…¿ESTAMOS LOCOS?...
Manfred Lütz
¿CÓMO TRATAR?
1.- Una relación artificial pasajera por dinero:
Breve introducción a la psicoterapia
Por encima de
todo debemos tener claro que está fuera de toda duda que la psicoterapia seria
no es una teoría de la verdad al estilo de las religiones.
Por encargo
del gobierno federal de Alemania, Klaus Grave estudió en 1994 la eficacia de
los diversos métodos de psicoterapia, llegando a resultados espectaculares. En
especial los métodos psicoanalíticos salieron mal librados de este estudio; las
conclusiones del estudio sobre el psicoanálisis decían que éste sólo es
apropiado para personas sanas.
a)
El psicoanálisis
¿Por
qué se ríe usted así? ¿Qué reprime?
El
psicoanálisis es la vieja dama de la psicoterapia. Durante largo tiempo tuvo
que luchar para ganarse el reconocimiento, y el recuerdo de esa época de lucha
sigue marcando en la actualidad a algunos viejos soldados del psicoanálisis.
Sigmund Freud, el inventor del psicoanálisis, había provocado a sus
contemporáneos con una teoría fascinante. Ante las absurdas contorsiones
hostiles al cuerpo de una sociedad burguesa bajo cuya quebradiza superficie de
decoro borboteaban obsesivas fantasías sexuales, Freud proclamó –como
explicación de extraños fenómenos psíquicos- la misteriosa realidad del
inconsciente. Con ello intentaba mayormente resolver los estados histéricos, a
la sazón generalizados, de exaltadas nobles señoras.
El nuevo
método abrió perspectivas para asomarse al omnipresente mundo de las pulsiones
y de la forma más o menos exitosa de gestionarlas. Las construcciones de Freud,
que partían de la temprana implicación erótica del niño en la relación con el
padre y la madre, pretendían ser científicas, científico-naturales ante todo.
Con ello respondían por completo a la moda de la época y, al mismo tiempo,
fueron capaces de contribuir a sacudir con éxito a una sociedad cohibida.
Pero no eran
una ciencia natural, es más, ni siquiera eran ciencia en sentido estricto. Es
famoso el reproche de Jürgen Habermas, quien habla de la “errónea
auto-comprensión cientifista del psicoanálisis”. En sus inicios, el
psicoanálisis se asemejaba más bien a una ideología o a las comunidades
religiosas tradicionales. Freud repartía anillos a sus discípulos más cercanos
e importantes a guisa de anillos episcopales, excomulgó a su discípulo modélico
C. G. Jung y todavía hoy sus textos son venerados en ocasiones como escrituras
sagradas. El propio Freud no sólo aplicó el psicoanálisis a sus pacientes, sino
que desarrolló a partir de él una sugerente doctrina sobre Dios y el mundo. En
el caso de ciertos adeptos menos ilustrados del psicoanálisis, todo eso llevó y
lleva con no poca frecuencia a tener por verdades las interpretaciones
psicoanalíticas. Pero no lo son.
…/… La
focalización en el pasado y, en especial en la infancia, el paciente siguió
siendo un problema crucial… Desde un punto de vista psicológico, el firme
anclaje del trastorno presente en determinados fenómenos del pasado puede
sugerir –en el peor de los casos- que el trastorno es inalterable, pues la
persona, por definición, nunca pude liberarse ya de su pasado. Y si el
trastorno presente tiene que ver en lo esencial con un pasado del que uno es
incapaz de desembarazarse, ¿cómo va a liberarse del trastorno mismo? La
focalización en pasado y en las deficiencias del pasado puede obrar incluso, si
es manejada con torpeza, lo que se ha dado en llamar “daño causado por la
psicoterapia”: la inducción de un trastorno psíquico por medio de la propia
psicoterapia.
