EL TRIGO Y LA CIZAÑA
Jesús justifica la espiritualidad desde
abajo también con la parábola de la cizaña entre el trigo (Mt 13,24-30). La
espiritualidad desde arriba se afana por alcanzar los ideales distinguiendo
bien y separando la cizaña que crece entre el trigo en el campo del corazón
humano. El ideal es aquí el hombre puro y santo, sin defectos ni debilidades.
Esto mismo se puede aplicar a la Iglesia. Pero este punto de vista lleva
directamente a un rigorismo tal que excluiría de la Iglesia a todos los débiles
y pecadores.
Esta parábola contra los rigoristas de
su tiempo en su comunidad -en el caso de que solamente se trate de una creación
del evangelista Mateo- también se puede leer con aplicación espiritual a las
sombras e imperfecciones en el campo espiritual del corazón. En ella se prohíbe
el rigorismo violento y drástico de uno consigo mismo.
Jesús compara nuestra vida con un campo
en el que Dios ha sembrado buena semilla de trigo. llega de noche astutamente
el enemigo y siembra la cizaña. Los criados que preguntan si deben arrancar
inmediatamente la cizaña son los idealistas rigurosos que desearían arrancar
pronto y de raíz toda clase de imperfecciones. Pero el dueño responde:
"No, no sea que al arrancar la cizaña arranquéis también el trigo. Dejad que
crezca todo junto hasta el tiempo de la siega" (Mt 12,28). La cizaña tiene
raíces y están tan entrecruzadas con las del trigo que no se podría erradicar
unas sin arrancar al mismo tiempo las otras.
El que aspira a ser impecable arranca
con sus pasiones todo su dinamismo, se vacía simultáneamente de su debilidad y
de su fuerza. El que aspira a una corrección impecable y a cualquier precio no
verá crecer en el campo de su corazón más que raquítico trigo. Muchos
idealistas viven tan concentrados sobre la cizaña espiritual de sus faltas y
sobre la manera y métodos de erradicarla que viven de hecho una vida
incompleta. A fuerza de buscar perfección se vacían de dinamismo, de vitalidad,
de cordialidad. La cizaña puede ser nuestras propias sombras, todo lo negativo
con lo que hemos eliminado lo que nos resultaba incómodo y no rimaba con
nuestros ideales prefijados. Así de sencillo.
La cizaña se sembró "durante la
noche", es decir, en la oscuridad del inconsciente. Podemos estar en vela
toda todo el día prevenidos contra lo negativo y defectuoso y venir el enemigo
a hacer su siembra de cizaña en la noche. Si logramos reconciliarnos, con la
cizaña podrá crecer el buen trigo en el campo de nuestra vida. Al tiempo de la
siega, con la muerte, vendrá Dios a hacer separación para arrojar la cizaña al
fuego. A nosotros no nos está permitido quemarla antes de tiempo porque
anularíamos también una parte de nuestra vida.
¿Por qué se nos olvida con tanta
facilidad que ya la encarnación del Hijo de Dios es un ejemplo de espiritualidad
desde abajo? Jesús escoge para nacer un establo y no un palacio, en Belén y no
en la capital del imperio. Es decir, quiere nacer en el corazón de los pobres y
en la pobreza del corazón. No somos más que el establo donde Dios nace.
Espiritualmente estamos tan sucios como un establo. Nada tenemos presentable al
Señor pero él quiere habitar precisamente en nuestra pobreza.
Este mismo motivo se encuentra en el
bautismo de Jesús. El cielo se abre sobre él mientras se encuentra metido en la
corriente del Jordán. El agua está contaminada con los pecados de los hombres
bautizados. Mientras está Jesús en medio de las culpas de los hombres se abre
el cielo sobre él y se deja oír la voz del Padre: "Tú eres mi Hijo
querido, en ti hallo mis complacencias" (Mc 1,11).
Esto mismo sucederá con nosotros. Sólo
cuando estemos dispuestos como Jesús a introducirnos en las aguas del Jordán y
a hacer pie en medio de nuestras faltas, podrá abrirse el cielo y podrá
pronunciar Dios sobre nosotros la palabra de su absoluta presencia
habilitadora: tu eres mi hijo querido, mi hija querida; en ti tengo mis
complacencias.
EL LADRIDO DE LOS PERROS...
Un rey que no
creía sino en la realidad que le entraba a través de los sentidos mandó a su
hijo el príncipe, al que no creía muy espabilado, por el mundo, para que
aprendiese a ser un hombre. Una tras otra regresa tres veces a casa de su padre
y cuando éste le pregunta qué ha aprendido, responde la primera vez: he
aprendido a entender qué dicen los perros cuando ladran. La segunda vez
responde: he aprendido a entender qué dicen los pájaros cuando cantan. Y la
tercera vez dice: he aprendido a entender qué dicen las ranas cuando croan.
Ante estas
respuestas el padre se siente profundamente contrariado, él es un hombre que
encarna perfectamente los puntos de vista de la racionalidad pura, pero
incapacitado para entender los matices del arte. Y despide a su hijo. Éste sale
de la casa de su padre sin rumbo fijo…
“Esfuérzate por penetrar en la sala de los
tesoros de tu interior y te encontrarás en los salones del cielo. Aquella y
éstos son una misma cosa. Una sola entrada permite ver la una y los otros. La
escala del cielo está oculta en el interior de tu alma. Salta desde el pecado
para bucear en lo más profundo de tu alma y encontrarás una escalera para
ascender. El camino hacia Dios es aquí bajada hacia la propia realidad. El
salto para bucear en las profundidades se da desde el trampolín del pecado. Él
es precisamente el que me puede lanzar al abandono de los ideales del espíritu
forjados por mí mismo y lanzarme a las profundidades del alma. Allí están
juntos mi corazón y Dios. Allí está también la escalera para ascender a él”
(Isaac de Nínive).
