martes, 7 de mayo de 2013

Homilía en la misa de mi entierro...



HOMILÍA EN LA MISA DE MI ENTIERRO
              
                Queridas hermanas y hermanos...¡PAZ Y BIEN!...

            Mi vida como cristiano se inició en esta iglesia –refiriéndome a la de Las Pedroñeras, mi pueblo natal-. Aquí fui bautizado, aquí tomé la primera comunión, aquí me confirmaron.., aquí fui irreverente y soberbio en más de una ocasión y aquí juré con orgullo adolescente que jamás volvería a entrar aquí. La necedad juvenil siempre es atrevida.
            Isaías 55, 8-11.- “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor-. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes, que vuestros planes. Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo vuelven allí después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar, para que dé simiente al que siembra y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo”.

            La Palabra de Dios es una palabra viva, que quema, que siempre nos interpela, porque cuanto es el ser humano ante Dios, tanto es y no más.

         El evangelio de hoy, -porque hoy se cumple esta palabra- nos invita a anunciar la luz, a ser sus testigos...
        ¿Qué puedo decir de mí? Que me sorprende la paciencia que Dios tiene conmigo, y que una y otra vez no puedo evitar decir: “¿Por qué te empeñas en quererme tanto?”. No encuentro para todo esto otra explicación que las oraciones de mi abuela Guadalupe a la que de crío recuerdo que le preguntaba: ¿Por qué vas tanto a misa? Y ella siempre, con una sonrisa, me respondía lo mismo: ¡Por los que no van nunca!...
            Luego la vida gira y gira...
         Únicamente recuerdo que caí; ya lo había hecho en ocasiones anteriores, incluso voluntariamente, por el placer del vuelo, pero esta vez era diferente. Ni tan siquiera me quedaban ganas de volver a levantarme -¿para qué, si nunca se llega a nada?-.., estaba agotado, sin fuerzas, todo parecía haber sido en vano... y sin embargo...
       Al Señor lo encontramos –“aunque realmente es Él quien nos encuentra a nosotros”-... pues eso, lo encontramos siempre llamándonos; y lo hace con palabras y voces muy naturales, que podemos oír muy bien, muy claras; otra cosa es cómo escuchamos, el caso que le hacemos, la respuesta que le damos...

   ...-LA CITA dice así: -“Conozco tus obras y tus trabajos, y sé que sufres pacientemente por mi causa; no soportas a los malvados, pusiste a prueba a los que se llamaban a sí mismos apóstoles y los hallaste mentirosos. Conozco tu paciencia y lo que has sufrido por mi nombre sin desfallecer. Pero tengo contra ti que has perdido tu amor del principio”-.

     Esta cita del Apocalipsis la leí en la crítica que se hacía a un libro –“de cuyo título no consigo acordarme, ni del nombre del autor, ni del nombre del crítico”- en el suplemento cultural de un  periódico que no se distingue precisamente por su talante religioso.
               Era domingo por la mañana, y yo desayunaba en la terraza de un bar, frente a la iglesia, donde era raro que entrase, en la plaza de Santa Gertrudis, en el centro de la isla de Ibiza, donde vivía pintando cuadros...
       Es poco mas lo que recuerdo de aquella mañana, otra entre tantas mañanas de domingo; pero esta cita se me quedó grabada como si en aquel momento cada palabra hubiese sido dicha para mí..: -“PERO TENGO CONTRA TI QUE HAS PERDIDO TU AMOR DEL PRINCIPIO”-...

     ...¿Qué me había pasado? ¿Qué había sucedido con mi amor del principio? ¿Cuál era ese amor del principio que había perdido? ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué sentía aquellas palabras de un modo tan personal?... ¿Quién parecía no haber dejado de pensar en mí? ¿Para qué, para quién vivía?...

