YABOC...
La
lucha es sorda y larga. Jacob parece el vencedor hasta que su adversario le
hiere mágicamente en la pierna, le deja cojo, y el patriarca se ve constreñido
a reconocer que su enemigo es alguien con un poder fuera de lo normal. El Señor
o su ángel, se reviste de aspecto demoníaco; la tradición reviste a Dios con el
carácter de genio defensor de los límites de la zona o del espíritu del río,
que le impide el paso. La acción, reducida al mínimo, sirve de soporte al
diálogo, como en Betel: lo importante es lo que se dice...
Jacob
pide la bendición. Sabe que la tiene, pero no que la merezca, se ha percatado
de que su antagonista es poderoso, es Dios o su ángel. Pero el Señor le exige
previamente que se identifique. La prueba postrera. Al decir su nombre,
confiesa su pecado: Yo soy Jacob, es decir, el que suplanta, el tramposo; y el
ser misterioso, una vez conseguida su confesión, le da un nombre nuevo, Israel,
que marcará su destino en adelante, su nueva existencia, su tarea. Hasta ahora
su vida ha sido una lucha contra todos: contra los hombres y contra Dios; unas
veces ha sido vencedor, otras vencido. La señal del encuentro es la cojera.
Jacob no se arredra. Como tantos otros que se han visto frente a un ser divino,
le pregunta por su nombre. Quiere arrebatarle su intimidad y su poder; quiere
hacerlo su aliado a la fuerza. El Señor se o niega...
Jacob
se tendrá que contentar con la bendición, que no es poco. El Dios del Yaboc se
identifica así con el que se le apareció en Betel y ahora su palabra legitima
la bendición que robó a su hermano de forma criminal.
Amanece;
el sol contempla al victorioso Jacob atravesando Penuel y cojeando. Jamás podrá
ya suplantar a nadie, adelantarse a ninguno; de ahora en adelante tiene que
contar siempre con un apoyo, con su Dios.
Todo
cambia: la oscuridad es luz, la noche día, el miedo confianza, la cobardía
decisión. En el Yaboc ha quedado
enterrado el estafador y nace un nuevo hombre. Ha superado la noche oscura y,
una vez confesada su culpa y reconciliado con Dios, comienza el último acto de
su vida de peregrino. Jacob se ha convertido en Israel.
(C.
C. B. A. T.)
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