…/… No
obstante, el método aplicado no tiene por qué ser decisivo. Como ocurre con
todos los tratamientos de psicoterapia, cuán bueno o malo, cuán breve a largo
sea un tratamiento psicoanalítico depende en esencia de la persona del
terapeuta. Hay brillantes psicoanalistas, existencialmente sabios, que han
abandonado algunos callejones sin salida del psicoanálisis y que, tras adoptar
modernos criterios científicos, ejercen la psicoterapia con resultados
positivos. Junto al psicoterapeuta, también el propio paciente y la clase de
trastorno psíquico que padece son, desde luego, importantes para el eventual
éxito de esa específica psicoterapia (sesiones de prueba, para ver si hay
química entre psicoterapeuta y paciente). Por desgracia, aún nps falta mucho
para poder decir con precisión qué métodos y qué psicoterapeutas serán los más
efectivos para los distintos tipos de pacientes y trastornos. Si las personas
se meten una y otra vez en los mismos estériles callejones sin salida a lo
largo de sus vidas, y si es posible determinar motivos biográficos para ello,
entonces el psicoanálisis es un método psicoterapéutico útil en algunos casos y
menos útil en otros. Dado que se hace largo y costoso, quizá no sirva para
todas las enfermedades mentales. Y, en su forma clásica, no es apropiado o
incluso resulta perjudicial para tratar determinados trastornos psíquicos
graves, tales como la esquizofrenia o las depresiones profundas.
b)
La psicoterapia conductual
Cuadrad,
práctica, buena
La gran
antagonista del psicoanálisis era y es la psicoterapia conductual. A la
psicoterapia conductual clásica no le importa la dinámica que pueda ocultarse
detrás de una sintomatología dada. Se interesa tan sólo por los síntomas
mismos, por la conducta exteriormente descriptible y, en especial, por cómo
erradicar tales síntomas. La psicoterapia conductual considera que la conducta
patológica ha sido aprendida por el paciente en el curso de su vida, por lo que
también puede ser olvidada. Para ello ha desarrollado métodos evaluados
científicamente con precisión, al objeto de conseguir una eliminación de los
síntomas tan rápida y duradera como sea posible. No cabe duda: eso mismo es lo
que desea el paciente.
La crítica
habitual del psicoanálisis a semejantes métodos era que se quedaban en la
superficie y, por ende, no “ahondaban” lo suficiente. Pero algunas
investigaciones han concluido que los métodos de psicoterapia conductual obran
de manera del todo perdurable.
Con el tiempo,
la terapia conductual ha complementado la focalización, a menudo asimismo
polémica, en los síntomas externos y su tratamiento con aspectos cognitivos
–esto es, que requieren discernimiento- análogos a los que están presentes en
los métodos psicoanalíticos. El “giro cognitivo” de la terapia conductual ha
convertido esta forma de psicoterapia en el método psicoterapéutico
probablemente mejor avalado desde el punto de vista científico en el mundo
entero. Entretanto, existen sofisticados manuales que permiten a los
psicoterapeutas tratar de forma hasta cierto `punto estandarizada determinados
trastornos por medio de la terapia conductual. Pero hay pacientes con los
cuales estos métodos no sirven de nada.
c)
Revoluciones sistémicas.
Cómo
se erradican los problemas
Mientras que
el psicoanálisis intenta tratar con la cura psicoanalítica a personas
concretas, la terapia conductual trata síntomas concretos. Pero la persona
siempre es también un ser social. La terapia sistémica pone en el centro a la
persona con sus relaciones sociales.
…/… (anorexia
para evitar la separación de sus padres)
La escuela de
“Palo Alto” (California) desechó la opinión clásica de que existe “la” adición,
“la” esquizofrenia, o “la” depresión. “¿Cuál es la realidad?” La terapia
sistémica ofreció una visión completamente nueva y mucho menos rígida de la
realidad. Por eso, la terapia sistémica no es sinónimo de terapia familiar,
bien que ha dado numerosos impulsos importantes a esta forma de terapia.
