miércoles, 24 de agosto de 2016

3.- ORACIÓN DE PETICIÓN

ACUDIR A DIOS EN LA ANGUSTIA
El sentido de la oración de petición

1.3.- La minoría de la parte querellante es de otra opinión. Quiere permitir la oración de petición. Pero sólo se ha de pedir por los bienes superiores del alma: no ya por el pan de cada día, no ya por la salud del cuerpo y una larga vida, no contra el rayo y la tormenta. Ya no se ha de rezar porque se evite la peste, el hambre, la penuria y tiempos de tristeza y miseria, sino sólo por la pureza del corazón, por la paciencia y disposición al sufrimiento, por la propia entrega a la voluntad de Dios. La usual oración de petición, se afirma, es sólo la formulación infantil de la declaración de disponibilidad para entregarse de forma incondicional a la inescrutable voluntad de Dios; no se pide a Dios que evite males, sino la fuerza para sobrellevarlos; dejando aparte un par de milagros, con los que no se ha de contar, las oraciones sólo son escuchadas en la interioridad del corazón, no en la dura realidad palmaria de este mundo, que sigue su inexorable curso en la naturaleza y la historia, pasando con indiferente objetividad también por encima de los corazones sangrantes.
Éstas son, en líneas generales, las demandas más importantes contra la oración de petición. Según la primera, el hombre en realidad se queda definitivamente solo en la tierra y se prohíbe a sí mismo la esperanza en la ayuda del cielo en este mundo; según la segunda, el hombre abandona desde un principio y sin lucha la tierra y escapa al cielo.
Así se acusa a la oración de petición. Y el verdadero acusado en ella es, naturalmente, Dios mismo. Pero él calla. Deja tranquilamente que se formulen quejas y acusaciones. Él calla. Calla obstinadamente. Calla a lo largo de los milenios. Mandó decir que sólo hablará cuando venga a juzgar. Y que, por eso, la acusación contra la oración de petición, la acusación proveniente del corazón quebrantado, del entendimiento cavilante, la acusación con la que cínicos o poetas petulantes demuestran su agudeza o su secreta impiedad, puede seguir articulándose.
Pero, aun así, nosotros queremos orar y pedir. Porque sentimos, ciertamente, el tormento y las tribulaciones de las quejas contra la oración de petición, pero en nosotros vive también la fuerza invencible de la fe, que espera contra toda esperanza y sigue orando contra toda aparente decepción. Pues así se nos ha encomendado: cuando oréis, decid: Padre nuestro… danos hoy nuestro pan de cada día. Y por eso no queremos que se nos dé la razón al pleitear contra Dios, sino que quisiéramos encontrar el oído de la misericordia de Dios. No queremos resolver los misterios de la vida, entre los cuales se encuentra también  la oración de petición, sino aprender la oración de petición. No queremos ser aún más sutiles que la acusación contra la oración de petición. Pues no queremos examinar la cuerda de la que pendemos sobre el abismo de la nada, sino agarrarnos a ella, para no caer en el abismo de la desesperación. Sólo queremos tener tanta luz y tanta fuerza como para continuar orando, para que el corazón no desespere y la boca no comience a maldecir, continuar orando hasta que… sí, hasta que Dios hable y la suya sea la palabra de la misericordia y del consuelo eterno.

(Karl Rahner, SJ) 3.

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