es un signo de que no habéis orado, sino que os habéis rebelado contra la majestad de vuestro Dios, a quien le corresponde adoración especialmente cuando le pedís ayuda en la necesidad de vuestra existencia terrena».
Así podría responder nuestra conciencia a las acusaciones contra la oración de petición. Pero con ello no hemos mencionado para nada la respuesta esencial que Dios ha dado al hombre: “la respuesta que da al hacerse él mismo mendigo en este mundo, al hacerse carne y dejar que de su propio corazón atormentado hasta el desgarro se eleve el grito de angustia hacia el desconsolador silencio del Dios lejano”. Cuando el coro de lamentos y llantos de la oración de petición de la historia del mundo  amenazaba con ahogarse y enmudecer, pues ese coro duraba ya demasiado tiempo y seguía sin venir respuesta alguna que no fuesen los inacabables consuelos que se dan remitiendo al último día, del Dios eterno no vinieron duras palabras con la orden de seguir rezando hasta que a él le plazca escucharnos en la venida de su reino eterno. No, él hizo que su Palabra eterna se hiciera carne a fin de que se uniera a ese agonizante coro de lamentos y llorara diciendo: Señor, haz que venga tu reino, el reino en que todos los sueños se acaban y tú escuchas el llanto de los pobres y el grito de angustia de todo tormento humano. La Palabra eterna del júbilo divino se hizo grito temporal de la necesidad humana y así habitó entre nosotros. Esta es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición. “Esa respuesta se llama Jesucristo”. Él no nos enseña una metafísica de la oración de petición, no resuelve teóricamente las oscuras preguntas: cómo se concilian la voluntad de alcanzar lo pedido y la entrega a la voluntad de Dios; la libertad de Dios, sobre la que no puede ejercerse influencia, y el poder de la oración sobre el corazón de Dios; la promesa de escucha de toda oración de petición hecha en el nombre de Jesús y la experiencia de vida de las peticiones no escuchadas. Pero él encabeza nuestra oración de petición. Y por eso él es nuestra respuesta a la acusación contra la oración de petición, mientras en este tiempo de la fe el Dios de la eternidad calla y no está aún justificado por la venida del reino eterno de su justicia y de su misericordia. Nuestra respuesta es Jesucristo. Él, de quien está escrito que “en los días de su vida mortal, presentó, a gritos y con lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a su piedad reverencial” (Hb 5,7).

(Karl Rahner, SJ) 5.

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