…/… Los
síntomas de la enfermedad tienen un sentido y no pueden ser vistos y utilizados
sólo como deficiencias, sino que han de ser entendidos como recursos, como
fuente de energía. “¿Qué es lo bueno dentro de lo malo?” La respuesta: cambios
de perspectiva e intervenciones sorprendentes. Así, en situaciones
completamente enmarañadas se puede de repente “introducir una llamativa
diferencia que supone una auténtica diferencia”. Los terapeutas sistémicos
aportaron nueva vitalidad a un sistema que antes estaba anquilosado en
determinados ritos poco útiles y, por concomitancia, dolorosos.
“¿Por qué es
usted tan depresivo?”. Desde el punto de vista psicoterapéutico, plantear
semejante pregunta a un melancólico no es, en realidad, demasiado inteligente.
Pues eso es lo que el depresivo, de todos modos, lleva preguntándose a sí mismo
desde hace mucho tiempo en vano. Si alguien que se encuentra en tales
condiciones tiene que contarle además a otro durante tres cuartos de hora todas
las miserias de su vida, al terminar seguramente no se sentirá mejor, sino que
entonces será cuando se encuentre mal de verdad… ¡y encima ya sabe también por
qué! De ahí que los terapeutas sistémicos planteen preguntas muy distintas. Por
ejemplo: “¿Cómo se las ha arreglado usted para soportar su depresión durante
tanto tiempo?”. Y en respuesta a esta pregunta, el mismo paciente
contará una historia muy distinta. El mismo paciente contará que, por lo menos,
todavía era capaz de pintar un poco, de dar pequeños paseos, de visitar a
algunos amigos, no tanto como en otras circunstancias, pero algo es algo. Es
decir, el mismo paciente, después de una pregunta tan inesperada, hablará de
sus energías sumamente personales, que le han sostenido incluso durante la
depresión. ¿Y con qué debe llevarse a cabo la psicoterapia sino con las propias
energías del paciente? Dilatarlas con cariño, hacer más de aquello que
ayuda: tal es el sentido de toda psicoterapia centrada en los recursos. En
cambio, cuanto más se habla en una sesión de psicoterapia de las innegables
deficiencias del paciente, de sus causa y consecuencias, tanto más refuerza uno
en la duda su impotencia. El psicoterapeuta profesional debe lograr que los
pensamientos del paciente se orienten de nuevo a sus propias energías. Y es que
los pensamientos y el lenguaje crean una realidad que, en el sentido más
verdadero de la expresión “surte efecto”. De ahí que resulte poco útil hablar
con el paciente una y otra vez sobre “la depresión”. Los terapeutas sistémicos
no tratan los diagnósticos y los síntomas como si fueran verdades eternas, sino
que relajan estos rígidos conceptos y dirigen la atención hacia las soluciones
individuales, a menudo sobremanera creativas, adoptadas por el paciente en el
pasado como en el presente. “Sólo necesitamos los diagnósticos para las
mutuas”, dijo pícaramente en un simposio Paul Watzlawick.
d)
Soluciones sin problemas: el secreto de la
mella
El
estadounidense Steve de Shazer desarrolló de manera consecuente el enfoque
anterior h hacia la terapia centrada en la solución, que se desentiende
radicalmente del problema y no mira ya más que ala solución. Esto acorta la
duración de la psicoterapia y conduce a eficaces soluciones individuales. Para
ello, de Shazer se apoyó en el psicoterapeuta más genial del siglo XX, Milton
Erickson, el cual estaba discapacitado, iba en silla de ruedas y, por
ello, no podía por menos de observar a las personas con suma atención.
…/… La mella,
que a punto había estado de convertirse en causa de suicidio, pasó a ser una
bendición, una solución, gracias a la cual la paciente se liberó de su
abrumador atenazamiento.
La terapia centrada en la solución ha
demostrado su virtud, más que nada, en el tratamiento de adictos. Estas
personas, debido tanto a sí mismas como a su entorno, suelen estar muy
focalizadas en sus propios problemas. Y, desde luego, esperan que el
psicoterapeuta les pregunte justo qué es lo que ha salido mal con ellas. Pero
entonces se quedan sorprendidas de que alguien les pregunte en primer lugar cómo han conseguido superar la recaída.
