LA TEORÍA MIMÉTICA A VUELAPLUMA
La teoría mimética es cierta
comprensión de las relaciones humanas que implica, al mismo tiempo, una manera
de entender la cultura humana. Es decir que ofrece una percepción simultánea de
lo que mueve a los humanos en sus relaciones y de lo que los forma en las
estructuras que son anteriores a, y muchas veces escondidas de, sus relaciones.
Esta única idea ayuda a romper la barrera entre dos aproximaciones a la
comprensión de nosotros mismos que hasta ahora no han sido capaces de encontrar
un vínculo interno: la aproximación psicológica, siguiendo a Freud, que se
concentra en la persona individual, concibiendo sus problemas como internos a
la persona, y la aproximación sociológica, que concibe los problemas como
"allí fuera" -objetivos-, independientes de los motivos tuyos o míos,
de nuestras intenciones, sentimientos y así sucesivamente. Esta escisión tiene
marcados efectos en la teología: consideremos la manera en la cual se había
confinado el discurso sobre el pecado en el mundo de lo "personal",
como luego el intento de rescatarlo de aquella esfera, para enfatizarlo como
algo estructural, intento este que, por las razones que tal vez se aclaren en
la medida que avancemos, no ha dado el fruto esperado.
La teoría mimética propone una
manera de entender lo humano que es a la vez personal y social, puesto que
trata a la persona como absolutamente dependiente del otro, social y personal,
que le es anterior, y de este modo concibe como clave para cualquier
comprensión de la relacionalidad entre este otro y la persona. Tratemos de
describir esto sencillamente. La primera pregunta que nos hace es: ¿cuál
es tu deseo? La respuesta que da es: deseo a imitación de alguien.
Para que algo tenga valor o interés para mí, alguien, otro, tiene que haberle
dado aquel valor o interés. Este proceso comienza en todos nosotros en la más
tierna infancia, cuando fue de hecho el proceso de la imitación en todos
nosotros, movido por la atracción gravitacional hacia el otro, lo que nos
condujo a articular sonidos y hacer gestos. Fue la capacidad de repetir sonidos
lo que condujo a la formación de la memoria, y de allí al lenguaje, puesto que
no hay lenguaje sin memoria. Es decir que la posibilidad misma de que seamos
criaturas conscientes del todo se debe al mecanismo de la imitación. Imitamos
no tan sólo lo que las personas hacen, y como aparecen, sino que nos mueve una
atracción gravitacional aún más fuerte: nos mueve el deseo de ser. En el
caso de que haya buenos padres, al bebé se le permite recibir un sentido de
ser, y no tiene que agarrar para adquirir un sentido de ser. Al otro extremo de
la gama, hay niños que no reciben ningún sentido de ser y para los cuales
pueden pasar años durante los cuales buscan de toda forma posible, encerrados
en quién sabe cuántos mecanismos repetitivos dolorosos y exacerbantes, adquirir
un sentido de ser. La mayor parte de nosotros está en alguna parte de la gama
entre quienes su sentido de ser, su "yo", fue pacíficamente amado y
traído a la existencia, de modo que pueden imitar a los que los aman de manera
pacífica y con pocos conflictos, y los que sienten que tienen que agarrar-coger
un sentido de ser que siempre les elude, manipulando y controlando a los demás
en su búsqueda. Y así entramos en una dinámica de lucha para adquirir
violentamente lo que estamos convencidos que nos corresponde en nuestro afán de
ser.
Esto quiere decir que nuestros
deseos son adquiridos a imitación de los deseos de otros, el "yo" a
quien se llama a la existencia depende enteramente de los otros que le rodean.
El "yo" que nutre el espejismo de su propia originalidad, ciego a su
dependencia, es tal vez el que más dependiente es de los deseos de los otros,
pero de maneras escondidas y compulsivas. Hasta aquí sin problema. Pero
esto significa que estamos siempre dispuestos al conflicto.
