miércoles, 27 de febrero de 2019

¿QUÉ ES ESO DEL PECADO ORIGINAL?


¿QUÉ ES ‘ESO’ DEL PECADO ORIGINAL?
Fr. Alejandro de Villalmonte, OFM Cap.

Para el gran cristiano y gran genio Blaise Pascal, el pecado original (PO) es el misterio más profundo y desconcertante que la religión cristiana ofrece a la mísera inteligencia humana.
En el siglo V san Agustín -el ‘inventor y doctor’ del PO, según se dice- afirmaba que el PO es un tema fácil para hablar, pero difícil de entender. En el siglo XVI, otro máximo defensor del PO, M. Lutero constataba: “Sobre el PO fabula la turbamulta de los teólogos de muchas maneras”. En la segunda mitad del siglo XX aparecieron numerosos intentos de reformulación de la vieja creencia. Algunas tan profundas que san Agustín o el concilio de Trento no sabrían cómo reconocerse en ellas. Un grupo creciente de teólogos católicos, tras haber estudiado histórica y críticamente el problema, al iniciarse el siglo XXI, ha llegado a la conclusión de que la ‘teología católica’ no tiene motivos para seguir defendiendo la vieja teoría del PO.
En medio de reformulaciones tan dispares, los que todavía siguen hablando del PO me parece que quieren decir en sustancia lo siguiente:
“Todo hombre, al entrar en la existencia, antes de cualquier ejercicio de su actividad consciente y libre, se encuentra ya en situación teologal de enemistad, de desgracia ante Dios, esclavo de Satanás, según terribles frases del concilio de Trento (DS. 511-512): en ‘pecado original’. En todo caso, esta realidad misteriosa del PO no puede ser expresada en una simple, única proposición, como podría hacerlo un Catecismo. Se trata de una auténtica ‘constelación de afirmaciones’ diversas, pero fuertemente articuladas entre sí. Para una más matizada comprensión del concepto integral del PO conviene distinguir estos cuatro cuerpos o grupos de afirmaciones:
-        Afirmación antecedente, presupuesto indispensable del PO es la llamada ‘teología de Adán’, es decir, la presentación del Adán de Gn 2-3 como individuo humano dotado de realidad histórica tan densa como la de Julio César o Pablo de Tarso; creado por Dios en ‘santidad y justicia’. El cual, Adán, con su enorme pecado, habría cometido el pecado ‘originante’ de la ruina espiritual de la raza humana.
-        Afirmación constituyente, el núcleo duro de la enseñanza, lo constituye la verdad que explícitamente recogíamos en la definición: “todo hombre entra en la existencia en situación teologal de pecado, en muerte espiritual ante Dios, reo de eterna condenación”.
-        Afirmación consiguiente, que se refiere al hecho de que, a consecuencia del PO, la raza humana queda transformada en ‘masa de pecado’, ‘masa de condenación’. Las miserias todas de la vida humana, y la perspectiva de la condenación eterna, son representadas como “castigo de Dios” por el pecado del primer padre de la especie humana.
-        El pecado original, como pecado permanente. Ciertos grupos cristianos (los protestantes) lo presentan como pecado imborrable, connatural al existir humano. Los católicos dicen que el PO, borrado en su formalidad de pecado por el bautismo, permanece, sin embargo, en sus efectos, en su influencia nefasta. Especialmente en la desenfrenada concupiscencia a la que, en forma extremosa, san Agustín llama “dura necesidad de pecar” (peccandi dura necessitas). Fuerza maligna, raíz e irrestañable fuente de los pecados, individuales y sociales.

Convendría mucho no olvidar las anteriores matizaciones sobre el amplio campo semántico del lexema ‘pecado original’. Porque, hablando de la influencia que el dogma del PO ha ejercido sobre la cultura occidental, tal influencia puede afectar a uno de los aspectos señalados y no al otro. Porque el concepto de PO no puede restringirse a una frase de Catecismo (el de G. Astete) que dice que el PO es “aquel con el que todos nacemos heredado de nuestros primeros padres”. Hay que tener en la mente ‘la constelación de afirmaciones’ que acabamos de describir.
El fenómeno global del PO, podría verse simbolizado también en la figura de ‘El Pecado’, de que habla Pablo (Rm 5-7): símbolo, personificación, prosopopeya de las fuerzas malignas que operan en la historia humana, que penetra subrepticiamente en el mundo y tiraniza a los hombres, hasta que Cristo los libera.