Escuchan perplejas que el terapeuta no se interesa tanto por las fases en las
que beben, sino por los períodos de abstinencia. Y cuanto más se representan
mentalmente todo lo que les ha salido bien en la vida, con tanta mayor claridad
recuerdan las capacidades que activaron
para conseguir tales logros. La imagen que tienen de sí mismas deviene de
nuevo más positiva. Ya solo con ello se incrementa la probabilidad de volver a
conseguirlo. Así, la forma en la que uno pregunta por la historia clínica
constituye ya de por sí un decisivo encauzamiento terapéutico. Quien –sin
semejante sugerencia psicoterapéutica- no hace sino dar vueltas y vueltas alas
causas de su problema tiene presente una y otra vez el propio fracaso. Esto
puede llevar a adquirir algunos conocimientos, pero no necesariamente ayuda a
alcanzar una solución.
‹‹La
solución no tiene nada que ver con el problema››. Con esta frase resume
Steve
de Shazer resumía sus investigaciones llevadas a cabo en el instituto
de Milwaukee. Se había descrito de forma precisa el problema con el que cada
paciente acudía a la psicoterapia. Con idéntica precisión se había descrito la
solución a la que se había llegado al final del tratamiento. Y cuando luego se
intentó establecer una relación entre problema y solución, se descubrió que no
existía ninguna.
¡Verdaderamente
increíble! ¡Pero si, para resolver un problema primero hay que conocerlo! Sin
embargo, si se miran las cosas con detenimiento, justo eso es lo que no se
cumple. Pues el problema es un acontecimiento vital que, de algún modo, se
cruza desde fuera con el propio camino vital. La solución, en cambio, debemos
alcanzarla en cualquier caso con las capacidades específicas de que disponemos,
diferentes para cada persona.
Si una persona
es capaz de serenarse en situaciones de estrés escuchando música, utilizará
esta capacidad para encontrar una solución cuando se vea confrontada con todo
tipo de problemas: personales, profesionales, sociales. A otras personas la
música no les ayuda. Mas también ellas han resuelto ya con éxito problemas a lo
largo de su vida –activando otras capacidades.
Por esta
razón, el consejo: “En su lugar, yo…”, demuestra escasa profesionalidad. La solución
se basa en nuestras limitadas capacidades individuales, que difieren de una
persona a otra. Y a estas capacidades debe dirigir la psicoterapia profesional
el foco de la atención. El problema, por el contrario, se nutre de las
limitadas fatalidades que el mundo tiene para ofrecer. De ahí que sea
impredecible y, en la medida que queda fuera de nosotros mismos, no
influenciable por nuestra parte. Por eso, no deberíamos perder en vano el
tiempo con el problema. “Así es la vida”: tal es el título de un artículo
–convincente desde el punto de vista epistemológico- de Steve de Shazer, en el
que éste se ocupa mayormente de la filosofía del lenguaje de Ludwig
Wittgenstein. Estas nuevas formas de psicoterapia no sólo están fundamentadas
con suma seriedad desde el punto de vista teórico, sino que, sobre todo,
procuran con radical coherencia que el paciente se libere con rapidez y de
forma duradera de sus síntomas. Algo así no puede ser completamente falso.
CASO: Un día, una paciente acudió a
Steve de Shazer y le dijo que tenía un problema que le resultaba tan embarazoso
que, bajo ningún concepto, podía contárselo. Por regla general, eso habría
supuesto el fin de la psicoterapia antes siquiera de empezarla. En el caso de
Steve de Shazer no ocurrió así. Él aceptaba a todos los pacientes, también a
los llamados “desmotivados”. Al fin y al cabo, acudían a él, por lo que algún
motivo debían que tener. Pero descubrir de qué manera puede uno ayudar incluso
en situaciones complejas no es tarea del paciente, sino del psicoterapeuta
profesional. En este caso el reto estaba claro: encontrar una solución sin
conocer el problema. De Shazer respetó la condición de la paciente y le
planteó sus preguntas de escala.