    ...Creo recordar que la lista de preguntas se me hizo interminable; y algo, sin saber muy bien qué, en lo más profundo, comenzó a cambiar dentro de mí...
    ...Una tarde, hablando en el bar con don Antonio, el párroco de San Miguel, me dijo:
-“las bendiciones nos caen del cielo, pero nosotros nos empeñamos en abrir el paraguas y no nos dan, nos protegemos para que no nos alcancen”-...

    Tras un año sabático, en mi pueblo natal, emprendí un viaje al final de la tierra, durante el cual me encontré con san Francisco de Asís, el otro Cristo. Esta es la metáfora, muy fácil de explicar: La meta del viaje era el cabo de Finisterre... y sea como fuere, cuando por fin llegué allí...ME LLEVARON...los franciscanos de Santiago de Compostela, con los que ya llevaba viviendo dos años...EL RESTO FUE DEJARSE IR... 
        ...y así, yo, que no terminé mi licenciatura en Psicología, terminé licenciado en Teología...

     ...¿Cómo daré gracias al Señor por todo el bien que me ha hecho? ¿Cómo daremos gracias? ¿Cómo damos gracias?...

     ...Todo ser humano es llamado de algún modo para algo que ciertamente, con frecuencia, él aparta de su camino.
Hay una soledad que nos descubre presentes en un estrecho saliente rocoso, entre los abismos, donde no hay ninguna seguridad de un saber expresable, sino la seguridad del encuentro con lo que permanece oculto...
   ...Dios toma al ser humano donde se encuentra, en su necesidades más humildes y cotidianas, para conducirlo a otra parte, a otra agua, a otro vino y a otro pan.., Dios conduce al ser humano más allá de su misma búsqueda... ¿Y qué era eso tan importante?... SOMOS AMADOS ANTES QUE AMANTES...

      ...Hay un fuego, con el que tropezamos más tarde o más temprano, que nos exige descubrir su más íntima esencia... ¿Tendremos la valentía de arder?...

      ...El que viene vino por su propia voluntad, saliendo del misterio de su lejanía, no hicimos nosotros que Él viniera.  ...Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman, de aquellos que han sido llamados según su designio, de todos, aunque ignoremos cómo... ¿o no lo ignoramos? ...

                     ...Personalmente, hubo un tiempo en el que aspiraba conseguir-conquistar –“lo máximo”- que pudiese alcanzar un ser humano en su vida sobre la tierra...
El Señor me enseñó, me sigue enseñando, que las cosas que de verdad importan no son algo que debamos CONQUISTAR.., se trata de saber ACOGER..,y algo así únicamente se logra ABANDONÁNDOSE EN SUS MANOS, sabiendo y sintiendo que todo depende de Él, pero actuando al mismo tiempo como si Él no existiese, como si todo dependiese única y exclusivamente de nosotros.
   ...Volveremos a equivocarnos, a veces parece que la libertad y el amor con que nos creó no sirviesen para otra cosa que eso...PARA EQUIVOCARNOS...

          ...Pese a todo, será conveniente no olvidar nunca, nunca, nunca, lo que vino a decirnos JESÚS DE NAZARET..., que Las Puertas de la Misericordia del Cielo no se cerrarán aunque no haya ni un justo sobre la tierra.
                                                                                  ES ASÍ, DE VERDAD.

            A los cuarenta y cuatro años tuve la experiencia de un linfoma cancerígeno en la ingle (No-Hokings): operación-extirpación y seis sesiones de quimioterapia bastaron. Pero se trataba de una enfermedad crónica, un compañero de viaje que podía volver a aparecer en cualquier momento.
            Ya sé que no está bien decir esto, pero lo cierto es que cuando me anunciaron que tenía cáncer estuve a punto de saltar de alegría gritando -¡al fin una señal!-. Se anuncia fiesta en el cielo, por aquello del pecador que se convierte, teniendo además la inmensa suerte –todo es gracia- de morirse al poco tiempo, evitando así el asalto de las dudas que inevitablemente surgen por querer calibrar con pie de rey el fundamento de todo esto, de nuestra maravillosa vida, que juega incansable, ya desde aquí, siempre un paso más allá. Pero estaba rodeado de personas, que por las caras que ponían, seguramente no me hubiesen entendido, así que disimulé lo mejor que pude. Medité un tiempo sobre la oportunidad de comunicarlo a mi familia. No quise que se enterasen mis padres por lo avanzado de su edad, para no darles ese disgusto. Al año se enteró mi padre, pero desde el cielo, dos años más tarde lo haría mi madre.

