miércoles, 8 de mayo de 2013

Asquerosamente Perfecto...






ASQUEROSAMENTE PERFECTO



            El Artista “Asquerosamente Perfecto” –al menos así le definieron en una ocasión, al amanecer, mientras su figura se recortaba sobre la colina, al amparo de un cielo en el que comenzaba a salir el sol- se había construido en su jardín prestado un trono con piedras y cemento. Sobre el cemento había hecho una inscripción: “Dios mueve al jugador y este la pieza, ¿qué Dios...?” También había dibujado un sol en el cemento. Sentado en aquel sol había contemplado durante nueve años ponerse al del cielo sobre el horizonte. La frase escrita bajo el sol era de J. L. Borges, extraída del final de un poema que habla de un jugador de ajedrez: “Dios mueve al jugador y este la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza? La Gnosis era uno de los principales manantiales de Borges.

            El artista asquerosamente perfecto había prescindido de la cadena de dioses hasta el infinito ¿para qué? El problema del artista asquerosamente perfecto, por entonces, no era Dios. Y de haberlo sido tampoco hubiese podido decir cuál. Era un Dios sin nombre, al que cada mañana daba las gracias por el nuevo día. Cada segundo era Dios, pero el artista asquerosamente perfecto seguía sin saber de qué Dios se trataba.

            Leyó, el artista asquerosamente perfecto, muchos libros sobre muchos dioses; dioses de islas, de montañas, de ríos, dioses de mares; poemas de místicos a Dios, sobre Dios, desde religiones distintas, desde idiomas distintos, desde otros mundos, todos en el mismo mundo, y todos hablaban de otro Dios. Los nombres de Dios eran infinitos, y aunque parecían ignorarlo, todos hablaban del mismo Dios, de un Dios que finalmente limpio de hojarascas, se descubría, por encima de todo, como un amante incondicional de sus criaturas, de un Dios que es, como había venido a decírnoslo su Hijo, Amor...

            “Bienaventurados los que sufren en paz” decía san Francisco de Asís, y se tiene que haber sufrido mucho para poder hablar de semejante modo. “Aceptar morir crucificado por amor a los que te crucifican”, si no es para volverse loco, hay que ser muy hombre para realizar algo así, o muy divino para ser tan hombre. No hay ningún otro espacio para la revelación de la Divinidad, ese Dios al que buscaba el artista asquerosamente perfecto, y al que sigue intentando, en la medida de sus posibilidades, seguir las huellas...

                                                                        .../...

            ...Únicamente recuerdo que caí, ya lo había hecho otras veces, incluso voluntariamente, pero esta vez era diferente. No me quedaban ganas de volver a levantarme, ¿para qué?, si a nada se llega; estaba agotado, sin fuerzas, todo parecía haber sido para nada, y sin embargo...

            De vuelta, en casa de mis padres, hallé el cuarto donde dormía decorado con algunas láminas enmarcadas. Imágenes de los pasos de la Semana Santa del pueblo. El Nazareno cargado con la cruz estaba justamente delante de la cama. La contemplaba antes de dormirme y al levantarme. Llegó a desagradarme hasta el punto de cambiarla de lugar. Pero la idea no le gustó a mi madre, que la devolvió a su sitio. De algún modo, en aquel entonces, yo sentía todo ese dolor dentro de mí.

            Como disponía de todo el tiempo del mundo volví a retomar la lectura de la Biblia de Jerusalén que me había regalado Asunción, la madre de Tomás, años atrás, en mi época de estudiante de Psicología en Madrid. ¿Pero, cómo había comenzado todo?...

            Hace años, sentado en la recepción del hotel Castegar, de Castellanos y García, una noche, me dije para mí: “Imagina que como pintor ya has conseguido cuanto podía ofrecerte el mundo, ¿era eso todo lo que pretendías?... Tu vida continúa, ¿qué pintarías entonces? ¿Qué era eso tan importante que pretendías mostrar y demostrar con tu arte?