“Imagínese una escala de cero a diez. Cero significa: “Es tan grave que no
puede ser peor”. Diez significa: “El problema está totalmente resuelto”. En la
actualidad, ¿en qué punto de esa escala se encuentra usted?”. La paciente le
dijo que en el dos. De Shazer le siguió planteando sus preguntas estándar:
“¿Cómo ha conseguido pasar del cero al dos? ¿Qué le ha ayudado a hacerlo? ¿Qué
a mejorado en el dos con respecto al cero?”.
Pero, dado que
la paciente no quería revelar su problema y las respuestas habrían ofrecido
pistas al respecto, de Shazer invitó a la mujer a representarse las respuestas
de forma detallada solo en su imaginación. Eso fue lo que hizo la paciente. Y
cuando terminó de hacerlo, de Shazer le formuló la siguiente pregunta: “En el
pasado, ¿cuándo ha estado usted siquiera por breve tiempo en el tres o en el cuatro?”.
La paciente se representó de nuevo mentalmente estas fases -de mejoría-.
Después de algunas preguntas más, vino la “pregunta de la primera sesión”:
“Desde hoy hasta la próxima sesión, que tendremos dentro de tres semanas,
reflexione, por favor, sobre qué aspectos de su vida y su conducta no debería
cambiar”.
Los pacientes
saben, por supuesto, qué es lo que quieren cambiar, y pensar sobre ello dirige
el foco de la atención una y otra vez a las deficiencias que toda persona tiene
y que le impiden alcanzar la hermosa meta. Pero la “pregunta de la primera
sesión” dirige la atención a las numerosas capacidades y energías individuales
que, como es comprensible, el paciente, abrumado por los problemas, últimamente
ha perdido de vista. Que en la siguiente sesión se le pregunte en efecto al
paciente qué es lo que no desea cambiar no es en absoluto decisivo. La pregunta
ha dirigido de modo provisional la atención del paciente a algo muy útil, y eso
funciona. En la segunda sesión, de Shazer planteaba además la famosa pregunta del milagro: “Imagínese que, al caer la noche,
está usted cansado y se va a la cama. Y mientras duerme, acontece un milagro.
De repente, su problema ha quedado resuelto por completo. Se despierta por la
mañana, pero no sabe que ha acaecido el milagro, pues usted estaba durmiendo.
¿En qué notaría que ha acontecido el milagro?”. Si la respuesta es formulada
sólo en términos generales, por ejemplo. “En el hecho de que me sienta mejor”,
el psicoterapeuta vuelve a preguntar: “¿En qué lo nota?”, hasta que se describe
un modo de conducta observable.
Con vista a
una mayor clarificación cabe también preguntar en qué notarían los familiares
del paciente que ha tenido lugar el milagro, o uno puede interesarse por
aquello que se vería en una película sobre la situación posterior al milagro.
La insistencia en una descripción concreta impide que el paciente se proponga
metas utópicas y posibilita que el objetivo influya de forma realista. El quid
de la pregunta del milagro es que el paciente describe el objetivo sumamente
personal con que él encara la psicoterapia. Un paciente contará que, por fin,
podrá de nuevo cocerse por las mañanas el huevo del desayuno y salir a comprar
el periódico. Para otro, en cambio, después del milagro volverá a ser posible
dormir a gusto y descansar. Cuanto más se hable sobre ello, tanto más intensas
serán, por supuesto, las imágenes de la solución; y el paciente pasa del
éxtasis de los problemas al éxtasis de las soluciones, un estado que impulsa
con fuerza el proceso de curación.
