lunes, 6 de mayo de 2013

Anunciación del Señor



ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR   Lc 1,26-38

Dice mi hermano Richard Rohr.- María sintetiza el entero misterio de la salvación recibida, un misterio que tiene múltiples dimensiones: (1) la "inmaculada concepción" antes de que ella hubiera hecho algo bueno o malo; (2) elección gratuita en la Anunciación sin mención de mérito alguno; (3) su maternidad virginal está rodeada de un halo de misterio, incluso para ella misma; (4) una vida bastante común y tranquila (ninguna referencia a ella en treinta años); (5) su digno y heroico "aguante" en solidaridad con el dolor y la desesperación final; y (6) su receptividad para la vida del Espíritu Santo compartida con todos los demás en Pentecostés.
Todo esto nos dice cómo Dios nace en el mundo. Nunca tiene que ver con nosotros, sino siempre con Dios. Nosotros, al igual que María, somos meros "esclavos" e instrumentos, y era necesario una mujer como ésta para hacer patente cómo acontece la aceptación de la salvación.
El saludo del ángel Gabriel: "Alégrate, favorecida" (llena de gracia). Si nos damos cuenta la palabra "favor (o gracia)" no dice nada acerca de nosotros. "Favor" dice algo sobre aquel que favorece. Así, en realidad no se está diciendo nada sobre María, sino sobre la elección de María por parte de Dios. Ella es la receptora absolutamente perfecta de ese favor y rehúsa jugar la carta del : "Señor, no soy digna", que había llegado a ser normativa en la mayoría de las teofanías bíblicas. María se limita a decir: "Hágase en mí".
En la historia de María tenemos lo que algunos llaman el segundo relato de la creación de la Biblia. Es de nuevo una "creación de la nada". María es la persona dispuesta a ser "nada". Dios no  necesita dignidad por adelantado. Él la crea con la propia elección.
Dios es el eterno "yo" que aguarda a quienes están dispuestos a ser un "tú". No es ninguna sorpresa que María se haya convertido en icono de la oración para tantas personas tanto en el cristianismo ortodoxo como en el católico, así como en numerosas órdenes religiosas, aun cuando la Biblia no menciona que "orara". Lo que más se aproxima a ello es la frase de Lucas: "María conservaba y meditaba todo en su corazón".
Si lo meditamos detenidamente nos daríamos cuenta de que no sabemos decir "sí" por nosotros mismos. La parte que siempre dice "sí a Dios" es el Espíritu Santo que está dentro de nosotros. Primero dice "sí" en nuestro interior, y luego nosotros decimos:"¡Ah, sí!" pensando que brota de nosotros. En otras palabras, Dios nos recompensa por dejar que Dios nos recompense.
¿Estamos alguna vez preparados para semejante gracia? Probablemente no, pero al final de la Biblia vemos a la nueva Jerusalén que desciende inmerecida e indeseada, sin que quienes han de recibirla estén preparados para ello. Es por entero don de Dios. Después de toda una Biblia de guerrear, discutir, proteger, acumular méritos y competir, de comprar y vender a Dios, finalmente el don nos es concedido y entregado sin más. La nueva Jerusalén desciende de los cielos de forma gratuita, sin garantía alguna.
No obstante la lucha es buena e incluso necesaria. La lucha cincela dentro de nosotros el espacio para el deseo profundo. Dios suscita el deseo y lo satisface. Nuestra tarea consiste en ser los deseadores. Dios nunca a va a darnos nada que no queramos realmente. Al igual que el de María: "Hágase en mí según tu palabra", nuestro fiat sigue siendo esencial.
Al pronunciarlo nos damos cuenta de que vivimos una vida mucho mayor que la que creíamos propia. Y en lo sucesivo ya sabremos que nuestra vida no trata sobre nosotros, sino que nosotros tratamos sobre Dios.




No hay comentarios:

Publicar un comentario