1.- CUANDO VAYAS A
ORAR...
Ensancha tu deseo
Otro elemento fundamental es el deseo,
la insatisfacción,
porque la oración nace de nuestra pobreza y se dispara como una flecha desde la
tensión de ese arco.
Lo que la ahoga, en cambio, es el
engaño de una saciedad aparentemente satisfecha o la suficiencia que nos impide
reconocer nuestra indigencia y nuestros límites:
“Dices: ‘Soy rico, me he
enriquecido, nada me falta’. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado,
digno de compasión, pobre, ciego y desnudo...” (Ap 3,17).
Tenemos la tendencia a culpar de
nuestra “indolencia oracional” a los ritmos acelerados de la vida en las
grandes ciudades, al acoso de los medios de comunicación, a la obsesión
consumista y viajera de nuestra cultura... Todo eso, pensamos, nos hace difícil
encontrar tiempo y espacios sosegados para orar y puebla nuestro silencio de
imágenes distractivas. Aunque eso sea verdad, lo que más hondamente nos
incapacita para la oración es aquello que apaga y debilita nuestro deseo:
-el racionalismo, que prescinde del
lado oscuro y latente de la realidad y pretende explicarla y dominarla en su
totalidad;
-el psicologismo como explicación
última de todo, que sospecha de los deseos como escapatorias evasivas, les
niega sistemáticamente un origen trascendente y nos instala en un nivel de
positivismo hermético;
-el narcisismo, que ciega la brecha
de la alteridad y nos encierra en una cámara poblada de espejos desde la que la
invocación se hace imposible;
-el hábito del confort, convertido en
necesidad absoluta, que nos invita a instalarnos en lo ya conseguido;
-el activismo compulsivo, que nos
hace creer que no necesitamos de nadie y que podemos solucionarlo todo con
nuestro esfuerzo, con tal que lleguemos a proponérnoslo;
-la confusión de la tolerancia
con el amor, que enfatiza los aspectos más segurizantes de la
existencia, idealiza una tranquila mediocridad y niega al amor su inclinación
hacia la desmesura, la exageración y la ausencia de cálculo.
El deseo,
en cambio, nos arrastra fuera de la estrechez de nuestros límites, hace de
nuestro “yo” una estructura abierta y opera el milagro de convertirnos en
criaturas referidas a Otro. “Amar, como orar -dice J.M. Fernández Santos-, es
alojar a un extraño en las propias entrañas. Es dejar que el proyecto, los
deseos, la vida de otro... inunden nuestro proyecto, nuestros deseos, nuestra
vida; y esto, que es una división, paradójicamente nos integra. En la masa
oscura de nuestros deseos, la presencia de Otro que es mayor que nosotros
mismos nos va llevando, de deseo en deseo, hacia una mayor transparencia de
nosotros mismos”. Recorrer el camino de la oración es muy duro; por eso hay tan
pocos que lo hacen. Es recorrer el camino de los propios deseos; y casi no nos
atrevemos a desear, sólo a calmar necesidades; y para ellas los objetos bastan.
Pero
Dios es Alguien. Tratar con Él es quemar las naves de la saciedad
satisfecha. Es poner en pie el inmenso continente de nuestros deseos siempre
avivados.
Compañeros
en el camino. Iconos bíblicos para un itinerario de
oración
Dolores Aleixandre RSCJ
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