Consideremos lo siguiente: si reconozco mi absoluta dependencia del otro para
mi deseo, en lo social y en lo personal, entonces estoy en paz con el otro. Sin
embargo, en el momento en que busco afirmar la anterioridad y originalidad de
mi deseo, entonces estoy en una relación conflictiva con el otro. Un ejemplo:
un miembro de mi pandilla aparece con una nueva camisa de una determinada
marca. Es una persona a la que aprecio y admiro: me gustaría ser como él; si
fuera como él, entonces tal vez sea yo mismo más deseable, más atractivo. Tal
vez llegue a "ser" un poquito más. De modo que compro la misma
camisa, y, por supuesto, los otros de la pandilla me comentan: "Mira,
imitaste a Juan, compraste la misma camisa". De ser yo aquella cosa
extraordinariamente rara y sana, una persona humilde y sencilla contesto que:
"Si, tienen razón; admiro a Juan y me gustaría ser más como él". Sin
embargo, el noventa y nueve por ciento de nosotros es más probable que
contestemos algo así: "Están delirando, no estoy imitando de ninguna
manera. Vi la camisa en la tienda, o en la TV, antes incluso de que él
sospechara de su existencia; tan sólo no disponía del dinero entonces". Es
decir, afirmo la anterioridad y originalidad de mi deseo, y niego mi
dependencia real del otro. Esto es algo absolutamente sencillo, y quien mejor
lo entiende es el mundo de la publicidad, que rarísima vez se limita a
describirte, sin más, el producto que te quiere vender. Más bien busca
seducirte a que lo desees al mostrarte alguien atractivo, que claramente tiene
ser -es famoso-, tiene chispa, disfruta de la vida con su producto. Mensaje: si
compras X, entonces podrás ser como Y, es decir, realmente existir.
Bueno, está muy bien mientras hay
muchos objetos X para venderse. Pero, ¿cómo, si no es la camisa de Juan la que
me gusta, sino su chica? Juan y Pedro son amigos íntimos, y lo han sido desde
la infancia. En su adolescencia Juan, que tiene un hermano un par de años mayor
que él y que ya tiene novia, comienza a buscar salir con una chica. Está
apasionado, o por lo menos, convencido de que debería de ser apasionado, de
modo que habla intensamente acerca de la chica en los términos más exagerados.
Este ejercicio tiene como objetivo convencer a Pedro de que ella es la chica
más maravillosa del mundo, puesto que Juan no puede imaginar el desear algo que
no lo desee también Pedro; a fin de cuantas hasta ahora todo lo han deseado
juntos: su música, su deporte, sus primeros cigarrillos, y así sucesivamente.
Al principio Pedro no se deja impresionar. He aquí que Juan desea un objeto en
el cual no puede participar, puesto que, al fin y al cabo, una chica no es una
moda o un cigarrillo. Ella es indivisible. Sin embargo, Pedro está habituado a
aprender a desear según su amistad con Juan, y de repente, empujado por Juan,
comienza a percibir que, de hecho, ella tiene un cierto atractivo, y de
repente, ¡qué sorpresa!, Pedro se apasiona por ella. Por supuesto, a esta
altura del juego, pelea con Juan, que no puede entender cómo su mejor amigo
puede hacerle semejante cosa. Juan se aleja, perdiendo su interés en la chica.
En este momento, de repente Pedro descubre que también en él ha perdido interés
en ella: su interés dependía de Juan. Estando éste ausente, como amigo y como
rival, la chica pierde interés. En esta historia, donde podemos intercambiar
los papeles masculinos y femeninos al gusto, es de tal modo aparente que lo
entendemos de inmediato: todos deseamos por medio de los ojos del
otro.
Esto nos ha llevado al umbral del conflicto.
Imaginemos otra historia para entender mejor lo que pasa. Ahora tenemos un
brillante profesor, y un alumno brillante. El alumno imita al profesor, al
profesor esto le halaga y le cae bien, por eso anima al alumno. Hasta aquí nada
de rivalidad, de conflicto. En la medida en que el alumno adquiere cada vez más
éxito, el profesor se alarma, comienza a temer por su propia posición, y entra
en rivalidad con su propio alumno, complicándole las cosas, criticando
ferozmente una brillante conferencia que ha dado su alumno. El alumno se
desorienta: ¿por qué ha acontecido esto?, ¿por qué su imitación fiel y su amor
por su profesor de repente reciben este galardón? Continúa buscando imitar,
pero ahora se encuentra rival de su propio profesor, que está en rivalidad con
él. Pelean, aparentemente sobre algún punto importantísimo de la verdad: con
respecto a la interpretación de los agujeros negros, o de Platón; de hecho la
pelea no tiene un por qué sustancial. Es irracional, y tiene que ver con la
rivalidad de los dos.
Ahora imaginemos que su pelea está
causando el caos en la facultad, y que necesitan llegar a un acuerdo para
evitar que alguna entidad gubernamental les prive de sus subvenciones. De ser
personas de extraordinaria humildad y simplicidad, podrían, por supuesto, ir
cada uno a visitar al otro diciendo: "Lo siento, veo que el problema es
que he estado en rivalidad contigo, lo cual fue enteramente innecesario, y debo
aprender cómo amar sin envidia, imitando pacíficamente". Pero, si tan
sencillos y humildes fuesen, era poco probable que hubiera estallado el
conflicto. Antes bien adoptan una manera diferente de resolver el conflicto: "Mire,
nuestro conflicto nunca se habría dado si de nosotros dependiera; de hecho fue
aquel profesor escandinavo quien ha sembrado el conflicto entre nosotros. De
librarnos de él, entonces nuestra facultad conocerá la paz". Así que
hacen exactamente esto, plenamente convencidos de que el tal escandinavo fue la
fuente de todos los males de la facultad. Tienen que creer de verdad que él sea
auténticamente esta fuente, pues de lo contrario no lograrían hacer las paces.