            Decidí, en aquella imaginaria situación, que lo mejor sería retirarse a una pequeña isla e ir pintando “la magia de lo invisible” en cada uno de mis días, abandonarse al mágico-misterio de lo cotidiano.

            Tomé un mapa para darle la vuelta al mundo y fui descubriendo islas. Ibiza me quedaba muy a mano, a un tiro de piedra, un billete de autobús y otro de barco. ¿Y por qué necesitaba haber conquistado al mundo si ese viaje era tan fácil de realizar? Este pensamiento que surgió sobre las tres de la madrugada, comenzó a realizarse a las siete de la mañana cuando cogía el autobús hasta Valencia desde donde un barco me llevó a la isla, pasando previamente por Mallorca. Al llegar, mi conocimiento de la isla no era otro que su nombre y su situación geográfica en el Mediterráneo. Allí transcurrieron nueve años de mi vida, pintando, las pruebas están allí, algunas. Llevé como equipaje las manos en los bolsillos y la intención de vivir pintando, eso fue todo...

            De cómo se me apareció la Virgen María en un pinar de san Juan de Portinax: Alquilé un coche y me dirigí al norte. Paseando entre pinos hallé una estampa-recordatorio de un funeral, con la imagen de una Virgen Inmaculada de Murillo. Subí a un pino y la clavé en una rama bien alta. Era mi primer día en la isla, por la mañana.

            “No hay libertad sin un abandono en brazos de lo imposible. El liberado de sí mismo ha superado ya sus íntimas seguridades. Sólo en el despojo se muestra la autenticidad de la búsqueda. No son malos los afectos. Ni es malo confiar en sí mismo. Ni es malo saberse amigo de Dios. Pero el buscador de la libertad nunca podrá caer en la presunción de creerse imprescindible para los demás. Ni en la ingenuidad de que ya da por descontados los proyectos inescrutables de un DIOS DIFERENTE, CREADOR IMPREVISIBLE”.

            ¡Saltar Sin red! Eso fue lo único que hice entonces, y que después descubrí que tanto tiene que ver con la fe. Tenía una gran confianza, pero en aquel tiempo no hubiese sido capaz de decir en quien; tan sólo sentía muy dentro que ese salto era necesario.

            Por entonces, mi reto personal, consistía en hallar “un estilo personal pictórico”, y aquello me empujó a la búsqueda de un tema interminable sobre el cual desarrollar mis cuadros. Así que comencé a buscar por dentro y por fuera una profundidad que intuía pero de la que no tenía ni idea.

            La pequeña iglesia de san Miguel, en su pequeña colina, comenzó a convertirse en el centro de mis cuadros, pintase lo que pintase, siempre aparecía. Después fue la luz, tan deslumbrante que cegaba, los cuadros eran casi blancos. Los demás elementos aparecían y desaparecían entorno a esa luz. Así percibí una serie de ciclos naturales que se repetía casi con la precisión de un reloj, algo parecido a estaciones psíquicas...

            Me fue dado algo parecido a un estilo, pero mi corazón seguía insaciable, con sensación de oscuridad, más que de luz. Fue entonces cuando pinté “Noche Oscura del Alma”, que se vendió a los dos días de estar expuesto con el precio más caro de la lista. Un cuadro alrededor del cual construyeron un barco y se marchó a dar la vuelta al mundo.

            .../...


Quisiera que mi amor fuera tan grande,
tan intenso, tan fuerte,
que sintiéndolo, el mundo, perdiese la razón,
que volase la risa más allá de la muerte...
y el universo entero, que sin parar se expande,
al escuchar: ¡te quiero!
adoptase la forma de un solo corazón.
Hay que elevar el corazón más allá de lo que alcanza,
sembrarlo por la tierra, quemarlo con el fuego,
entregárselo al viento y hacer divino el juego
del amor, la sonrisa, la amistad, la confianza...
Todo lo que será, ya es, no lo vemos, más fluye,
pues todo lo que es ha sido eternamente...
¿Prisioneros estamos de un tiempo intrascendente?
...porque sólo Dios puede alcanzar lo que huye.../.

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