El omnipresente pecado original

«En medio de la noche,
mil perros ladrándole a una sombra
la convierten en una realidad»
                                               (Proverbio árabe)

Esta figura y la de su gemela, la triste figura del ‘hombre caído’ (homo lapsus), ya en sí mismas, ya las afirmaciones colaterales que las acompañan como al viajero su sombra, gozan de una que llamaría ‘omnipresente influencia’ en el campo del sistema cristiano de creencias y en el campo de la cultura occidental, desde hace más de quince siglos. Anticipo algunas ‘autoridades’ que confirman nuestra apreciación sobre la importancia primera de la teoría del PO dentro del sistema cristiano de creencias.
Ya en 1967 el gran escriturista H. Haag escribía estas palabras: “Después de que, durante mil quinientos años, la Iglesia occidental se ha mantenido fiel a la tradición erróneamente introducida por Agustín, la despedida del PO llega hoy realmente no demasiado tarde, sino más bien tarde”. Y allí mismo: “Si eliminamos la doctrina del PO, (como él hace) no eliminamos únicamente un capítulo del Catecismo, habría que escribirlo todo de nuevo”. Y el teólogo I, Willig: “La revisión de la doctrina del PO implica la revisión de todo el sistema teológico”.
Afirmación nada sorprendente para quien recuerde que la mayoría de los teólogos cristianos ponen el evento de la ‘caída/pecado original’ como el gozne sobre el cual gira una llamada ‘actual’ economía e historia de salvación; eliminada la paradisíaca originaria. Una visión de la economía e historia de salvación ostensiblemente ‘hamartiocéntrica’: centrada en ‘El Pecado’, que provocó su puesta en marcha y la califica con su multiforme presencia e influencia a lo largo de los siglos.
El teólogo reformado P. Ricoeur, que ha estudiado como nadie en la época actual en gran tema del PO, sintetiza su pensamiento en estas enfáticas palabras: “Nunca podrá exagerarse el daño que infligió a las almas durante los primeros siglos de la Cristiandad, primero, la interpretación literal de la historia de adán, y luego, la confusión del mito, como episodio histórico, con la especulación posterior, principalmente agustiniana, sobre el pecado original. Al exigir a los fieles la fe incondicional a este bloque mítico-especulativo y obligarles a aceptarlo como una explicación que se bastaba a sí misma, los teólogos exigían un ‘sacrificium intellectus’, cuando lo que tenían que hacer en este punto era estimular a los creyentes a comprender simbólicamente, a través del mito, la situación actual”.

¿Podemos seguir hablando del PO? Tal vez la gente cristiana tiene hoy día escaso interés en hablar del PO. O lo reducen todo a recordar el mito del paraíso, sus entretenidos personajes y eventos. Si bien parece que en algunos grupos de tendencia conservadora, integrista, fundamentalista, sí que les gusta seguir hablando sobre el PO con el lenguaje de hace siglos. Grupos tal vez demasiado afectados por cierta 'difusa, colectiva neurosis de culpabilidad', que viene de lejos en el 'cristianismo occidental', según se irá viendo. Y que busca cobertura teológico-pietista en la teoría del PO.
En el curso 1966-1967, iniciaba mis lecciones como profesor de Antropología Teológica en la Universidad Pontificia de Salamanca. Tenía la obligación profesional de mantener la enseñanza tradicional y dogmática sobre el PO. Mi antecesor en la cátedra y el ambiente general eran de plena y hasta rígida ortodoxia en este punto. Yo, personalmente, había llegado a la convicción de que la doctrina tradicional sobre el PO era del todo insostenible. Tomé la aventurada decisión de explicar en clase mi opinión contraria a la doctrina del PO. Para mi gobierno personal hice este razonamiento: si, por negar la doctrina tradicional sobre el PO, me han de retirar la facultad de enseñar, mejor será que me priven de ella ya en el primer año. Pero no fue así. Seguí exponiendo mi convicción durante varios cursos, sin que las autoridades académicas me molestasen por este motivo. En este espacio de tiempo, por tres veces estuve en la Universidad Católica de Lisboa, como profesor invitado. También aquí expuse mis convicciones sobre el PO. Más matizadas, pero también más aplomadas. En una reunión de los profesores de la Facultad de Teología se discutía monográficamente mi propuesta sobre el problema del PO. La propuesta fue discutida con detención. Pudo haber división de opiniones. Pero no se manifestó una oposición de fondo por parte de nadie.
Como complemento y reafirmación de mi docencia en la Universidad Pontificia, y con posterioridad a ella, publiqué sobre el PO numerosos artículos y dos libros.