De hecho, si se ponen de acuerdo, con un análisis bien objetivo, en culpar al
escandinavo, lo echan, y de repente encuentran que en su facultad reina la paz.
Lo que no han percibido es que su paz es una paz falsa, basada en un engaño, y
que eventualmente su rivalidad, que apenas se tapó con un poco de papel
higiénico, hará erupción de nuevo, y tendrán que repetir el mecanismo de nuevo,
sacrificando, esta vez, quién sabe cuál víctima desechable.
Bueno, pues ahí tenemos la
teoría mimética. Ésta dice que toda sociedad y cultura humana es así.
Que todo humano desea de esta manera, y que la manera en la cual producimos la
paz es por la expulsión de alguien tenido como responsable de nuestros
conflictos. Es decir somos todos, siempre y en todas partes, criaturas
inmensamente violentas, y la única forma que tenemos de controlar esta
violencia es la búsqueda de la unanimidad colectiva contra una víctima.
Podemos imaginar una asesinato fundacional de este tipo, tal como se atestigua
en muchas partes de la mitología humana, y observar el proceso en su
integridad. Un grupo entra en conflicto, y hay amenaza de caos. Misteriosamente
ocurre un movimiento espontáneo que une a todos contra alguna persona fácil de
victimizar (es decir, que no puede tomar venganza). A aquella persona se la mata, e
inmediatamente se restaura la paz. El grupo no puede percibir que es su propia
violencia unánime la que ha producido la paz, porque esto sería reconocer la
inocencia de la víctima y la naturaleza aleatoria, azarosa, de escogerla. De
modo que se atribuye la paz mágica a la víctima que fue percibida como violenta
y causante de todos los problemas mientras estaba con el grupo, y que, una vez
expulsada, regala la paz al grupo. Conclusión: fuimos visitados por un dios, un
dios ambiguo, antes terrible, ahora benéfico. Tenemos que establecer
tres cosas para mantener la paz: primero, prohibir todos los tipos de
comportamiento que llevaron al conflicto grupal (lo cual significa
principalmente prohibiciones en especial contra todos los tipos de
comportamiento imitativo que llevan al conflicto); en segundo lugar debemos repetir,
en la medida de lo posible, la expulsión original que llevó a la paz, de modo
que producimos un rito que consiste en una mímica bien controlada de una
violencia masiva, que termina en la inmolación de alguna víctima, originalmente
humana, posteriormente animal, y así sucesivamente. En tercer lugar debemos contar
la historia de cómo fuimos visitados por los dioses y fundados como
grupo y como pueblo: el nacimiento del mito.
Esto significa que la prohibición social es
esencialmente una forma violenta de protección contra la violencia, hecha
posible por un asesinato; que el rito es esencialmente una mímica disfrazada de
un asesinato, y que el mito es la historia de una muerte por linchamiento
contado desde la perspectiva de los perseguidores. Ahora, todo este
sistema de producir y mantener el significado, que puede verse en los ritos y
mitos esparcidos por el planeta, depende de un solo elemento absolutamente
indispensable. Es decir, una ceguera de parte de los
participantes con respecto a lo que verdaderamente están haciendo al matar la
víctima, o sea, una auténtica creencia en la culpabilidad de la víctima. Todo
el sistema cultural, y todo lo que hay en él depende de esta ceguera, sin la
cual no habría manera de resolver el conflicto, y las sociedades se
autodestruirían.
Hay, por supuesto, tan sólo una manera
mediante la cual se puede llegar a percibir que una cultura entera está fundada
en una mentira relacionada con un asesinato. Esto es cuando alguien con una
percepción enteramente diferente, cuya percepción no está formada por su
mentira, viene al grupo y les señala su ceguera. En el caso de nuestra
historia humana, no ha habido sino una percepción contracorriente que es
genuinamente diferente de todas las otras historias y mitos, y ésta es la
historia judía, que consiste en el paulatino descubrimiento de la inocencia de
la víctima. Lo podemos ver muy claramente si comparamos la historia de Rómulo y
Remo -la de la fundación de Roma- con la de Caín y Abel y la fundación de la
humanidad. En aquella dos hermanos indistinguibles pelean acerca de quién va a
fundar Roma: organizan una competición para determinar quien ve primero una
señal celeste. Remo vio algunos pájaros, y Rómulo luego vio otros pájaros más
impresionantes. En la lucha que siguió, Rómulo mató a Remo y quedó como
fundador de Roma. A Remo se le atribuía la culpa de impiedad hacia los dioses,
y por eso Rómulo tenía razón al matarlo. En el libro del génesis hay dos
hermanos indistinguibles, uno mata al otro y así funda la humanidad. De modo
que las historias son idénticas: la Biblia y el mito están de acuerdo, las
culturas humanas están basadas en el asesinato. Pero luego, con una estructura
idéntica, hay una diferencia en la interpretación, y es toda la diferencia en
el mundo. Dios le dice a Caín: "¿Dónde está tu hermano? Su sangre me clama
desde el suelo". Es decir, el asesinato no es más que eso: un crimen
sórdido, no justificable; y Dios está del lado de la víctima y no ayuda a
mitificar el autoengaño de Caín.
