lunes, 27 de mayo de 2013

TRÍPTICO DE LA RÚAH...

1.- CUANDO VAYAS A ORAR...
            Ensancha tu deseo
            Otro elemento fundamental es el deseo, la insatisfacción, porque la oración nace de nuestra pobreza y se dispara como una flecha desde la tensión de ese arco.
            Lo que la ahoga, en cambio, es el engaño de una saciedad aparentemente satisfecha o la suficiencia que nos impide reconocer nuestra indigencia y nuestros límites:
            “Dices: ‘Soy rico, me he enriquecido, nada me falta’. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo...” (Ap 3,17).
            Tenemos la tendencia a culpar de nuestra “indolencia oracional” a los ritmos acelerados de la vida en las grandes ciudades, al acoso de los medios de comunicación, a la obsesión consumista y viajera de nuestra cultura... Todo eso, pensamos, nos hace difícil encontrar tiempo y espacios sosegados para orar y puebla nuestro silencio de imágenes distractivas. Aunque eso sea verdad, lo que más hondamente nos incapacita para la oración es aquello que apaga y debilita nuestro deseo:
            -el racionalismo, que prescinde del lado oscuro y latente de la realidad y pretende explicarla y dominarla en su totalidad;
            -el psicologismo como explicación última de todo, que sospecha de los deseos como escapatorias evasivas, les niega sistemáticamente un origen trascendente y nos instala en un nivel de positivismo hermético;
            -el narcisismo, que ciega la brecha de la alteridad y nos encierra en una cámara poblada de espejos desde la que la invocación se hace imposible;
            -el hábito del confort, convertido en necesidad absoluta, que nos invita a instalarnos en lo ya conseguido;
            -el activismo compulsivo, que nos hace creer que no necesitamos de nadie y que podemos solucionarlo todo con nuestro esfuerzo, con tal que lleguemos a proponérnoslo;
            -la confusión de la tolerancia con el amor, que enfatiza los aspectos más segurizantes de la existencia, idealiza una tranquila mediocridad y niega al amor su inclinación hacia la desmesura, la exageración y la ausencia de cálculo.
            El deseo, en cambio, nos arrastra fuera de la estrechez de nuestros límites, hace de nuestro “yo” una estructura abierta y opera el milagro de convertirnos en criaturas referidas a Otro. “Amar, como orar -dice J.M. Fernández Santos-, es alojar a un extraño en las propias entrañas. Es dejar que el proyecto, los deseos, la vida de otro... inunden nuestro proyecto, nuestros deseos, nuestra vida; y esto, que es una división, paradójicamente nos integra. En la masa oscura de nuestros deseos, la presencia de Otro que es mayor que nosotros mismos nos va llevando, de deseo en deseo, hacia una mayor transparencia de nosotros mismos”. Recorrer el camino de la oración es muy duro; por eso hay tan pocos que lo hacen. Es recorrer el camino de los propios deseos; y casi no nos atrevemos a desear, sólo a calmar necesidades; y para ellas los objetos bastan. Pero Dios es Alguien. Tratar con Él es quemar las naves de la saciedad satisfecha. Es poner en pie el inmenso continente de nuestros deseos siempre avivados.  
                                   Compañeros en el camino. Iconos bíblicos para un itinerario de oración
                                    Dolores Aleixandre RSCJ

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