EL INFIERNO DEL MAL...
Los
once primeros capítulos del Génesis.- No son propiamente la historia del pueblo
de Israel, sino que se refiere a toda la humanidad previa. Una vez rota la
relación del hombre con Dios, la imagen de dios que quiere ser como Dios, a
partir de ahí, se van rompiendo las diversas relaciones humanas: primero la
relación fraterna entre Caín y Abel. Después vendrá la ruptura de todo tipo de
relaciones: la relación varón-mujer; la burla ante el desvalido, a pesar de
tratarse del propio padre, en el caso de los hijos de Noé. Hasta terminar en la
torre de Babel, donde todas las relaciones entre los pueblos quedan
distorsionadas, y los seres humanos ya no se entienden. Es decir, una vez
dislocada, descolocada la relación con Dios, se van quebrando todas las
relaciones humanas; y ese es el contexto en el que recomenzará Dios, llamando a
Abrahán...
En
los tres primeros capítulos de la carta de san Pablo a los Romanos, habla este
de dos modos de ser (no meramente dos pueblos, el pagano y el judío): dos modos
de ser que todos llevamos dentro y que son el modo de ser pagano y el modo de
ser religioso. El pagano es el clásico ególatra que toma su real gana por ley
de las cosas. El judío, el hombre moral, es como la dirección contraria del
anterior. Dios ha de estar de su parte para condenar a todos los demás. El
pecado clásico de los “buenos”: que lo que quieren con su bondad es ser mejores
que los otros. El inconsciente de algunas críticas lo que está diciendo es “yo
no soy así, yo soy mejor”. Hay siempre una secreta búsqueda de afirmación
propia debajo de toda crítica, supuestamente moralizadora. Ejemplo del primero
es el rey David, que actúa como un auténtico pagano en el llamado “pecado de
David” (se queda con la mujer de su soldado Urías y a este le manda matar). Lo
importante es la total ceguera que ha ido adueñándose de David a lo largo de su
proceso. Ejemplo del segundo es el caso del ciego de nacimiento en el Evangelio
de según san Juan, donde vemos como en las clásicas discusiones de ortodoxia a
favor y en contra, el prurito de autoridad acaba pesando más que el amor a la
verdad. Otros profetas también denunciaron esto.
Acercamiento
Psicológico.- En otro orden de cosas, la maldad es la cumbre de un proceso:
nuestras debilidades nos llevan a una cierta mezquindad, y de la mezquindad
pasamos a la ceguera. Y cuando estoy en la ceguera, puedo fácilmente pasar a la
maldad. Debemos tener en cuenta dos lecciones importantes de este proceso: La
primera, para mí: “yo soy de la misma pasta”. La gran ilusión, un tanto
pecaminosa, con que a veces la gente que se cree buena habla de la maldad,
parece querer decir: “yo no soy de esa pasta”. Todos somos de la misma pasta.
Tenemos que bajar a nuestros fondos para descubrir allí los virus (o los genes)
de todo lo que nos horroriza en la maldad: el virus del odio, de la violencia,
del fascismo, del libertinaje, etc... Todos esos virus están en nosotros: ¿por
qué no se activaron en mí y sí en otros? ¿Suerte? ¿Historia? ¿Educación?...
¿Quién puede saberlo, sino sólo Dios?...
La segunda: no sólo yo soy de su
misma pasta, sino que esos que llamamos “los malos”, amén de malos, son muchas
veces víctimas: de los diferentes contextos donde se han desarrollado,
sociales, culturales, familiares, etc... Entonces, si yo soy de la misma pasta,
y ellos además son víctimas, todo eso relativiza mucho la actitud farisaica de
juicio, que es la que san Pablo, en la carta a los Romanos, quiere frenar
cuando dice: “Tú, si juzgas, te pones en lugar de Dios”. (J. I. G. F. A. L. P. S. T.)
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