miércoles, 15 de mayo de 2013

Atacando a Dios...






ATACANDO A  DIOS...



         Cuando, supuestamente, -y olvidando que la historia tiene mucho mejor color- no se posee otra cosa que el corazón vacío y las manos llenas de ceniza, y se utiliza cualquier elemento de la religión para atacar a Dios o la fe en él, a los creyentes, según parece, nos falta tiempo para gritar ¡cizaña!... olvidando que el atacante, aún desconociéndolo está buscando a Dios, y que el trigo y la cizaña crecen siempre juntos dentro de cada uno. El ser humano lleva dentro una inquietud insaciable, una chispa divina que no reconocemos, que no identificamos; el hombre es hambre de Dios, y eso está en todos los humanos, lo sepan o no... 
        Pero toda promesa de humanidad que no tenga solidaridad y que sea demasiado autoafirmativa y autoabastecida lleva dentro de sí algo que no le permitirá cuajar debidamente. De esa hambre habló ya san Juan de la Cruz: “¿Por qué pues has llagado aqueste corazón no le sanaste? Y pues me lo has robado, ¿por qué así le dejaste y no tomas el robo que robaste?”...

         Nuestra llaga puede ser la herida del infinito: sólo que el infinito no es mera autoposesión, sino donación de sí.

            El atacante-herido tendrá que aprender a mirar en concreto a Jesús crucificado como la auténtica realización de eso que en nosotros ha quedado desenfocado, desdibujado, dramatizado. Me anima a esto mi fe en Dios; pues el Señor, a mí, que fui tan malo o mucho peor que cualquiera de los atacantes actuales, terminó llevándome por el camino de san Francisco de Asís, quien sabe si cualquier otro no terminará principiando en el cister.

            El atacante se acerca siempre a la higuera y se queda prendido de las hojas, y así no se puede saciar el hambre, le falta aprender a comerse los higos.




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