miércoles, 24 de agosto de 2016

2.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.2.- Pero, por favor –habríamos dicho después-, queremos experimentar tu ayuda de tal modo que no puede decirse que semejante auxilio es inevitable aunque no haya Dios, que no pueda decirse que tantos aciertos los alcanza indefectiblemente cualquiera en la lotería de la vida, haya rezado o no; es decir, que no pueda decirse que no hace falta atribuir al poder de la oración un par de casuales aciertos felices. Nos habríamos remitido a su Hijo, que sabe cómo nos sentimos de ánimo y de cuerpo, puesto que compartió nuestra vida. Todo eso podíamos hacerlo. Todo eso lo habríamos hecho y, en realidad, lo hemos hecho. Sí, “hemos” rezado. Hemos “rezado”. Hemos suplicado, hemos lanzado hacia el cielo palabras ardientes, de conjura. De nada sirvió. Simplemente hemos llorado como niños que saben que, al final, el guardia lleva a los extraviados de regreso a casa. Pero nadie vino a enjugarnos las lágrimas de los ojos ni a consolarnos, a nosotros. Hemos rezado. Pero no fuimos escuchados. Hemos llamado. Pero no llegó respuesta alguna. Hemos gritado, pero todo permaneció tan mudo que, al final, nos habríamos sentido ridículos con nuestro griterío si no hubiese estallado justamente a fuerza de angustia y desesperación».
Así se acusa a la oración de petición. Pero cuando después se procede a presentar la acusación, la querella contra la oración de petición, los representantes de la parte querellante no se ponen de acuerdo. La mayoría extrae de la acusación la brutal conclusión de que rezar no tiene objeto alguno: el Dios que pudiese escuchar una oración de petición no existe, no existe en absoluto o habita en un fulgor tan terrible que el grito de angustia no penetra hasta el oído de su corazón, sino que deja que su creación recorra el sangriento camino de su historia hasta su propia gloria, sin preocuparse de la miseria del mundo, a semejanza del modo en que, sin conmoverse, los grandes de esta tierra libran guerras calamitosas sólo para entrar en la historia con alguna acción puntual. Y si, alguna vez, por unos instantes las cosas parecen andar un poco más placenteramente en el mundo, y la vida aquí abajo le parece a uno realmente muy soportable (¡con tal de que las cosas siguiesen siempre tan bien y con tanto adelanto!), se acude enseguida a hondísimas consideraciones metafísicas que hasta pretenden prohibirle a Dios intervenir de forma demasiado palpable en el curso de la historia del mundo: « ¡Oh!, realmente no es nada decoroso que el Dios excelso se inmiscuya de nuevo en las nimiedades de este mundo. Ciertamente, él tiene que haber construido desde el comienzo el reloj universal de tal modo que continúe andando de forma muy precisa y correcta y, en lo posible, por tiempo indefinido, sin que en su marcha deba notarse todavía algo de él mismo; el mundo ha de tener tan sublime sentido, recorrer su trayectoria y en sí mismo que nadie debe darle impulso desde fuera; una oración de petición dirigida a Dios es infantil: se está pensando a Dios demasiado pequeño y considerándose a sí mismo demasiado importante». Así y de forma semejante se arguye con suficiencia (y es que uno puede darse el lujo, ya que todavía no le va a uno especialmente mal) y se pasa sin oración de petición (pero no sin sueldo, sin médico y sin policía). Después, cuando a uno le va de nuevo insoportablemente mal, uno se enfurece por no ser escuchado de inmediato (si cabe, incluso antes de haber comenzado a pedir) y, por ese motivo, una vez más se declara superflua la oración de petición.

(Karl Rahner, SJ) 2.

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