lunes, 6 de mayo de 2013

Génesis



LA  CREACIÓN

            Aunque el texto Gn 1,1-2,4a está colocado primero en la Biblia, otras afirmaciones líricas de los Profetas y los Salmos son muy anteriores en lo referente al tema de la creación. Este texto es una especie de narración litúrgica que relata la historia del creación de una forma muy estilizada. Convencionalmente, se comprende este texto como una afirmación litúrgica frente a las tentaciones de los dioses babilonios en el exilio, lo cual concuerda con el Isaías del exilio.
Es bien sabido que el primer versículo de la Biblia es problemático desde el punto de vista gramatical y que quizá no pueda tomarse una decisión de acuerdo con principios puramente gramaticales. Me inclino a considerar Gn1,1 como una proposición subordinada temporal, interpretada como: "Cuando Dios comenzó a crear...", que convierte el v.2 en la proposición principal de la frase inicial de la Biblia. Esta manera de comprender la gramática del versículo sugiere que lo afirmado es que Dios está actuando sobre una realidad ya presente (el caos), a la que Dios ordena por medio de la palabra y da vida por medio del aliento (espíritu). A lo largo del resto del capítulo, Dios continúa creando mediante la palabra y la acción un mundo vital de orden, vigor y fecundidad que posibilita la vida y que, en últimas instancia, es considerado por Dios "muy bueno" (v.31).
Esta retórica pretende mostrar que Dios está al mando de una forma serena y soberana. Aquí no hay lucha, no hay ansiedad, no hay riesgo. Si es cierto, como mantiene el consenso crítico, que se trata de un texto exílico, entonces la intención y el resultado de esta narración litúrgica es que al ser expresada se origine un mundo generativo bien ordenado y plenamente fiable para los israelitas exiliados en Babilonia. El universo ofrecido en estas expresiones litúrgicas es "un mundo de contraste", en comparación con el mundo del exiliado, lleno de amenazas, ansiedad e inseguridad. De acuerdo con esta realidad, el caos ya existente en el v.2 representa la realidad del exiliado (una vida llena de riesgos y desorden). El resultado de la liturgia es crear un mundo alternativo en el que se ordena la vida, algo posibilitado por la palabra y la voluntad poderosa de Yahvé. Los israelitas del exilio pueden habitar en este mundo y, si así lo desean, retirarse (emocional, litúrgica, política y geográficamente) del desordenado mundo de Babilonia, que queda tremendamente deslegitimado en este relato.
Este relato litúrgico presenta la actividad creadora de un orden por parte del Dios de Israel, la cual encuentra su culmen en el Sabbath (Gn 2,2-3). Este descanso sabático está dispuesto en el tejido y en la estructura misma de la vida creada. Sin embargo, incluso si el Sabbath recibe una significatividad cósmica, las prácticas del día de descanso siguen siendo de forma concreta y precisa una promulgación judía, por la que los judíos en el exilio babilónico (y en cualquier otra circunstancia) se distinguen a sí mismos de manera visible y pública de un mundo que se deja llevar demasiado por la fuerza de la ansiedad y del control incansable. Una vez más, al igual que en Jr 10,6 y Am 4,13, la retórica de la creación se pone al servicio de la identidad y la conducta de una existencia judía consciente de sí. Israel no tiene interés alguno en dar testimonio de Yahvé como aquel que crea, a no ser   que este pueda ser vinculado a los aspectos prácticos de la vida en fidelidad en el mundo.
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Cualquier estudiante del tema de la creación en el AT inevitablemente debe enfrentarse al tema de si el AT reivindica la creación ex nihilo: ¿Creó Dios de la nada? Es correcto, así como convencional, decir que no hay prueba carente de ambigüedad de tal afirmación antes del segundo libro de los Macabeos, que es muy tardío en la fe de Israel. Otros textos, quizá incluso Gn 1,1-2, permiten, pero no exigen, tal lectura. Las grandes reivindicaciones hechas a favor de Yahvé admitirían esa radical afirmación de soberanía, pero Israel parece no haberlo dicho ni conceptuado de esa manera. Y si no es ex nihilo, nos vemos obligados a deducir que Israel comprendió la actividad creadora de Yahvé como formación, modelado, gobierno, ordenación y sostenimiento de un mundo creado a partir de "la realidad del caos" que ya estaba ahí. A diferencia de algunas tradiciones especulativas, Israel no manifiesta interés o curiosidad por el origen de la "realidad de la creación". Está simplemente ahí como un dato, al que luego Yahvé se dirige de forma señorial.
Esta forma de comprender la creación puede sorprender a algunos como una afirmación inadecuada que parece ceder algo crucial del poder omnímodo de Dios. No obstante, parecería que esta cuestión no preocupó ni a Yahvé ni a Israel. La percepción más importante, a mi juicio, es que lo que puede aparecer como una concesión teológica a la "terquedad" de esa realidad, de hecho, es una virtud pastoral característica de la fe de Israel. Es decir, la fe de Israel está por lo general en medio de las cosas, respondiendo a lo que aparece concretamente "en la vida real". Y lo que aparece -a diario y en todas partes, en tiempos pretéritos y en nuestros días- es una vejación, son unos problemas y una destructividad que parecen descontroladas y libres. Podemos decir que todo ese mal es consecuencia del pecado, pero Israel rechaza esa conclusión, si por pecado se entiende fracaso humano. El mal simplemente está ahí, a veces como consecuencia del pecado humano, a veces como un dato, y ocasionalmente se culpa a Dios. Jon Levenson ha defendido convincentemente que, según los textos del AT, en el mundo se encuentra en libertad algo incontrolado y destructivo que aún no ha sido colocado bajo el dominio de Yahvé. Mientras se promete que Yahvé prevalecerá sobre esas fuerzas contrapuestas, es obvio que Yahvé todavía no ha logrado ese dominio y ahora no prevalece. Además, Fredrik Lindström ha mostrado que en muchos salmos esa fuerza mortal penetra en medio de Israel solo cuando y donde Yahvé está ausente, es negligente o no presta atención.

Teología del Antiguo Testamento
Un juicio a Yahvé
Walter Brueggeman

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