Volvamos a
nuestro caso. Steve de Shazer había realizado con la paciente dos o tres
sesiones más, en las que le había formulado nuevas preguntas, siempre con una
respuesta imaginada en la mente de la paciente. Ésta progresaba bien, estaba
motivada y colaboraba. Por último, al llegar al punto ocho de la escala, dijo
que se sentía lo suficientemente bien como para dar por concluida la terapia.
Pocos meses después, de Shazer recibió una postal desde un país lejano.
Contenía un efusivo agradecimiento de la paciente, que terminaba con las
palabras: “… y, por lo demás, ahora estoy en el doce”. De Shazer nunca supo en
qué consistía en realidad el problema y, sin embargo, logró con sumo éxito
construir la solución junto a la paciente.
En
sus cien años justos de existencia, la psicoterapia moderna ha evolucionado de
forma impetuosa. Los tiempos de luchas han dado paso entretanto a una
respetuosa coexistencia. Cada cual integra en su propia forma e psicoterapia
aspecto útiles de las demás escuelas y hace memoria de las cuestiones
fundamentales. Si la psicoterapia es una –artificial, asimétrica, intencionada
y metódica- relación pasajera por dinero entre un paciente que sufre y un
terapeuta conocedor de los distintos métodos, entonces se trata de un proyecto
claramente definido. “Definido” quiere decir aquí “limitado”. Y en la
limitación radica siempre también, en toda psicoterapia seria, la clave del
éxito.
La
psicoterapia no puede ofrecer la felicidad, ni siquiera el sentido de la vida,
como tampoco la producción de la persona perfecta. Los psicoterapeutas no son
más sabios, ni tienen más experiencia de la vida, que el resto de los seres
humanos. Se mire como se mire, los diálogos psicoterapéuticos constituyen
invariablemente tan solo la segunda mejor forma de comunicación. Son siempre
artificiales y, en caso de ser buenos, ingeniosos; pero nunca espontáneos. La
mejor forma de comunicación es, también para esquizofrénicos, depresivos y
demás, conversar con carniceros, panaderos y vendedoras, o sea, con personas
normales. Los psico-expertos sólo deben intervenir cuando eso no funcione
–porque el trastorno psíquico sea, por el momento, demasiado agudo-, pero
únicamente hasta que la mejor forma de comunicación posible vuelva a cuajar. De
ahí que la brevedad sea una exigencia ética para toda psicoterapia. Pues la
psicoterapia es un trabajo, no la vida real. Más bien, debe ayudar a que la
persona pueda volver cuanto antes a vivir su vida con ganas, olvidándose de
psiquiatras y psicoterapeutas.
Así, la
modestia es un signo distintivo de toda buena psicoterapia. A pesar de la
multiplicidad de métodos, la psicoterapia no es más que una de las muchas
posibilidades de tratamiento, que en ocasiones ayuda, rara vez perjudica y
siempre ha de ser llevada a cabo con precaución. Y es que todo método que da
resultado tiene asimismo efectos secundarios. Este principio farmacológico vale
también para la psicoterapia. El conocido psicoanalista Christian Reimer
destapó las estremecedoras formas de abuso de los pacientes por medio de
psicoterapias demasiado prolongadas. Esto fue durante mucho tiempo un tema
tabú. Reimer citó la furiosa carta de una psicoterapeuta a una paciente que,
después de una terapia de más de diez años, había interrumpido –con toda razón-
el tratamiento. El narcisista auto-enamoramiento de algunos psicoterapeutas
puede convertir las terapias en enfermizos apaños. Si el psicoterapeuta se
considera a sí mismo la única solución para el paciente, entonces no lo
conducirá –como ocurre en toda buena psicoterapia- a la libertad, sino a la
falta de libertad y la dependencia. Steve de Shazer insistía en que la terapia
centrada en la solución siempre debía incluir igualmente la separación respecto
del psicoterapeuta; y ello. A la mayor rapidez posible. En la puerta de su sala
de tratamientos podía leerse: “La terapia breve es útil para los
pacientes, no para los terapeutas que la cultivan”.
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