            Los sentimientos que despertó en mí el anuncio de la posible proximidad de la muerte, increíblemente, fueron positivos.
            Curiosamente sigue siendo la muerte la mejor prueba de la vida; la crucifixión y muerte de nuestro Señor Jesucristo prueban el hecho de su vida incluso a sus enemigos; lo demás, su resurrección, por ejemplo, ya implica locura de amor –estado este donde se demuestra, en la medida que puedan hacerlo estas cosas, se muestran más bien, que la razón sin la voluntad es algo así como una gran estructura de cableado eléctrico a la que jamás se administrase ningún tipo de corriente-.

            ¡Si supierais cómo nos estamos riendo! ¡No os lo podéis ni imaginar! Pero, hay que vivir, mientras estamos aquí es porque tenemos algo que hacer. Lo poco o mucho que yo haya podido realizar, siempre gracias a Dios, ahí queda. Si alguien, por todo ello, consigue acercarse un poco más a Dios, ese y no otro será mi premio.
           
            Nosotros los cristianos no debemos temer a la muerte –otra cosa es el desgarro que inevitablemente se produce por la separación de los seres que amamos-. En su Cántico de las Criaturas dice San Francisco de Asís acerca de la Hermana Muerte: -“Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal de la cual ningún hombre vivo puede escapar. ¡Ay de aquellos que morirán en pecado mortal! Bienaventurados los que encontrará en tu santísima voluntad, pues la muerte segunda no les hará mal”-.
            Nosotros los cristianos sabemos que él vino y se fue; se fue, pero se quedó con nosotros; se quedó, pero volverá; y antes de que vuelva, nosotros iremos a él...
            Los sentimientos que debemos desear tener ante la inminencia de la muerte –y que ya actualmente debemos tener, ahora-  no debieran ser otros que estos:         
            (Ya he copiado en más de una ocasión las meditaciones del padre Auguste Valensín sobre la muerte)
       <<PENSAR QUE VOY A DESCUBRIR LA TERNURA... Es imposible que Dios me decepcione. ¡La simple hipótesis es absurda! Iré a él y le diré: No apelo a nada más que a haber creído en tu bondad. Pues ahí está mi fuerza, toda mi fuerza, mi única fuerza. Si esto me abandonase, si perdiese esta confianza en el Amor, todo se habría acabado para mí; porque no creo valer, sobrenaturalmente, nada; y si hay que ser digno de la felicidad para conseguirla, tendría que renunciar a ella. Pero cuanto más avanzo en mi vida, más me convenzo de que tengo razón para representarme a mi Padre como la Indulgencia Infinita. Y que los maestros de la vida espiritual digan lo que quieran, hablen de justicia, de exigencias, de miedos; mi juez es aquel que todos los días subía a la azotea y miraba al horizonte para ver si volvía el hijo pródigo. ¿Quién no desearía ser juzgado por él? San Juan escribe: “Quien teme, no es aún perfecto en el Amor” (1Jn4, 18).
            Yo no tengo miedo a Dios, pero no es tanto porque yo le ame cuanto porque me sé amado por él. Y no necesito preguntarme por qué me ama mi Padre, o qué es lo que mi Padre ama en mí. Por lo demás me resultaría muy difícil responder a esta pregunta; incluso, estrictamente, no sería capaz de responder. Me ama porque es el Amor; y basta que yo acepte ser amado por él para serlo efectivamente. Pero es necesario que yo haga este gesto personal de aceptar. Lo exige la dignidad, la misma belleza del amor.