Por supuesto, podríamos seguir por la
Biblia y ver cómo, con frecuencia, es lo mismo que todos los mitos del planeta,
con Dios apenas diferente de los dioses. Sin embargo, poco a poco se obra el
proceso del descubrimiento de la víctima y de la subversión de la historia
contada por los perseguidores, de modo que se hace cada vez más clara la
inocencia de la víctima: ahí está la historia de José, el libro de Job, los
extraordinarios "cantos del siervo" en Isaías. Poco a poco a Dios se
le distingue de la violencia de los dioses, y se le percibe del lado de la
víctima. Éste es el genio del judaísmo, y no tiene equivalente estricto en otro
pueblo o cultura alguna. Se trata de lo que llamamos la "revelación":
Dios revelándose al abrir nuestros ojos para que veamos lo que hacemos al
sacralizar las víctimas; Dios revelándose por medio de la víctima inocente. En
el AT nunca alcanzamos una plena revelación de la inocencia de la víctima, ni
la plena separación de Dios de un involucramiento en lo sagrado, que es decir
en la violencia engañadora. Aquella plenitud de revelación ocurre sólo en la vida, muerte y resurrección
de Jesús.
El NT es exactamente la misma historia
de todos los mitos del planeta. Un tiempo de crisis, un intento de salvar la
situación al producir la expulsión unánime de una víctima, y luego el
linchamiento semi-legalizado de aquella víctima. La estructura es idéntica a la
de muchísimos mitos e historias fundacionales que podrían examinarse. Hay una
sola diferencia: exactamente la misma historia está narrándose desde la óptica
inversa. Es la historia desde la perspectiva de la víctima. A la
víctimas se la proclama inocente; se indica que fue la envidia lo que condujo a
su muerte; cumplió una profecía de que lo odiarían sin causa, de que sería
contado entre los transgresores sin causa. Su linchamiento no consigue producir
una nueva paz y orden social, como lo habían esperado sus verdugos, con su
magnífico lema: "Conviene que un solo hombre muera para que la nación no
perezca". La mentira asesina está expuesta en su integridad.
No tan sólo eso, sino que es evidente
que la víctima no fue "canonizada", por así decir, después de muerta:
"Había sido una influencia mala, pero llegó a ser percibido como una
influencia buena después". Más bien se llegó a percibir que él había sido
bueno desde el comienzo, y que había conocido y entendido exactamente el
mecanismo por el cual se le mataría, preparando a sus seguidores al respecto, y
enseñándoles cómo evitar participar en tales movimientos linchadores. Les
enseñaba, de hecho, cómo dejar atrás el ser conducido por el tipo de deseo
imitativo conflictivo que vimos arriba, y les enseñó a la vez cómo tomar el lado
de los excluidos, los victimables. Toda la teoría mimética está expuesta al
revés por una sola persona.
La teoría mimética tiene, como acabamos
de ver, tres "momentos" en un solo paquete. El "momento"
del deseo imitativo triangular: cuando deseo un objeto a imitación del deseo de
otro, y así entro en conflicto. Luego viene el "momento" del
mecanismo del chivo expiatorio, por cuyo medio se resuelve el conflicto en un
grupo humano por la expulsión unánime de una víctima. El "momento"
final es la subversión a partir de dentro de este mecanismo universal por la
lenta irrupción dentro de la historia humana de un "Otro" de tipo
diferente del otro violento que normalmente forma nuestro deseo, culminando en
la representación visible, la puesta en escena, de lo que aquel Otro
verdaderamente es por un hombre que va a su muerte para des-encubrir la mentira
fundacional.
La teoría mimética de René Girard, desde
su elaboración, ha sido estudiada y aplicada a través de toda una serie de
ciencias diferentes: la economía, la psicología, la etnología, la teología, la
ciencia política, la crítica literaria, y otras. Nosotros la utilizaremos para
nuestro ejercicio teológico de recuperación del testimonio apostólico. Para
hacer eso tenemos que regresar a los primeros principios y preguntarnos qué es
lo que hace posible esta historia, esta teoría, en primer lugar.
James Alison
Para seguir creciendo en la fe...
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