ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR Lc 1,26-38
Dice mi
hermano Richard Rohr.- María sintetiza el entero misterio de la salvación
recibida, un misterio que tiene múltiples dimensiones: (1) la
"inmaculada concepción" antes de que ella hubiera hecho algo bueno o malo;
(2) elección gratuita en la Anunciación sin mención de mérito alguno; (3) su
maternidad virginal está rodeada de un halo de misterio, incluso para ella
misma; (4) una vida bastante común y tranquila (ninguna referencia a ella en
treinta años); (5) su digno y heroico "aguante" en solidaridad con el
dolor y la desesperación final; y (6) su receptividad para la vida del Espíritu
Santo compartida con todos los demás en Pentecostés.
Todo esto nos
dice cómo Dios nace en el mundo. Nunca tiene que ver con nosotros, sino siempre
con Dios. Nosotros, al igual que María, somos meros "esclavos" e
instrumentos, y era necesario una mujer como ésta para hacer patente cómo
acontece la aceptación de la salvación.
El saludo del
ángel Gabriel: "Alégrate, favorecida" (llena de gracia). Si nos damos
cuenta la palabra "favor (o gracia)" no dice nada acerca de nosotros.
"Favor" dice algo sobre aquel que favorece. Así, en realidad no se
está diciendo nada sobre María, sino sobre la elección de María por parte de
Dios. Ella es la receptora absolutamente perfecta de ese favor y rehúsa jugar
la carta del : "Señor, no soy digna", que había llegado a ser
normativa en la mayoría de las teofanías bíblicas. María se limita a decir:
"Hágase en mí".
En la
historia de María tenemos lo que algunos llaman el segundo relato de la
creación de la Biblia. Es de nuevo una "creación de la nada". María
es la persona dispuesta a ser "nada". Dios no necesita dignidad por adelantado. Él la crea
con la propia elección.
Dios es el
eterno "yo" que aguarda a quienes están dispuestos a ser un
"tú". No es ninguna sorpresa que María se haya convertido en icono de
la oración para tantas personas tanto en el cristianismo ortodoxo como en el
católico, así como en numerosas órdenes religiosas, aun cuando la Biblia no
menciona que "orara". Lo que más se aproxima a ello es la frase de
Lucas: "María conservaba y meditaba todo en su corazón".
Si lo
meditamos detenidamente nos daríamos cuenta de que no sabemos decir
"sí" por nosotros mismos. La parte que siempre dice "sí a
Dios" es el Espíritu Santo que está dentro de nosotros. Primero dice
"sí" en nuestro interior, y luego nosotros decimos:"¡Ah,
sí!" pensando que brota de nosotros. En otras palabras, Dios nos
recompensa por dejar que Dios nos recompense.
¿Estamos
alguna vez preparados para semejante gracia? Probablemente no, pero al final de
la Biblia vemos a la nueva Jerusalén que desciende inmerecida e indeseada, sin
que quienes han de recibirla estén preparados para ello. Es por entero don de
Dios. Después de toda una Biblia de guerrear, discutir, proteger, acumular
méritos y competir, de comprar y vender a Dios, finalmente el don nos es
concedido y entregado sin más. La nueva Jerusalén desciende de los cielos de
forma gratuita, sin garantía alguna.
No obstante
la lucha es buena e incluso necesaria. La lucha cincela dentro de nosotros el
espacio para el deseo profundo. Dios suscita el deseo y lo satisface. Nuestra
tarea consiste en ser los deseadores. Dios nunca a va a darnos nada que no
queramos realmente. Al igual que el de María: "Hágase en mí según tu
palabra", nuestro fiat sigue siendo esencial.
Al
pronunciarlo nos damos cuenta de que vivimos una vida mucho mayor que la que
creíamos propia. Y en lo sucesivo ya
sabremos que nuestra vida no trata sobre nosotros, sino que nosotros tratamos
sobre Dios.
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