“Tu
caída, dice el profeta, (Jer 2,19) se convertirá en tu educador”.
Exactamente la caída, la falta, el pecado, puede convertirse en pedagogo que
enseña el camino hacia Dios. Todas las dificultades con que tropezamos e
incluso las mismas faltas y fracasos están siempre llenos de sentido. Dios
sabía que todo eso podía ser positivo para mi alma. Por eso sucedió así. Nada
de lo que Dios permite carece de sentido. Al contrario, todo tiene
necesariamente un sentido y está ordenado a un fin. Por lo tanto, no hay razón
alguna para dejarse deprimir y hundirse ante los graves errores cometidos
porque todo sucede bajo la mirada providente de Dios como elemento cooperante
de sus santos proyectos.
Jacob
ve la escala por la que subían y bajaban los ángeles de Dios mientras dormía,
es decir, en sueños (Gn 28, 10ss). El sueño abre su mirada a la realidad de
Dios presente en medio de la vida. Jacob va de huida, se encuentra en situación
de depresión profunda, de fracaso, en la que todos sus planes han quedado
rotos. En esa situación se la da Dios a conocer. En el sueño le dice que el
lugar que pisa es santo y le garantiza su asistencia y acompañamiento a lo
largo de todos sus caminos hasta que se hayan cumplido todas sus promesas. El
sueño le señala la meta de un camino que tiene que pasar primero por la
decepción en casa de Labán. Tiene sentido compensatorio. Mirando hacia fuera,
todo es desesperación. Pero en el sueño transforma Dios la situación y hace
comprender a Jacob que el momento en que se encuentra agotado, al borde de sus
fuerzas y posibilidades, es el momento de la intervención de Dios para hacerse
él mismo cargo del asunto. Jacob, en lugar de huir delante de Dios, se vuelve
directamente hacia él. La piedra, en su camino por el desierto, en la que
podría tropezar se convierte en lápida de recuerdo de la fidelidad y
misericordia de Dios.
El joven
príncipe llegó a un castillo donde se le ocurre pernoctar. Pero al dueño no le
quedan habitaciones libres, sólo tiene disponible la torre del castillo y en
ella hay unos perros tan feroces que ya han devorado a más de un incauto. El
príncipe no se arredra. Recoge algo para cenar y entra sin temor en la torre.
Los perros comienzan a ladrar furiosos pero él se pone a dialogar serena,
amistosamente con ellos. Nace la calma y los perros le confían enseguida su
secreto: ladran con tanta furia porque guardan un tesoro que hay allí escondido.
Le guían por el camino del tesoro, le muestran el lugar y hasta le ayudan a
desenterrarlo.
El
camino hacia el tesoro pasa también por el diálogo con los perros furiosos, es
decir, el diálogo con mis pasiones, mis problemas, miedos y heridas, con todo
lo que ladra dentro de mí y amenaza con tragarse mis energías.
Los furiosos
perros ladradores están plenos de vitalidad. Si los encerramos quedamos
privados de su energía, necesaria para llegar a Dios y al encuentro con
nosotros mismos. La torre es un símbolo de maduración humana; la torre hunde
sus cimientos en la tierra y se eleva al cielo, Es redonda, símbolo de la
totalidad. Si por un elevado idealismo encerramos y atamos los perros
ladradores, nos condenamos a vivir en tensión permanente por miedo a que un día
se suelten y salgan. Muchas veces huimos de nosotros mismos, nos da pánico
mirarnos al interior por miedo de ver allí un peligroso perro (la cizaña). Pero
cuanto más encadenemos los perros tanto más furiosos se vuelven. Se trata, por
tanto, de armarse de valor y penetrar en la torre y allí, en paz, dialogar
confiadamente con ellos. Pronto nos descubrirán el secreto del tesoro que
guardan. Ese tesoro puede ser un nuevo impulso de vida, un nuevo estilo de
autenticidad personal, la nueva manera de ser yo mismo hasta completar la
imagen que Dios se ha formado de mí.
Anselm
Grün y Meinrad Dufner
Liberados por Dios, no estamos bajo el dominio de los
príncipes de este mundo. No se alza ningún juicio contra un mundo que fuese fuente de mal. El mundo todo lo más es
ambivalente. Él solo tiene que ser liberado, si se puede hablar así. Ni
siquiera su cizaña puede ser arrancada (Mt 13,24-30): bien porque no lo sea más
que a los ojos de nuestra impaciencia sin discernimiento; bien porque, incluso
separada del trigo, no deja de guardar en ella misma un principio válido que
permanece y cuya economía ignoramos (¿con qué derecho antropocéntrico
determinamos que una hierba es una mala hierba?); bien porque incluso la cizaña
más cualificada como mala hierba pueda, ser convertida de arriba abajo, como un
Saulo en un Pablo, precisamente porque su naturaleza básica no está corrompida.
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