“Ninguna religión, dice Pascal, excepto la nuestra, ha enseñado que el hombre nace en pecado; ninguna secta de filósofos lo ha dicho; ninguna, por lo tanto, ha dicho la verdad”. Esta afirmación tan grávida de contenido y revestida de la solemnidad de un apotegma, conviene encuadrarla dentro del contexto general de todo el cristianismo de su autor. La doctrina del PO es una de las bases firmes del pensar y del vivir del gran genio y gran creyente que fue Pascal. Su crítica de la filosofía y su apología de la revelación; su figura de Cristo a todas luces hamartiocéntrica en su misión salvadora; su antropología centrada en la reflexión y vivencia de la “miseria” humana; su religiosidad indudable está impregnada del sentimiento de culpa proveniente del hecho del PO. Se ha podido hablar de ella por alguno de sus admiradores como de ‘la religión triste de Pascal’ (L. Kolakowski). Sin embargo, con el debido respeto a un hombre genial y profundamente religioso, me permito expresar mi disconformidad radical con el citado texto pascaliano. Cuando el Cristianismo ‘occidental’ ha dicho a los hombres que nacen en PO, no les ha dicho la verdad sobre lo que el hombre es ante Dios. La verdad es que el hombre no nace en pecado, sea ‘original’ u otro: nace en amistad de Dios, acogido a la Gracia que lo eleva de su ser creatural y le confiere un nuevo ser en Cristo. La enseñanza sobre el PO, lejos de ser un motivo de ‘gloria’ y excelencia sobre las demás filosofías y religiones, debería buscar la forma de defenderse ante la humanidad por el hecho de haber proclamado durante siglos, en forma infatigable y solemne, que el hombre nace en PO. En vez de decir la verdad: que nace como hijo de Dios en Cristo, en el paraíso y en la casa del Padre. En ese punto, la verdadera excelencia del Cristianismo sobre las demás religiones y filosofías debe fijarse en que, al dirigirse al hombre, sólo esta religión puede darle la Buena-Nueva de que inicia su existencia en la tierra acogido-ya a la amistad con Dios, elevado-ya a la dignidad de hijo de Dios transformado su ser natural en nuevo ser en Cristo. Y las demás filosofías y religiones nada saben de este grato mensaje.

El obispo de Hipona, Agustín, inventó el PO, al que Lutero, con su idea de la predestinación, negando toda libertad humana, abocaría al nazismo -esa idolatría de la nada sustentada en razas y nacionalismos- sin otro fin que la aniquilación del género humano: “perdona, es mi naturaleza, -le dijo el escorpión a la rana, que lo llevaba de una orilla a otra, tras clavarle su aguijón en mitad del río-…”.
¿Qué haremos con todos eso maestros que no saben hacer otra cosa que suspenderse a sí mismos? Tenemos un cascabel y conocemos al gato, ¿debería hacerlo un solo ratón?...
Al principio del siglo XXI el PO es cosa de los “muy cafeteros”, quizá por eso anden como andan de los nervios… cosa que tiene muy poco que ver con la historia de la salvación, ni con la revelación, si no es para mostrar que por ahí no es.
 

(Cristianismo sin pecado original; El Pecado y la Gracia en la cultura occidental. Visión franciscana del hombre; Fr. Alejandro de Villalmonte, OFM Cap.)

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