viernes, 2 de noviembre de 2018

CRISTO, EL CAMPESINO Y EL BUEY...9. - LLEGAR A LA FUENTE









9.- LLEGAR A LA FUENTE

Un paisaje. El mundo, del que el ser humano procedía cuando emprendió el camino de la iluminación, ha seguido siendo el mismo, como tampoco ha cambiado el paisaje en el que el campesino andaba buscando a su buey. Pero para él si es diferente ahora, por cuanto ya no está perdido en el mundo, apegado a él, sino por encima de él. La meta del Zen no es aislarnos de los hombres y abandonar el mundo para pasar el resto de la vida como un árbol seco inútil, satisfecho de sí mismo, sino vivir en medio de este mundo cambiante e inestable, libre de toda esclavitud derivada de prejuicios y tendencias egoístas.
            Un árbol en flor (“las flores son rojas”) hunde sus raíces en las frescas aguas de un río tranquilo, mientras en primer plano revolotea un pájaro lleno de alegría de vivir. Aquí no existe ya nadie que contemple el paisaje, porque no existe un pequeño yo que se considere tan importante como para entrar a formar parte de la escena dualísticamente. El iluminado es tan límpido y transparente que se hace pura contemplación, desligado del mundo de las formas, sin identificarse con las formas que contempla, situado en su punto de origen, en su casa.
“¡Ha habido que recorrer demasiado camino para volver a los orígenes y a la fuente!”.
En este solo verso está contenido el sentido entero de la vida humana: ¡Volver a casa! ¡Comprender el origen y la misteriosa fuente que mana en las raíces de toda vida! El largo camino meditativo ha servido para abrir los ojos del hombre, para purificarlo y hacerle comprender.
En la última frase del texto chino del poema se encuentra el vigésimo hexagrama del I Ching que corresponde a La Contemplación: “La ablución ha tenido lugar, pero aún no la ofrenda, confiados, elevan a él su mirada”, indicando la purificación de una mirada limpia que se alza espontáneamente hacia el último secreto, hacia el sentido de todo. El nombre chino del signo, con una ligera variación de acento adquiere una doble connotación. Por un lado significa el contemplar, por otro el ofrecerse a la vista, el modelo.
Tales ideas son sugeridas por el hecho de que el signo puede ser concebido como imagen de una torre, como las que se veían con frecuencia en la antigua China. Desde esas torres o atalayas se abarcaba una amplia perspectiva en derredor, y por otra parte, una torre de ese tipo situada sobre una montaña, era visible desde lejos. De este modo el hexagrama simboliza aun soberano que hacia lo alto contempla la ley del Cielo, y hacia abajo las costumbres del pueblo; pero que, además, dado su buen gobierno, constituye un elevado modelo para las masas.
El acto sacrificial comenzaba en China con una ablución y una libación, con lo cual se convocaba a la divinidad. Luego se ofrendaban los sacrificios. El lapso que media entre ambos actos es el más sagrado, pues es el momento de máximo recogimiento interior.
Así, después del recorrido meditativo a través de caminos de distinta longitud, vueltas y revueltas, según la propia diversidad de cada buscador, finalmente surge el Punto Clave, y el meditante, paradójicamente disuelto y anulado en Él, contempla sorprendido la existencia de toda su casa. Humilde, transparente, completamente inocente, como un niño en medio del primer día de la creación, puede reír, bailar y gritar el milagro continuo en el que se mueve: “¡Oh maravilla, milagros por todas partes!”
Hemos llegado así a la culminación simbólica del camino meditativo, que se inició con la búsqueda de un misterioso buey. Podríamos decir que todo acaba aquí. Pero pretender que la búsqueda del buey es fin en sí misma y termina en el retorno al punto de origen, sin añadir más, sería un grave error. También en este caso, tanto el budismo como el cristianismo están en sintonía respecto al último paso, que se manifiesta en la absoluta donación de sí mismo y en la armonía expansiva con lo creado. Es el paso del altruismo, del amor universal e incondicional hacia los demás, y de la verdadera caridad cristiana.
El campesino, desde la profundidad de su punto original, sabe que su viaje no puede acabar así: ve a los hermanos como reflejos de sí mismo, y advierte que ciertos rasgos de sus miradas y la ansiedad de sus quehaceres diarios revelan el drama que un día le hizo emprender su caminata, el viejo drama de la humanidad: ¡Han perdido a su buey!
Entonces el campesino decide regresar al mercado del mundo.

(Mariano Ballester s.j. & Co.f.m.)

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