            El amor no se impone: se ofrece. ¡Oh Padre mío, gracias por amarme! ¡No seré yo quien te grite que soy indigno! En todo caso, amarme a mí, tal y como soy, ¡esto si que es digno de ti, digno del Amor esencial, digno del Amor esencialmente gratuito! ¡Oh, este pensamiento me encanta! Así estoy bien protegido contra los escrúpulos, la falsa humildad descorazonadora y la tristeza espiritual...
            ...Ordinariamente pensamos demasiado en nosotros mismos, y no pensamos bastante en él. Hay desventurados teólogos que tienen un cierto miedo –inconsciente- de hacer a Dios demasiado bueno, o sea, demasiado bello. Dios es bueno, pero no débil, suelen decir. Pero una bondad que no llega hasta una cierta debilidad –lo que nuestra dureza de corazón llama debilidad-, es la bondad de aquellos que tienen miedo de fomentar en los mendigos la pereza y miden con tiento su limosna.
            Ser débil por Amor hace a mi Padre más grande y más bello. La Cruz me da la razón. Padre, me refugio en ti, en el regazo de tu Ternura. Tengo necesidad de amarte, sin decir nada. Y, ante todo, de darme cuenta de que Tú me amas, a pesar de lo que soy. Esto me ayuda a comprender que Tú sientes hacia mí tal y como soy un amor maravillosamente paternal...
            En el fondo de muchos  –“Señor, no soy digno”-, late un espantoso orgullo... Una cosa hay, por consiguiente, cierta, y que he de repetirme a mí mismo: SOY AMADO, YO, YO MISMO, y mimado por una ternura secreta, pero vigilante. Si estuviera en pecado, no tendría más que decir: “Perdón”, para despertar en el rostro de mi Padre una sonrisa elocuente. Si sólo soy tibio y sin verdadera belleza, con el polvo de los pecados veniales pegado a mi piel, entonces necesito creer que el Amor me está mirando, como una madre mira a su hijo travieso que acaba de ensuciarse la cara con el dulce que ha robado.
            ¡Dios mío, Dios mío, consérvame esta seguridad que tengo -por gracia tuya- en tu Amor! ¡Qué nunca deje de verte como te veo ahora! Tengo una pobre idea de mí mismo, pero una elevadísima idea de Ti. Si tuviera que ser digno de tu Amor para atreverme a aceptarlo, Tú ya no serías tú, no serías ya el AMOR. Hago un acto loco de fe –pero que no me cuesta nada- en tu indulgencia sin límite. Tú me amas, Tú me amas; haz que yo te ame. >>
            Todo esto tiene un mucho que ver con aquello que decía san Juan de la Cruz sobre la caza del oso: “Olvido, Soledad, Oscurecimiento. No me da pena nada. No me da gloria nada”.
            Ante el hecho de la muerte no debemos olvidar la DOBLE VISIÓN: Con los ojos de la carne contemplamos el féretro, la tumba, las velas; con los ojos de la fe vemos la resurrección y la luz inextinguible del mundo futuro. Así pues, tengamos en un ojo una lágrima por la separación, y en el otro, una lágrima de alegría en la que resplandezca la seguridad de volvernos a ver y de la unión de todos.


            ...ESTÁ MUERTO...
-¡No busquéis entre los muertos al que vive!...
            ...por nuestra Fe en su Palabra.
El trigo triturado –cuerpo muerto-
            por su Palabra –EUCARISTÍA-
   se transforma en su Cuerpo Vivo
       y así vuelve a la vida el trigo TRANSFIGURADO...
¡Qué maravilla de Vida Eterna la que nos da el Padre, a través de la muerte de su Hijo, nuestro hermano!
               ¡Tú tienes palabras de Vida Eterna!
    La muerte es el misterio por el que la oruga se sueña volando y se despierta mariposa...
             Cada paso en nuestra vida –es una Pascua- es un paso hacia Dios.../.


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